Francisco Corsica
No hace mucho, escuché a una de estas personas que se dedican al mundo esotérico afirmar lo siguiente: “no entiendo la energía del 2024”. Una frase corta, intrigante e irónica. Incluso aquellos que se sumergen en las aguas místicas y espirituales parecen estar navegando en un mar de dudas. Si no la entiende él, que se supone que maneja esos temas, ¿qué quedará para el resto?
En efecto, este año ha sido particularmente turbulento, y quizás esa sea su característica principal: ha sido un verdadero torbellino de cambios y sorpresas, un reflejo viviente de la famosa frase atribuida a Heráclito: “Todo fluye, todo cambia, nada permanece”. Y eso que todavía no hemos llegado a la mitad del año. Si así ha sido hasta ahora, ¿qué nos depara la segunda mitad?
Uno de los asuntos más candentes de estos últimos meses aparentemente ha sido el tema laboral. La estabilidad en el empleo se ha convertido en una ilusión para muchos, ya que personas de diversas profesiones y ocupaciones se han encontrado de repente sin trabajo. Es asombroso conocer la cantidad de individuos que, día tras día, se lanzan a la búsqueda desesperada de nuevas oportunidades laborales.
Sin embargo, aquellos que se encuentran en esta difícil situación se enfrentan a dos problemas principales. El primero es la falta de respuesta por parte de muchas empresas. Por último, para aquellos afortunados que logran recibir una respuesta, les suelen ofrecer remuneraciones insuficientes, que apenas permiten cubrir las necesidades básicas.
Habrá que comerse esta galleta por pedacitos. En el mundo vertiginoso de hoy, la presencialidad ha cedido el puesto a lo digital en casi todos los aspectos de la vida diaria. Lo que antes implicaba desplazarse a un establecimiento y entregar un currículum en persona, ahora se reduce a enviar un correo electrónico o registrarse en un portal de empleo para aplicar a los cargos disponibles.
A primera vista, la digitalización debería optimizar el proceso de contratación, haciendo que sea más eficiente y accesible tanto para empleadores como para solicitantes. Sin embargo, en la práctica, es frustrante que muchas compañías ni siquiera se tomen la tarea de avisar a los aspirantes sobre cualquier decisión, incluso que su solicitud haya sido rechazada.
Lo más grave es que estas empresas poseen los correos electrónicos, los números de teléfono y los perfiles en los portales de empleo de los solicitantes. ¿Qué les cuesta enviar un simple mensaje genérico? Por más básica que sea, una respuesta así puede marcar una gran diferencia. Ofrece cierre, permite a los solicitantes seguir adelante con su búsqueda y demuestra respeto por el tiempo y la energía que han invertido.
Quienes se ofrecen por todos estos medios no lo hacen por satisfacer un capricho repentino. Lo hacen por necesidad. Todos necesitamos garantizarnos el sustento, y las personas que se han tomado la molestia de postularse para un empleo merecen, al menos, recibir una respuesta, aunque sea negativa. Una comunicación transparente y honesta no solo refleja profesionalismo, sino también una cultura empresarial que valora a las personas y reconoce el esfuerzo que han puesto en postularse.
Es lógico: muchos de los aspirantes están sometidos a un estrés permanente como consecuencia de la falta de empleo. No tener un trabajo no solo afecta el bolsillo, sino también la salud mental y emocional de las personas. La incertidumbre y la desesperación se convierten en compañeros constantes, erosionando la confianza y la autoestima de quienes se encuentran en esta situación. Por eso, que las organizaciones respondan a sus llamados es, cuanto menos, un acto de respeto y empatía, incluso si no es para contratar.
Y es peor cuando ni siquiera se dan la tarea de interactuar con ellos. Un currículum puede enumerar habilidades, experiencias y logros, pero no puede mostrar la pasión, la motivación o la capacidad de adaptación de una persona. Estas cualidades solo pueden percibirse a través de la interacción directa. En una entrevista, los reclutadores pueden observar el lenguaje corporal, la actitud y la manera en que el candidato se comunica, obteniendo una visión más completa y auténtica de quién es realmente.
Ignorar esta etapa es, en última instancia, un fallo en el proceso de selección que puede llevar a la pérdida de talento valioso. Muchas veces, los mejores candidatos no son aquellos con el currículum más impresionante, sino aquellos que, a través de una conversación, demuestran una pasión y un compromiso que no se puede plasmar en un documento.
Ojalá esto fuera todo. En este camino empedrado, las organizaciones que responden rápidamente a menudo tienen expectativas aún más desalentadoras para sus nuevos empleados: esperan que trabajen casi «de gratis». Tristemente, la mayoría de los sueldos en Venezuela no alcanzan ni siquiera para cubrir las necesidades básicas. Los jefes esperan mucho de sus empleados, pero el pago mensual no es directamente proporcional al tiempo y el esfuerzo que imprimen.
El problema es sistémico y refleja una falta profunda de respeto por el trabajo y por la persona que lo realiza. Ofrecer salarios tan miserables demuestra una desconexión total con la realidad económica y perpetúa una cultura de explotación que debería ser inaceptable en cualquier sociedad que se precie de ser justa y equitativa.
Para finalizar, la transición a lo digital, aunque con el potencial de facilitar procesos, ha expuesto graves deficiencias en la interacción entre contratantes y solicitantes de empleo. En este sentido, es imperativo que los empleadores reevalúen sus políticas salariales y mecanismos de contratación, adoptando un enfoque más humano y equitativo.
La explotación no solo es éticamente incorrecta, sino que también es contraproducente para el desarrollo y la sostenibilidad de cualquier organización. Los empleados bien tratados y justamente remunerados son más productivos, leales y comprometidos con su trabajo. Transformar estas prácticas no solo beneficiará a los individuos, sino también a las organizaciones y a la sociedad en su conjunto, creando un entorno más justo y próspero para todos.