Humberto Contreras
Este domingo 24 de marzo, se inicia formalmente la conmemoración de la Semana Santa. El Domingo de Ramos es una celebración que recuerda la llegada triunfal de Jesús a Jerusalén, cabalgando un burrito, lo que no era muy común en la época, y fue recibido por los pobladores que lo reconocen como el Mesías de Nazaret, de quien ya se hablaba entonces.
Jesús llega al pueblo, y la multitud lo recibe con mucho entusiasmo, tendiendo ramas de palma y mantos a su paso. Esta entrada triunfal, ocurrida una semana antes de su crucifixión, está narrada en los Evangelios.
La conmemoración marca el inicio formal de la Semana Santa, última semana de la Cuaresma. Simboliza la realeza mesiánica de Jesús y el cumplimiento de las profecías.
En su libro, el papa Benedicto XVI argumenta que en los tres Evangelios sinópticos, así como en el de San Juan, se deja en claro que quienes aplaudieron a Jesús en su entrada a Jerusalén no fueron sus habitantes, sino las multitudes que lo acompañaban e ingresaron con Él a la Ciudad Santa.
En el relato de Mateo, en el pasaje que sigue al Hosanna dirigido a Jesús, se relata que «Cuando entró en Jerusalén, toda la ciudad se agitó diciendo: ¿Quién es este? Y las multitudes decían: Este es el profeta Jesús de Nazaret de Galilea».
En su libro “Jesús de Nazaret: desde la entrada en Jerusalén a la resurrección”, el papa Benedicto XVI explicó que Jesucristo reclamó el derecho de los reyes a demandar modos de transporte particulares. El uso de un animal (el burro) en el que nadie se había sentado aún señala este derecho real.
Jesús deseaba que su camino y acciones fueran entendidos en términos de las promesas del Antiguo Testamento cumplidas en su persona.
Las palmas o ramos
Benedicto XVI señala que el acto de los peregrinos de colocar sus mantos en el suelo para que Jesús camine sobre ellos “pertenece a la tradición de la realeza israelita”. El gesto realizado por los discípulos representa una entronización en la tradición de la monarquía davídica, apuntando a la esperanza mesiánica que de ella surgía, indica el texto.
Los peregrinos, continúa, “toman ramas de los árboles y entonan versos del Salmo 118, palabras de bendición de la liturgia de los peregrinos de Israel que en sus labios se transforman en una proclamación mesiánica: ‘¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito sea el reino de nuestro padre David que viene! ¡Hosanna en lo más alto!’
En su libro, Benedicto XVI argumenta que en los tres Evangelios sinópticos, así como en el de San Juan, se deja en claro que quienes aplaudieron a Jesús en su entrada a Jerusalén no fueron sus habitantes, sino las multitudes que lo acompañaban e ingresaron a la Ciudad Santa con Él.
Este punto se hace más claro en el relato de Mateo, en el pasaje que sigue al Hosanna dirigido a Jesús: «Cuando entró en Jerusalén, toda la ciudad se agitó diciendo: ¿Quién es este? Y las multitudes decían: Este es el profeta Jesús de Nazaret de Galilea».
Las personas habían oído hablar del profeta de Nazaret, pero no parecía tener ninguna importancia para Jerusalén, y la gente allí no lo conocía.
La Procesión
Tradicionalmente, luego de la misa, los feligreses salen en procesión, alrededor de la iglesia o por las calles, cantando y recordando la entrada de Jesús en Jerusalén. Llevan ramas de palma que son bendecidas por el sacerdote. Las palmas bendecidas se guardan en los hogares como símbolo de la victoria de Jesús y la protección de Dios.
“Debe recordarse oportunamente que lo importante es la participación en la procesión y no sólo en la obtención de hojas de palma o de olivo”, que tampoco deben mantenerse “como amuletos, ni por razones terapéuticas o mágicas para disipar los malos espíritus o para evitar el daño que causan en los campos o en los hogares”, indica el texto.
Fuente:
ACI Prensa. Publicado originalmente en el National Catholic Register el 23 de marzo de 2013.