Porfirio Parada
Había presentado en la ULA para estudiar la carrera de Comunicación Social y no quedé. Hice un curso para pasar la prueba y nada. Pasó un año y volví a presentar en la ULA y no quedé por segunda vez. Venía de graduarme de bachiller, por secretaría, reparando y con problemas, en el Liceo Simón Bolívar. Se venían los años de las grandes decisiones y el futuro inmediato en una edad incompleta y agitada. Se planteó en conversaciones con mi familia y padres, estudiar la carrera universitaria en otra ciudad del país. Barinas, Valencia, Barquisimeto. Se pensó en Caracas, pero había pocos contactos, gente referencial, familiares cercanos. Se empezó a nombrar en varias oportunidades la ciudad de Barquisimeto. Me sentía lejano al escuchar la ciudad, aunque esté en mi sangre por nacimiento. La sensación era de lejanía, pero con una afirmación y unas ganas desconocidas. Dije sí, y me fui a estudiar en la Universidad Fermín Toro en tierra larense.
La Fermín Toro es más conocida, incluso respetada, por otras carreras, de ingeniería o de derecho, que por la de Comunicación Social. Sin embargo, esta carrera que no tenía tantas promociones como las otras, muchos egresados ejercían en los principales medios de comunicación del estado Lara y de regiones cercanas. Les iba relativamente bien, y la sociedad barquisimetana veía con buenos ojos a los comunicadores sociales. Me acuerdo que su principal sede queda en Cabudare. No es tan grande pero sí bien bonita, tiene gimnasio, panadería, laboratorios, una zona verde y más servicios. Allí nos inscribimos en la mayoría de cada nuevo semestre, incluso más de una vez, el buscama me dejaba allá. Todo iba pasando rápido entre la calma. Cuando me vi, mis padres me llevaron y ya se estaban despidiendo. Me quedaba solo por primera vez en mi vida en una ciudad que sería mi nueva ciudad.
Como en el bachillerato fui algo desordenado en varios aspectos, me propuse como meta inquebrantable, sacar la carrera en 5 años, sin vacilar en el tiempo estimado, y así fue. Solo raspé una sola materia que tenía que ver con números; estadística, pero en intensivo la pasé. Mi mundo era nuevo, el camino de la vida me mostraba otras avenidas, otras personas con otros acentos, pero paradójicamente el mundo me regresaba a la tierra donde nací. Mi padre en los años 80 estudiaba en la UCLA en Barquisimeto un postgrado de medicina, mi madre me tuvo en una noche de noviembre. En mi acta de nacimiento se lee que nací en tierra larense, papá me cuenta que mamá en los últimos meses en la ciudad crepuscular no se quería ir. En el viaje de regreso mi señora madre alguna nostalgia se llevó acumulada en el pecho.
Escribir o resumir 5 años en una ciudad nueva, en tiempos de universidad, no es fácil. Pero puedo escribir que conviví con la soledad, la conocí en primera persona. Tuve pocos panas y compañeros de estudio. Amplié algunas cosas, experiencias y visiones que no había vivido y ese era el momento. Aprendí a leer libros, y fueron los años donde escribí mucha poesía. Protesté con los estudiantes y tiré piedras a la policía, Guardia Nacional, a la autoridad. Conocí los medios de transporte de allá, las rutas: Ruta 5, Ruta 21 o la Ruta 12. También estaban los “rapiditos” (carros viejos, lanchas, que montan a más de un pasajero y van todos a un mismo destino) que pasaban por algunas de las principales de la ciudad. Estudiando en Barquisimeto pude ver la gran cantidad de gente del centro occidente del país y otras regiones que se concentran, viven y trabajan en Barquisimeto. Conocí gente de San Felipe, Yaritagua, Acarigua, Araure, Valencia, Maracaibo. Mucha de esa gente, veía la ciudad como un sitio ideal para el estudio, pero también para el trabajo, incluso para vivir como llegó a sentir y pensar mi mamá.
Durante esos 5 años, la mayoría de la gente en la universidad me llamaba “gocho” o “el gocho”, compañeros cercanos de estudio, algunas veces me decían “gochito”. Cuando se acercaban para hablar conmigo, muchos empezaban a imitarme hablando con el acento andino y mezclándolo con el acento colombiano. Cuando pasaron los meses, los semestres y los años, ya hablaba entre gocho y guaro, sin dejar el acento tachirense. Se me pegó el “Na guara”, “Va sie”, “sie cará” y el “ah mundo”. La avenida Venezuela, Los Leones, Lara, Bracamonte, La 20, Libertador, son algunas de las avenidas que me acuerdo. Barquisimeto tiene muchas calles, muchísimas, comparado con las calles de San Cristóbal. En esas calles, muchos negocios de árabes, chinos, y gente que se viste toda de blanco, y rezan, y hacen altares, usan contra, fuman tabaco de eso vi también. Comí los famosos pepitos, en diferentes lugares, horas y circunstancias. Viví relativamente cerca del Conservatorio Vicente Emilio Sojo, y también pasaba por allí por razones de transporte y de transitar. El ambiente musical, el espíritu de los niños y jóvenes saliendo con sus instrumentos era increíble ese recuerdo, no se me olvida. En Barquisimeto hacen mucho la empanada de queso con caraotas, la mencionan mucho con el nombre de “dominó”. Allá también consumen mucho suero.
