Néstor Melani-Orozco
¿Quién presenció al insigne profesor de la Universidad Católica del Táchira? Entre las notas al piano y las grandes lecciones de filosofía. De encontrolarlo meditando sus recuerdos de la Universidad Pontificia del Vaticano y la escuela Javeriana de Bogotá, sus clases del Seminario Diocesano de Palmira y sus primeras oratorias de un pedagogo recién venido de Italia en el portentoso Liceo Militar de La Grita. Y el Liceo Simón Bolívar de San Cristóbal. Fue Alberto Moreno heredero de los García de Hevia, como de sus méritos de alumno del tercer Seminario Eudista en América, «el Kermaría». El fino prosista y valeroso historiador, conocedor del mundo filosófico francés, de los valores griegos e italianos, de la escuela China, hasta del misterio de la cultura árabe. Cuando dijo que la gran propuesta filosófica era de Egipto más originaria que los griegos. Narrador de testimonios desde su escuela; cuando se doctoró en la Universidad Javeriana siendo diplomático y secretario en la embajada de Venezuela en Colombia. Con su tesis, toda escrita en latín y de sus interesantes estadios de académico. Fue mi amigo desde las oratorias de José Pascual Mora y de los acontecimientos de su adorada ciudad, revestida de «Atenas del Táchira». Muchas noches de copas para escuchar sus experiencias desde las columnatas de la plaza de San Pedro de Bernini, hasta el inmenso momento de sus congregaciones como fiel hijo de la cristiandad romana. Para saberlo desde los códigos de Sixtina hasta el armonioso mundo de una verdad como todas las religiones. De asistir a las logias de Siena y devolver a las cartas los sentidos de un nombre entre el credo de Darwin hasta el espacio de Francis Bacon. De entender lo ortodoxo de San Pablo y revivir los encantos del pensamiento a través de San Agustín. De los misterios arábigos o de la preciosa cruz de los egipcios. Entre el libro sobre «El Arqueometro» y la poderosa presencia de Platón describiendo las repúblicas y de su origen de aquella ciudad de La Grita de los García de Hevia y del Moreno recibiendo los viajeros actos de Morillo antes de la pacificación de Santa Ana. Para consagrar la verdadera independencia. Me lo dijo una noche en mi casa solar acompañando de su esposa y del Dr. Pascual Mora. Y del violinista Fulgencio Hernández. Donde recordó sus años de ser hijo de fabricantes de pólvora, y del monaguillo del padre Sandoval. De sus primeras manifestaciones musicales, en el órgano antiguo de la iglesia de los ángeles, quien consagró muy después en la escuela latina de Roma, donde podía sentir a Mozart o descifrar la pureza del francés Berlhioz con el inmenso estadio de la presencia de ser Sacerdote. De sentir como el perro del padre, le mordió un pómulo, entre la inocencia de ser niño. Donde desde siempre guardó la cicatriz. Los años transcurrieron aquella esperanza del sabio y fino maestro escribiendo un libro sobre el Táchira y sus presencias urbanas. Su amistad con el médico Carlos Roa Moreno fue una memoria de realidades entre la poesía y las nostalgias. Habló con excelencia, el francés, el inglés, el italiano, conociendo derivados del Sanscrito y su tesis doctoral la planteó toda en latín. Aún recuerdo cómo si fuese ahora de mi exposición en la Universidad Católica del Táchira, mis experimentos sobre la existencia de Simón Bolívar, allí vino a mi presentación el historiador Vinicio Romero Martínez quien intercambió lo majestuoso con el profesor Alberto Moreno, fue de albas las memorias y el asesor del «General en su Laberinto» de García Márquez quien describió ante el insigne filósofo sobre mis ilustraciones del General Libertador. En la forma de mis lienzos con imágenes del Quijote de América. Uno de aquellos años lo visité en su apartamento de Residencias San Cristóbal, se leía La Odisea de Homero, y describía a Benedecto Croce. Mas su texto era un contenido muy histórico sobre la semilla de la filosofía desde Joaquín Diaz González, hasta del Padre Pérez Rojas o de la nueva escuela en las cátedras de García Bacca, más adentro de Horacio Cárdenas. De la cátedra de Felipe Guerrero hasta el misterioso legado de Fidel Orozco. Mientras su libro pareció quedarse en los silencios como si detrás de los péndulos se hubiesen descrito más testigos e importantes, que «El Hombre de la Rosa». Un día vi como un sacerdote de aquella parroquia donde fue monaguillo el ilustre académico botaba los libros y parte del archivo. Allí, iba su tesis de Doctor de la Universidad Javeriana. Toda en latín y de dolor también el órgano que trajo monseñor Jáuregui, más el viejo púlpito de la capilla del convento… ¡lloramos las ausencias! Y de escuchar los pasos del maestro, sentimos las otras realidades de las culturas. Un día se marchó el sabio académico con la ilusión de sus escritos y la pureza de sus caminos junto al amor eterno por su ciudad de La Grita, como «La Alborada de los Ensueños»… Donde aún puedo escuchar el sonido de su voz, en lo más virtuoso de las sabidurías. Y del alma la eternidad del académico. Ayer crucé la calle de la Universidad católica de San Cristóbal y recordé las memorias dichas por el ilustre Grítense de su afirmación del primer himno de los tachirenses. Volaron los sentidos y el alma vibró de tantas memorias
*Artista Nacional. *Premio Internacional de Dibujo Joan Miró 1987. Barcelona. España. *Miembro Honorario de la Sociedad Bolivariana de New York. *Maestro Honorario. *Doctor en Arte. *Premio Nacional del Libro 2021. *Honrado con un Salón en su nombre, en la Gobernación del Táchira. 2022. *La Feria Internacional del Libro 2023 se rindió en su nombre, por su labor de escritor y dramaturgo.