Néstor Melani-Orozco
Me fui con el poeta Manuel de Lera Estrada, entre las necesarias pertenecías de un viaje; desde el país catalán hasta los caminos toscanos de Italia. Era 1987. Porque debíamos ver el Palacio Ducale de Venecia, las obras de Tiziano, el insigne maestro de Domenico Theotocopulos llamado «El Greco» y poder entender las máscaras doradas o también la grandeza de un carnaval que venía desde los gritos del silencio de cortesanos, nobles, prelados y negros de África. Días después de visitar a Paolo Di Vello, el notable acuarelista y de ver como en los lugares Ben Gazzara rodó «Al Pifano» un memoriam a Neruda. En el cinema de Visconti.
Nos embarcamos a Milán para describir en el monasterio de Santa María de la Grazia, «La última Cena» pintada por Leonardo da Vinci. Casi como el fuego en un espacioso salón de comensales, donde los frailes invocaban la realidad mística del profeta de Galilea. Obra que desde sus experimentos el divino: Da Vinci concedió con temples y almagres y con la poderosa luz más infinita que todas las fuentes de un sueño. Así lo afirmó Salvador Dali, en el libro sobre «Las Oratorias» o el «Mito de Millet» cuando creaba su cenáculo de los apóstoles; apostando imponer al nazareno y convertir a aquel hombre en hijo de Dios. Para la modernidad de San Patricio en New York. Esa mañana de 1987.
Muy cercana a los últimos días de noviembre llovió sobre el Domo de Milán y nos pareció revivir las citaras y los cantares toscanos. Mientras María, mujer del castillo de Magdalo, la hermosa doncella que adivinó los versos del poeta Bonorhjes, aparecía oculta entre los doce discípulos y Judas vestido de mendigo agarraba la bolsa con los treinta denarios. Solo Juan se podía contemplar divino entre la crudeza de las miradas de San Pedro. La campana del monasterio dejó un aliento, olor a flores del otoño e inciensos. Y entre arcadas románicas y góticas estaba «La Santa Cena» como una de las maravillas del mundo. Yo recordé mis lecturas y me pareció sentir a Simonetta Vespucie, la modelo del artista y mujer del banquero de los Medici, Antonelo Giovanni Galleazi, protector del pintor.
Caminamos por la ciudad de la otra santidad, entre las puertas del paraíso y la de largos años en el mundo del pintor de la «Mona Lisa» quien en su juventud la realizó en el monasterio de Monsserat, en Catalunya, cuando estudiaba alquimia. Mientras de horas y días entendimos la pureza de la Magdalena y los códigos secretos del genio. De vernos ante la majestad única del cenáculo de Jesús, Cristo invocando los ideales por la verdad de la humanidad. Manuel de Lera como buen español hizo las comparaciones y dijo de contemplar a la que llamaron «La prostituta en la Última Cena de Leonardo Da Vinci», allí en Santa María de la Grazia en Milán. Era la santidad y el amor por el hombre que conquistó Jerusalén entrando triunfante montado en un asno. El mismo frente a las leyes del procurador romano y quien afirmó el infinito más allá de las estrellas. El profeta agonizando en el Gólgota y dejando la cruz para la huella de Constantino en el final del Imperio Romano. Quién de un Jesús de Nazareth, se vinieron los misterios de un ideario revolucionario de sociedades secretas y de grandes religiones.
Entre temples y valores del arte al poder del pintor, donde invocó el amor del profeta a las verdades humanas. María de Magdala junto a San Juan y el rabino sagrado del hombre que convirtieron en Dios. Casi transparente. Cuánta memoria de la dicha del Renacimiento, entre las guerras dividiendo al mundo y las esencias del cristianismo, en las palabras de las santidades. Allí, hablamos del modelo de Jesús para el pintor, con la imagen de una juventud quien nueve años después, de haberse iniciado el fresco, el mismo convertido en indigente le sirvió de nuevo modelo para el Judas. Así lo describen los milaneses y de relatos visten las imágenes con el clamor de los siglos
. . . Cruzaron los años y ayer volví a los recuerdos, mientras contemplaba el vuelo de una golondrina. Y el cielo desdibujado las meditaciones. Me apresuré a contemplar el atardecer, más de mis memorias, describí aquellos momentos de mi vida… y entre las presencias me dije del denario que hace mucho tiempo me enseñó Ramón Elías, junto a la dracma griega, acuñada por los españoles; en su colección de monedas. Esa noche estuvo como testigo el fotógrafo y editor chileno Mariano Díaz. El denario romano que le regaló la señora, hija de Don Pedro de los Mogollón, que, al saber era «una medallita». Volví y el cielo del atardecer dejaba sus amarillos y naranjas, mientras un violeta pronunció las sombras. Y de un gesto de amor se filtró el destello del relámpago del Catatumbo. Entonces una lágrima brotó del alma. Mientras en oraciones del Arameo se quedó la cena mística en los muros inmensos del monasterio de la Gracia de Santa María de Milán. El péndulo del reloj, pronunció los ancestros.
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*Artista Nacional. *Premio Internacional de Dibujo Joan Miró 1987. Barcelona. España. *Cronista de La Grita. *Maestro Honorario. *Doctor en Arte. *Premio Nacional del Libro 2021. *Honrado con un Salón en su nombre en la Gobernación del Táchira 2022. *La Feria Internacional del Libro 2023 le colocó en su nombre, a su labor de escritor y dramaturgo.