El solo hecho de que uno de los países más reconocidos del mundo –Venezuela— por su histórica apertura a la inmigración, por la inclusión de los inmigrantes en el grueso de la sociedad, por su hospitalidad y acogida a los refugiados y exiliados de cualquier parte y de cualquier ideología, haya pasado a ser, a lo largo del siglo XXI, uno de los países con mayor cantidad y calidad de emigrantes, sobre todo de las nuevas generaciones, es una prueba irrefutable de la tragedia económica, social y política que se vive: una verdadera catástrofe humanitaria. Es la explicación lógica, cerebral, desapasionada e imparcial para explicar este fenómeno de tan graves consecuencias para la nación venezolana.
Todos los días se van venezolanos de Venezuela con la intención de establecerse en otro país. De emigrar. Sobre todo gente joven que se va casi sin nada, casi a tientas, con la esperanza de un futuro humano, y con la tristeza de irse de su país porque aquí y ahora ese ideal de destino no es posible alcanzarlo, y ni siquiera vislumbrarlo. Unos se van en avión, otros en chalanas y barcazas, otros por vía terrestre hacia países de América Latina, incluso a Argentina y Chile, en viajes de muchos días y muchas complicaciones… Cuando uno escucha tantos casos, o cuando los vive en su propio entorno, de inmediato la reacción es de indignación hacia los responsables de la diáspora, o mejor dicho, de la estampida.
Pero también de admiración por el coraje de estos venezolanos, que se van por el mundo en búsqueda de un porvenir digno. Coraje que ojalá también sustente el retorno de muchos de nuestros compatriotas, cuando Venezuela, por fin, empiece a cambiar para bien. Porque no nos confundamos: para que la diáspora se alivie en sus corrientes de emigración o para que éstas se reversen, hay una condición indispensable: que la hegemonía despótica, depredadora, corrupta y envilecida que sojuzga al país, sea definitivamente superada. De lo contrario, la diáspora venezolana no sólo no se angostará sino que seguirá ensanchándose y acelerándose.
Estimaciones confiables señalan que cerca de 4 millones de venezolanos se encuentran viviendo en el exterior, la mayor parte de ellos en situación irregular o precaria, desde el punto de vista de la estabilidad laboral o incluso legal. Una situación insólita para el gran país de la inmigración en América Latina durante el siglo XX, y en particular en la etapa petrolera de esa centuria. Y una situación quizás irreparable, por el capital humano que ya no está acá, y que es probable que no vuelva. Al menos no a corto plazo.
No se trata de un tema socio-demográfico para que lo estudien los expertos, hagan seminarios académicos y publiquen voluminosos informes. No. Se trata de un crimen de lesa patria. Incluso de lesa humanidad. Pero los criminales no son, desde luego, los que se van; esos son las víctimas. Los victimarios o los criminales son los que han “creado” las condiciones terribles que hacen posible la diáspora venezolana. La dispersión venezolana. Los criminales son los mandoneros de la hegemonía, y los que le hacen el juego. Esos son los criminales o causantes de la emigración venezolana. Acaso uno de los crímenes más atroces en contra de la nación que han cometido y siguen cometiendo. (Fernando Luis Egaña) /
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