Carlos Orozco Carrero
Y, quién no va a correr en esa larga e inmensa recta que baja desde Boca de Monte casi hasta la entrada de La Laguna de García en Pregonero…Los cauchos delanteros vibraban y oscilaban dando golpecitos al parafango debido a la velocidad que había desarrollado el viejo Nissan por la vía recién asfaltada. Algo de juego tenía la dirección, porque el volante se empeñaba de dar casi una vuelta entera para que el vehículo cruzara un tris cada vez que llegaba a una esquina en el pueblo. Lo cierto es que Doroteo Arango enfiló a toda velocidad, animado por una ranchera cantada por Antonio Aguilar y algunos michitos que traía entre pecho y espalda desde Sepulturas. La mente de nuestro amigo le ordenó a su pierna derecha que “pisara” el freno del destartalado carro. Dicen los que saben que el alcohol enreda los conductos nerviosos y poco caso hacen a la hora de un apuro urgente de vida. Doroteo sintió que volaba entre su cojín, el volante y el inmenso paisaje que refleja el sol poniente a esas horas del día. Llegó a escuchar algunas risas nerviosas al lado suyo. Hasta unos chistes sobre la puntería que tuvo para entrar de frente contra el enorme tronco del centenario eucalipto sembrado en la falda de la desolada montaña uribantina. Lo sacaron amarrado con algunas cuerdas que prestaron los camioneros que vieron desde lejos al Nissan volando entre nubes. –Lo salvó La Virgen del Carmen, comentaba Doña Rufina Albornoz, mientras servía un cafecito a todos los testigos que contarían el episodio jurando por esta Santa Cruz.
Este economista tenía sus ideas para la recuperación de un grupo de personas que se quedaron con millones de bolívares en billetes descontinuados. -Claro, Carreto. -Se hace una pequeña reconversión monetaria y se les reconoce el valor de su dinero a estos días en dólares, Hay mucho romántico que todavía guarda esos billeticos y se les puede resarcir el daño que sufrieron como cuando tu casa está a oscuras y te encuentras con una grada de sopetón. Hubo que darles de comer a estos sabihondos de la economía para que dejaran ese tema tan escabroso, propio de su especialidad.
Coach de tercera serás en este juego para dirimir el campeonato del Centro Latino, carretico. Ese equipo que armó Idelmo Bermúdez no tenía falla alguna. Nos cayeron a palo limpio y ya en el cuarto inning llevaban más de 7 carreras de ventaja. Sufre más el que no juega, reza el dicho peloteril. Estaba ese campo deportivo hermoso para realizar el encuentro final. Miré al dogout del equipo contrario y no les quedaba nadie en la banca. Logré observar una enorme jarra plástica, donde tenían el refajo más grande que yo había visto. –Tiempo, tiempo…Corrí hasta el ompayita principal y le dije que los del equipo contrario estaban ingiriendo licor dentro del estadio y que eso era prohibido. Había que confiscar el juego y nosotros ganaríamos el campeonato, señores. Pomponio era un juez muy responsable y debía actuar de acuerdo a los reglamentos. Se quitó la careta protectora y gritó al ompayita de tercera: – Pita Bello, revisa a ver qué hay en ese dogout. El atlético y sonriente moreno entró y tomó con sus manos la jarra en cuestión. La levantó y se tomó todo el contenido a pechos. Salió al campo y dijo: -¡Aquí no hay nada!. ¡Juego, juego, juego! Todavía recuerdo que en el bigotico francés que lucía nuestro amigo quedaban rastros de la espuma del refajo mandado a preparar por Bermúdez para sus peloteros. –Se la tragó completica.
El viejo Melquiades dice que él sospecha que los perros entienden sus cosas. Porque, cómo se explica que un animalito casi recién nacido pueda dirigir a un grupito de perros callejeros hacia el fondo de una panadería para sacar panes y convidarse entre ellos…Los vi detrás de la panadería de Eleazar Quintero en Pregonero. Cada uno llevaba un pan de dulce y parecían sonreír ante mi presencia. Yo cargaba también unas mestizas con chicharrón, cariños.