Cada día son menos las opciones para abastecer en las estaciones de servicio
Jonathan Maldonado
Luis suele sacar su carro justo para lo estrictamente necesario. Como habitante de frontera, suma más de año y medio que no visita una estación de servicio. Le molesta tener que estar pendiente de cuándo le toca a su placa: «No tengo tiempo para eso».
Luis tiene 68 años. Su carro es un Aveo, color negro. Cuando va a surtir gasolina, lo hace en uno de los tantos tarantines de venta informal de carburante que hay en el municipio fronterizo Bolívar. Solo en la avenida Venezuela se contabilizan 25. En total, en el casco central de San Antonio del Táchira, hay más de 33 puestos.
La Villa Heroica solo cuenta con dos bombas activas: La 56 y la Venezuela. «Tengo mucho sin saber qué es ir a una bomba. Me impacienta tener que estar pendiente de una publicación en las redes sociales para tener conocimiento de cuándo me toca», indicó con un dejo de resignación por lo que se vive actualmente.
El sexagenario es pensionado. Lo que gana a raíz de décadas de esfuerzo no le da ni para costear su comida. «Compro la gasolina en el mercado negro porque mis hijos me colaboran, no porque me sobre la plata», ironizó con una risa que delata dolor y angustia por los tiempos que no mejoran. Su mirada refleja sus ganas de regresar a lustros atrás, pero no tiene el poder para manejar a Cronos, dios del tiempo.
«Por los dos litros de gasolina están cobrando 9.000 pesos», recalcó mientras aseguraba que se están aprovechando de la gran escasez que hay en las estaciones. «Lo más sorprendente es que la pregunta de los revendedores sigue siendo: ¿Colombiana o venezolana?», enfatizó.
Al igual que Luis, hay muchos otros ciudadanos que perdieron la costumbre de ir a una bomba en la frontera. Los que ya no van, precisan lo poco familiarizados que están con el método vigente, el cual no es del agrado de quienes se niegan a vivir pendientes de un «flayer».
Don Luis ya creó un vínculo de amistad con el vendedor de gasolina. Siempre acude al mismo puesto por confianza y por comodidad. «Antes era impensable tener en San Antonio del Táchira esta imagen. Era común ver estos puntos, pero en La Parada, donde revendían la gasolina venezolana, la cual era muy barata y nunca escaseaba», rememoró.
La gasolina revendida o el mercado negro –como también se le llama– cada día cobra más fuerza en frontera por las diversas complejidades que surgen al momento de ir a una bomba, pues en las últimas semanas ha sido muy poco el combustible que arriba en cisterna. La última vez que abrió una estación de San Antonio, fue hace cuatro días, para abastecer carros con terminal de placa en 4.
De resto, la gasolina colombiana, la que ingresa por los caminos verdes o trochas, es la que, por ahora, no escasea. Es la gasolina que usa don Luis y otros tantos ciudadanos que viven en la Villa Heroica.