Ana Felisa Velasco también forma parte del Club de los 100 en el estado Táchira. Con esa cantidad encima, su memoria aún rescata aspectos de un humilde pasado, en una niñez en la que antes que ser merecedores de cuidados, se establecía un compromiso con los padres para colaborar con oficios de la casa y su trabajo.
Freddy Omar Durán
El buen humor que a sus 104 años conserva Ana Felisa Velasco es el secreto de una longevidad que todavía promete extenderse mucho más.
Sus limitaciones auditivas y motrices son detalles menores frente a una fortaleza física y una lucidez mental que aún la mantienen activa y risueña.
Una pancreatitis, hace un buen tiempo atrás, casi la hubiese excluido del exclusivo club de centenarias. Pero hoy apenas sufre de diabetes y osteoporosis controlada y cuida con pastillas para la presión, un tratamiento muy normal en la vejez; aunque tiene sus días más y sus días menos, con dolores en las piernas.
Las dificultades para la comunicación que implican la sordera, en nada desmeritan su compañía, pues quien con ella establece conversa, se ve envuelto en su carisma y espíritu picarón.
No ha perdido los buenos modales del tachirense de antaño, y mientras a sus hijos les habla gritando, a la visita casi lo hace con susurros, porque alguna vez le enseñaron sus ancestros que a las visitas hay que tratarlas con respeto.
Y esa preocupación hospitalaria se manifestó en su imperiosa orden de que al invitado a hacer la entrevista le trajesen pan y café… y para ella también, pues en el comer nade se limita, aunque sabe que no en las mismas raciones de su juventud.
Mujer formal, poca amiga de las rumbas, muy casera, fue el pilar de un hogar al que pudo sostener a partir de su trabajo en el arreglo de lencería en el Hospital Central por 30 años. Forjó un hogar con el padre de sus 12 hijos, quienes a su vez extendieron las ramas del árbol genealógico a 27 nietos, 48 bisnietos y 25 tataranietos.
Para su prole, compuesta por: Martín Humberto, Miguel Ángel, Néstor Conde, Judith Marlene (+), Orlando Antonio (+), Gerson Henrique, José Álvaro, Guzmán Alonso, Jesús Eliécer y Yadira Trinidad, solo tiene palabras de agradecimiento, y no se cansa de repetir que han sido “maravillosos”. De hecho, la vivienda en la que actualmente reside fue levantada gracias al sacrificio de ellos, hace alrededor de 55 años.
Como madre, tuvo que afrontar la separación, llevando la carga familiar en sus hombros y la pérdida de tres de sus hijos, que aunque no afloró durante la entrevista el dolor de su fallecimiento, sus hijos sí confesaron que significaron momentos dolorosos en su vida. Dos de ellos caerían ya adultos, víctimas del cáncer, y otro con apenas cinco años sufría mortalmente un accidente de tránsito. En tales situaciones sus hijos dan testimonio que aunque le pegó, supo mantenerse fuerte.
Pero en realidad, con tantos años encima, más que motivos de dolor, solo los hay de felicidad por tan grande record de pasar la centena, que en la ciudad de San Cristóbal apenas ha sido privilegio de un puñado de personas.
Hasta los 100 años se retiró de la cocina del hogar, y prácticamente todo el día permanece sentada, pues muy poco y lento se mueve, a punta de bastón.
“A mí casi no me dan café, porque dicen que me hace mal ¡Mentira! Y tan bueno que es el café -se ríe con ganas-”.
Muy enterada de lo que acontece, por lo que sus hijos le cuentan, ya que se mantiene apartada de la radio y la televisión, sabe que los servicios de electricidad y acueducto están fallando mucho, algo que antes no había experimentado con tal intensidad:
“Dígame los que están trabajando ¿Cómo trabajan así? Va uno a hacer una tacita de café y no la puede hacer porque no hay agua, no hay luz”.
De origen campesino
Capachense de origen, y con una niñez que tuvo por escenario el campo y las duras faenas que allí le tocaba emprender para ayudar a sus padres. Después de probar suerte en La Grita, donde ayuda al clero del lugar, terminaría en San Cristóbal, ciudad a la que el amor la ataría, y luego la familia, fruto cimentada en ese sentimiento.
Perdió a su papá cuando apenas tenía un año, por lo que de su mamá Bertha aprendió que era posible levantar un hogar sola, en este caso, en lavandería que hacía desde la casa. A su progenitora la perdió al tener ésta 82 años, y considera doña Ana Felisa que partió muy “joven”. En edad superaría a sus tres hermanos, siendo ella la mayor, y dos de ellos alcanzarían los 92 y 98 años respectivamente.
Buen humor
Cuando se le preguntó si tuvo muchos novios, por pura chanza respondió que sí; pero renglón seguido se corregía con un gesto de burlona sorpresa agregando que a los “pretendientes” los “gañoteaba” -se los sacudía, en criollo- pues ¡ay! de que se llegara a saber de una relación clandestina por muy inocente que fuere, pues merecía el peor de los castigos por parte de su mamá.
Luego de su separación no quiso una nueva relación, y solo se consagraría exclusivamente a su núcleo familiar.
No se frustra por su sordera, y se lo toma de buen humor, encontrándole un doble sentido al malentendido, o echándole broma al interlocutor, como contándole un secreto o algo que es mejor que otro no escuche. Por lo que parte del relato de su vida fue completado por sus hijos Yadira, Guzmán Alonso, Jesús y Néstor.
—Como madre ella era excelente, trabajadora como ella sola. Salía de aquí al Hospital Central para trabajar en el departamento de Lencería a las 6 y media de la mañana y llegaba a las 4 de la tarde. Con lo que ganaba en esa época nos crio a nosotros, y nosotros fuimos creciendo y estudiando y ayudamos con lo que podíamos. Ella ganaba siendo personal obrero 270 bolívares mensuales -por los años 60- y era mucha plata, le alcanzaba para ahorrar. Hoy en día usted, así usted sea un gran profesional anda limpio- anotó su hijo Néstor Noguera Velasco.
Los que Dios quiera
El hecho de que fuera papá y mamá, con las restricciones que eso conlleva, no fue óbice para que sus hijos se apartasen del campo profesional, llegando a ser unos docentes, bionalistas, enfermeros, electricistas, plomeros. Con esa jocosidad afirmó: “Como todo lo que me den”, y la única queja de su físico es: “todos nos estamos quedando desmuelados”.
Ella piensa tener los años que Dios quiera, con quien siempre toma contacto a través de la oración, y la eucaristía que puntualmente cada viernes recibe en su casa.
“No había tanta maldad en el mundo. Están botados hombre y mujeres. Ahora ni los consejos valen. Uno dice una cosa y hacen otra”.
“Tranquilidad” es su definición de la longevidad, pues no haya a qué más adjudicarla.
Admite que los infantes de ahora son más enterados de muchos temas, y eso se lo toma con mucho humor.
“Los niños de ahora saben muchas cosas -se ríe al ver la cara de sorpresa del entrevistador, y señalando con el dedo agrega-. Lo caché… Jajaja. No, verdad, los muchachos de ahora saben más que uno, y unos ya tienen mujer a los 14 años. Antes era casada o nada”.