Humberto González Briceño
Cortoplacismo. He aquí otra de las taras que persigue y atrapa a la falsa oposición venezolana. Es la tendencia a reaccionar en forma epiléptica y espasmódica a las situaciones que va presentando la coyuntura. El resultado es una secuencia de acciones caóticas, desordenadas y espontáneas que nunca producen los resultados esperados.
Pero ¿qué es el cortoplacismo? Es la conducta que busca resultados inmediatos, casi instantáneos, sin tomar previsiones o estimar consecuencias a largo plazo.
El cortoplacismo puede ser la consecuencia de la falta de caracterización o de una caracterización errónea del adversario político.
En Venezuela, por ejemplo, creer que el chavismo está limitado por su propio marco jurídico sería una caracterización errónea que a su vez conduce a alimentar la idea cortoplacista de ir a unas elecciones con la esperanza que sus resultados serán respetados y garantizados.
El cortoplacismo se asimila muy rápidamente como la conducta dominante sobre todo en aquellos que, por desesperación o cualquier otro motivo, tienen la esperanza de un cambio inmediato.
Así lo que se impone es la práctica improvisada de hacer cualquier cosa en lugar de hacer nada, aun a sabiendas de que lo que se hace podría igualmente conducir a nada.
Llamar a votar sin condiciones ni garantías electorales es una típica desviación cortoplacista que apuesta por un cambio casi milagroso que produzca satisfacción instantánea.
Las propuestas cortoplacistas tienen el encanto mágico que anima a no pocos a abrazarlas como la única tabla de salvación, a pesar de que su formulación desafíe toda racionalidad.
Los políticos demagogos conocen muy bien el inmenso efecto persuasivo del cortoplacismo como fórmula, aunque sus perversos efectos en el largo plazo sean desesperanzadores y demoledores.
Vencer el cortoplacismo requiere de una estrategia de largo plazo construida con claridad y disciplina, pero más que todo paciencia y perseverancia. Todas estas cualidades humanas resultan odiosas cuando dos décadas de chavismo ya parecen una interminable eternidad.
Diremos que en política normalmente no hay atajos y pocas veces funcionan. Pero generalmente el atajo entendido como una praxis que evade hacer la tarea y se apoya en la espontánea improvisación se paga caro.
Todo esto nos lleva a concluir que en Venezuela la idea cortoplacista que se impuso en 1999 para enfrentar al entonces naciente régimen de Hugo Chávez nos ha arrastrado por caminos equivocados y ciertamente nos ha llevado al fracaso a la hora de lograr el cambio político.
Lamentablemente como en política no operan los milagros ni las soluciones mágicas, lo que no hicimos en 1999 tenemos que hacerlo hoy con serenidad, paciencia y perseverancia, aunque la invitación suene desalentadora después de todo lo que ha pasado.
Si hoy se vuelve a imponer el cortoplacismo será muy difícil, y casi imposible, lograr resultados distintos a los acumulados en estas dos últimas décadas de barbarie y destrucción.- @humbertotweets