Néstor Melani-Orozco
Celebrar la Navidad, pensando en las huellas de la ciudad, «Honrada e Hidalga». Sintiendo a los pueblos del Táchira. Ayer me senté a decirlo a mis amigos. Aquellos que caminaron conmigo desde las edades y entendieron los significados de aquella ciudad que no solo se afirmó en los espacios de su verdadera imagen de capital antigua con el título de «Ciudad del Espíritu Santo» sino de ser «la comarca originaria de los Humogrías» y después de Pamplona; la reafirmación de una hermosa manifestación de ser fundadora de pueblos y ciudades, como decirlo en las presencias de sus edades y de describirlo en las fuentes desde su «india Carikena» hasta la Paloma de plata, desde no haber sobrevivido a las crueldades de sus depredadores como de lo justo de sus testigos, con el sabor de los «Calcretos» como lo dijo nuestro Fruto Vivas y la pureza natural de sus armonías ecológicas vivientes. Eternidad a sus montañas, desde «La Serpiente de la luna» el Pico más alto del estado, nombrado «El Púlpito» por los seguidores católicos y siendo el tercer punto exacto desde la sierra merideña a los estadios de El Chimborazo en el Ecuador. Mas con el tiempo oculto de estas realidades de sus monumentos, entre lo consagrado por los verdaderos tiempos.
Más desde la semilla de sus flores hasta el «Cimiento» de piedras creadas por las edades rupestres, ¿cómo de narrarlo en un acto de la dignidad? Si debajo de su cielo borraron el convento y se les olvidó los nombres de sus calles y esquinas, ¿cómo decirlo? Detrás del muro del segundo hospital y allí cien años después destruimos el tercer Seminario Eudista francés, de 1935. Mientras vinieron los de sin sabores a desmontar los Aleros y a conceder permisos a los negadores de la arquitectura, para decir: «Estamos salvando a este pueblo». Cuando ni siquiera entendieron el nombre del originario y ni siquiera la espada de Cáceres. En un bronce de Guiraldo hoy hurtada por los vendedores de metales y de un monumento italiano para demostrarnos desde Pistoia, en Florencia de la Toscana al sacerdote patriarca de la educación en el Occidente de la patria.
Ayer nos enteramos, por fuentes fidedignas, cómo la vieja casa de la firma de los Comuneros en el plan de Aguadías le pasaron una máquina para olvidar el nombre de un Juan José García de Hevia. Porque lo descrito por «Juan de Babuquena» allí se firmó el compromiso para el camino de Mérida con una bandera roja y negra. Con los signos de Condorcanqui. Mucho de entender del Cristo sagrado del arte barroco, lo dejaron cubrir en su originalidad de barnices, mas de las restauraciones fieles, solo se llega a los estados naturales. Para verlo en los ejemplos de la pureza del crucifijo de Lepanto. O el mismo del Humilladero, entre el Señor de Lima en el Perú. Mientras la Alameda de Jáuregui continúa sobreviviendo, esperando sus tratamientos y de decirlo: «La casa Museo del General Bolívar» le guardaron los misterios sin saber lo inmenso y testimonio de ser el santuario de la independencia de Suramérica. Dejando demoler el Mural Bolivariano del Liceo Militar Jáuregui, quien inauguró un jefe de estado y estuvo reseñado en el Almanaque Mundial de 1984. Como pedir: ¿Si tanto se ha rogado, en los lugares del patrimonio, ¿Sus defensas? desde la casa de «Lucía Serena» la mujer de la novela romántica de 1826, al claustro de Emilio Constantino Guerrero o el templo de Isaura, donde Udón Pérez compuso el Himno del estado Zulia, en 1909, desde los balcones hasta el lugar de los faroles perdidos. De la escalera Cavallini. De cómo agonizó el acueducto de la C. A. Del Alumbrado y Fuerza Eléctrica de 1933. De los tapiales que circularon el tiempo de la comarca antigua desde la Colonia, con sus siete puertas, hasta la Garita