En todo soñador vive un niño, decía Gaston Bachelard, porque el niño aparece siempre como un ideal de vida, como un sueño que no se rinde. Eso fue Alberto José Rico Dávila, un soñador de infancia, quien se nos fue al precio del dolor y lágrimas de los niños y amigos que lo quisimos en demasía. Eminente pediatra, profesor de la Facultad de Medicina de la Universidad de los Andes, médico pedagogo de recia personalidad, de verbo preciso para el consejo, sobre todo aquel que repetía en sus enseñanzas a los alumnos y a sus pacientes: “la salud no tiene precio”. Enseñaba con el ojo y con las manos que acariciaron y salvaron tantos niños, enseñaba en el hablar cotidiano, como también en la Emergencia clínica, en el quirófano, en sus visitas a los niños enfermos, fue un enseñante andante, omnipresente, porque la pedagogía es un saber omnicomprensivo. Fue un estudioso empedernido de su ciencia, e hizo del niño su pasión eterna. Trabajador incansable, nada lo detenía para cumplir su deber de médico y de no cumplirlo él sabía que Asclepios le reclamaría. Padre ejemplar, amigo entrañable por encima de las diferencias políticas e ideológicas. Su nombre quedará grabado en la Historia de la Medicina como también en la Historia de la Educación del estado Táchira. Te fuiste cuando los niños y tus amigos más necesitaban de ti, pero donde estés tu alma no cesa de enseñarnos, querernos y curarnos. Mi Sebastián tiene guardado tu rostro en su corazón. Adiós, soñador de infancia. (Temístocles Salazar)