Eduardo Marapacuto
Haciendo un recorrido por los distintos hechos de violencia ejecutados por la derecha fascista contra el pueblo venezolano durante los últimos veinticinco años, allí podemos encontrar el rostro del enemigo, siempre con su cicatriz de la derrota marcada en el cigomático menor. Ahora esa derecha fascista, se presenta con dos rostros: el rostro de la agonía del perro negro y el otro, el rostro inmaculado de la maldad sayonesca.
A medida que avanzan se van enterrando en sus propias sombras de silencio y la derrota se hace visible. Así anduvieron durante los cuarenta años del puntofijismo, cansados, ojerosos, y casi desfigurados. No obstante ese era el juego, hundir al pueblo y mantener el control del poder político. Era como un juego de ajedrez, donde se impedía que el resto de las piezas buscaran luz para alumbrar, inclusive su propia conciencia.
De repente surgió la reacción y de un manotazo se le quitó la máscara al enemigo, quedando el rostro descubierto y también su cicatriz de la derrota. Las marcas del antifaz quedaron penetradas en su piel. Develado su rostro ahora se muestra tal cual es: un depredador sediento de venganza y dispuesto a entregarle el alma de la Patria a nuestros enemigos.
Nadie olvida el carácter genocida que desarrollaron en abril de 2002 con el Golpe de Estado y luego con el paro petrolero y la guarimba. Pura maldad de un enemigo que se transforma y lo transforman. Son los verdaderos farsantes de la política venezolana, que hablan de democracia y se cobijan con el manto del fascismo. A veces dicen ser buenos, pero en realidad son malos, de sangre del inframundo, y siempre andan con la daga oculta para clavarla en el alma de la Nación y acabar con los sueños de los venezolanos.
Ese es el enemigo que tenemos. Se volvió malo o tal vez ya lo era. Enredado con los restos de su propia careta de fracasados, parecen que están de vuelta y llenos de odio y maldad. Ahora hay un enemigo obstinado, suicida, oculto, peligroso desde el punto de vista político económico y social. Nadie olvida el odio, la violencia que aplicaron para adueñarse del poder, eliminar la Constitución y disolver los poderes públicos legítimamente constituidos. En lo económico, quedan las huellas del paro petrolero que afectó duramente el corazón de la economía nacional, y donde cientos de miles de medianos y pequeños productores sintieron el zarpazo a sus pequeños negocios con los cuales alimentaban a su familia. Y en lo social, cómo olvidar la manipulación mediática que condujo a muchos venezolanos hasta las puertas del sepulcro, gracias a las balas asesinas del grupo de francotiradores pagados en dólares y contratados por Fedecámaras, la CTV, los medios de comunicación y el resto de la oposición fascista, bendecida por unos sacerdotes, que no terminan de quitarse ni la careta ni el ropón.
Hay que mostrar el rostro de la alegría y la verdad. El modelo político venezolano es la puerta abierta hacia un campo fértil donde los ciudadanos deben descubrir y reafirmar sus valores de crecimiento, pero siempre con el semblante lleno de energía revolucionaria. Sigamos adelante y dejemos que el perro negro siga creyéndose sus pulgas y mirándose en el espejo la cicatriz de su derrota. ¡Qué así sea!.
*Politólogo, MSc. en Ciencias Políticas.
Investigador RISDI-Táchira