Piden considerar reubicación de escuela por su cercanía a una trocha
18 de octubre de 2024
Freddy Omar Durán
Con la obra de Salvador Muntaner, en una de sus salas expositivas, el Salón de Lectura Ateneo del Táchira inició en enero su temporada con lo mejor del arte de la región.
Para esta muestra, Muntaner, que en el mes de diciembre se instaló en la sede de Transhumante Teatro, nos presenta ese fluir creativo al que nos tiene acostumbrado, alternándolo con una vuelta al grabado y la técnica donde el tiempo va en más pausada marcha.
Además de esta exposición, cabe recordar que continúa la obra de Ulacio Sandoval, en otro de los espacios, otro de los maestros del abstraccionismo en la región, en cuyo contraste el espectador puede darse cuenta como esta línea creativa puede tomar infinidad de vertientes.
En el caso de Muntaner todo parte desde el mismo momento en que se decide emprender el proceso creativo, donde la maestría del ejecutante-artista marca el camino a seguir, confiado en su experimentado ojo estético.
Sin referentes, la mirada, más que en reconocer, cae en el encanto casi musical de lo que se plasma. La excepción tal vez sería un homenaje a Freddy Pereira en alguna de sus piezas, y el uso de viejos catálogos para el collage, así como los que el espectador sugiera, pues ciertamente estamos en libertad de la interpretación “simbólica” u “objetiva”.
Si bien la espontaneidad juega un importante rol en el momentum creativo, ciertamente Muntaner no satura al espectador, y le permite refugiarse en un mundo, desde una perspectiva aérea que nos permite vislumbrarlo en una especie de “totalidad”.
“Yo parto del color, lo lanzo en la tela y a partir de ese momento me va sugiriendo el contraste la luz, la sombra. Voy en busca de la armonía entre todos esos elementos”.
Tanto en Muntaner como en Sandoval hay un alejamiento de la representación, la bullente y viva energía de nuestro entorno natural se atrapa en cada una de sus obras.
A través del grabado, con toques de collage, va buscando el artista un mayor lirismo, que de por sí siempre ha existido en medio de la impetuosidad que en algunas telas se manifiesta. También cambios a paletas menos convencionales, más metalizada y fosforescente, y con un grado notable de pureza nos indican a un artista siempre empeñado en la renovación. En contrapunto, las transparencias y su luminosidad van ubicando la búsqueda hacia la espiritualidad.
“Trabajo el cartonaje: Preparas una matriz con pasta profesional, la intervienes, le pones su sellador, le impregnas de tinta y luego sí para prensa. Aquí sale una sola obra; pero de una matriz pueden salir muchas más”.
En esta exposición se intercalan los pequeños, los medianos y grandes formatos, una medida nada caprichosa, y que se ajusta a una decisión de intimismo o de resonancia cósmica del artista.
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