del mirador de la calle Bermúdez. De ver morir sus frontis como si nada, ni nadie hubiese ido a la escuela y guardara las puntas de las espuelas de los gallos en los baúles de los muertos, donde solo de intereses materialistas cambiaron a la Ciudad que pudo ser en lo alto e inaccesible «El Patrimonio Cultural de los Andes». Por qué fue posible el cuidado y desde sus ocho palmeras que nunca las devolvieron en la plaza del monasterio, venidas de 1914 a la memoria del Doctor Jáuregui hasta el frente de la casa del «Juez Murillo» para escribirlo detrás de las puertas de la iglesia con ramo bendito y no de discursos sin saber el tiempo y los orígenes de la ciudad de los silencios, perdiendo su original documento de su «Acta de Adhesión a la independencia». 1810. Más las esperas, y el dolor de los que tanto hemos invocado. Dicho en reuniones y casi quejas muy largas a los nombrados mentores del Patrimonio Cultural y Natural. Y sólo promesas. Del olvido las trincheras de guerra de la Revolución Liberal Restauradora, donde acampó el ejército del General Cipriano Castro en el lugar de Campo Alegre en 1899. Pecado capital entre los pecados aun sangrando de su suelo de lagunas del glacial. De su Teatro, de Los Gandica y de su camino en lo descrito en su Archivo como ley de legalizar la gran memoria de la ciudad de los significados en la lealtad política, educativa, religiosa y jurídica. Ahora después de tantos ruegos: cuando sus museos ameritan una conformada verdad de la propiedad patrimonial de la Ciudad con el nombre de «La Atenas del Táchira». Y exista un registro como lo poseen las grandes metas de ciudades culturales del mundo. Donde están las memorias de nuestros antepasados y el sentimiento de las otras conciencias, desde la dignidad y de la justicia de sabernos comprometidos en este valeroso momento a un hecho de humanidad para su defensa histórica y no de grandes olvidos… como lo dijo el comandante Hugo Chávez aquel día junto al presidente uruguayo, Pepe Mujica: «Quien no haya visto a La Grita, no ha visto de verdad el cielo»… (cómo hace hoy de falta el Semanario Impacto) para decir en sus páginas tantas necesidades por la tierra que vio a Simón Bolívar decir en juramento; la Libertad de América. En aquel 1813. Siendo de amor La Grita su testimonio y la virtud perdida de un inmenso museo. Más para defenderlo aún, con el honor de sus verdaderos hijos. En el nombre de un reloj alemán de la torre cristiana de la iglesia que se reconstruyó con los planos de San Juan Bosco en su regalo desde Milán, en 1885 y el minutero de catedral lo trajo el coronel Edmundo García, como regalo del General López Contreras en 1938 y de semillas; al alma sus techos rojos. Con una rosa del Alba en lágrimas de la lluvia . . . Para abrir el corazón a esta realidad tan necesaria. Y con las presencias, algún día de Dios, poder convertir la Casona de las Rosas, donde en 1830 pernoctó el Gran Mariscal de Ayacucho en su misión de defender la separación de Gran Colombia. Porque el acervo cultural del Táchira, y de sus pueblos, distritos y aldeas y deberá ser el remedio en su defensa para por fin de honor; valorar nuestras reliquias. Para abrir el Corazón con el testamento de la cultura.
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*Artista Nacional. *Cronista de La Grita. *Maestro Honorario. *Doctor en Arte. *Miembro Honorario de la Sociedad Bolivariana de New York. *Miembro fundador de la Sociedad Bolivariana de La Grita. *Premio Nacional del Libro 2021. *Honrado con un Salón en su honor en la Gobernación del Táchira. 2022. *Premio Internacional de dibujo Joan Miró 1987. Barcelona, España. *La Feria Internacional del Libro 2022 se realizó en su nombre, a su trabajo de artista, escritor y dramaturgo.