Fui solo a un partido de béisbol de los Cardenales de Lara, fui una vez a la playa con panas de la universidad, me quedé en Acarigua en varias oportunidades. De Barquisimeto viajé a Maracaibo, Caracas, San Diego. Una vez, en un fin de semana trabajé lavando alfombras y con lo me pagaron viajé con un pana a Mérida. Conocí los pueblos larenses de Quíbor y Carora (En Carora realicé en equipo un documental) Fui a otro pueblo donde vivía o vive una prima. Vi muchos animales, chivos, en la carretera. También comí chivo, sobre todo con mi papá cuando me visitaba. Pasé por el Obelisco en varias oportunidades. Conocí el anís cartujo escuchando y conociendo la música de Jorge Guerrero, el “Guerrero del folklore”, con el compa Coromoto Galíndez. Conocí la Flor de Venezuela, estructura realizada por el arquitecto Fruto Vivas, que representó a Venezuela en una exposición mundial en Alemania. Cuando empecé a interesarme por la literatura y poesía, y por cuestiones de soltura, búsqueda y sin ánimos de perder nada, terminé conociendo un día a Orlando Pichardo, uno de los poetas más referentes y nombrados en Barquisimeto. En Barquisimeto leí por primera vez poesía en público, gracias a la colega y poeta Giovannina Rodríguez. Por ella también escuché una vez cantar a Sandino Primera.
Fui dos veces a la peregrinación mariana de la Divina Pastora. Una vez fui con estudiantes de la carrera y otras carreras de la universidad. Y en la otra oportunidad fui solo. De las grandes concentraciones, manifestaciones y veneración que he visto en mi vida. Es un río de gente desbordado en las calles de Barquisimeto. Saliendo desde la parroquia Santa Rosa (también fui a Santa Rosa en varias oportunidades) la peregrinación pasa por varias tarimas ubicadas en avenidas donde le canta a la Divina Pastora, música folklórica, el golpe tocuyano, entre otros ritmos. Vi a un hombre de más de 100 kilos caminando sin franela, con la espalda llena de sudor, tenía un tatuaje de la Divina Pastora que cubría toda esa parte del cuerpo. Vi mucha emoción, muchas familias, mucha agua, y mucha gente. Fui a un juego del Deportivo Táchira de visitante, en el Farid Richa, ese día perdió el aurinegro y hubo problemas y enfrentamientos entre jugadores en el encuentro. Fui varias veces al emblemático e histórico Teatro Juares, por la carrera 19. Allí vi a C4 Trío, cuando no eran famosos. Cerca de ese teatro hay una feria de libros muy conocida, venta de libros nuevos y usados, que luego ubicaron una escultura del escritor Salvador Garmendia. Allá compré y leí libros que me cambiaron la vida, entre lecturas.
Fui muchas veces a Las Trinitarias, centro comercial de la ciudad, ubicado cerca de una redoma con una obra de Carlos Cruz Diez. También fui al Sambil y al Metrópolis, aunque era el que quedaba más lejos, al oeste de la ciudad. Fui al Parque del Este. No debo de dejar de escribir el sitio nocturno que se llamó El Bunker. Cervezas, tequeños y rock and roll donde la gente frecuentaba mucho. Incluso toques en vivo. Debo mencionar la gran influencia que tuve con el Diario El Impulso, fui lector durante esos años del periódico y además, no se me olvida que ellos tienen la Fundación Juan Carmona. Un espacio allí en el mismo diario, para la cultura, el arte y la reflexión. Muchos domingos por la mañana tenían una programación cultural, con entrada libre. Fui consecuente en esos espacios y conocí gente muy interesante también.
Hubo gente que me trataba muy amable y cordial al saber o reconocer que yo venía del Táchira, y también me acuerdo que cuando sabían que yo era de aquí, muchos guaros me preguntaban por Rubio. Estando en la región larense, me di cuenta de la importancia y la influencia de ese pueblo tachirense. Pasaron por Rubio, se quedaron en Rubio, trabajaron en Rubio, compitieron en Rubio, estudiaron en Rubio, se enamoraron en Rubio. Muchas anécdotas me decían de Rubio. Por razones lógicas o ilógicas, terminé conociendo al rector de la universidad, y me hice muy amigo de su hija, que en primer momento me gustó mucho, y luego llegué a ir hasta su casa en San Diego. En la actualidad, Mary Daniela Benítez y yo somos grandes amigos. Pero bueno esa es otra historia, por lo momentos termino escribiendo, que en mi vida está en mi piel, recuerdo y corazón, la hermosa ciudad crepuscular, de Barquisimeto. Mi inspiración, influencia y destino, parte de mis raíces.
Lic. Comunicación Social
Presidente de la Fundación Museo de Artes Visuales y del Espacio del estado TáchiraLocutor de La Nación Radio