Carlos Orozco Carrero

No es mucho lo que te vas a ganar como cuidacarros frente al restaurant que pusimos en barrio Obrero, le dijo Pedrito “melenas” al flaco Elpidio. Es cuestión de indicarle al cliente que llega en su carrito las maneras de estacionar y de salir de los sitios donde está ubicado. Estar pendiente que cualquier zagaleto no se acerque al vehículo con malas intenciones. Las propinas son buenas y ahí vas pasando sin mucho esfuerzo para la edad que tienes. -Puedes empezar el próximo martes y te pones un chaleco color repelente y te agarras de este palo de anacao que traje desde Guasdualito. Y, ¿tú crees que el ladrón de un carro se va a asustar cuando me vea con este garrote? –El palo no es para correr a los ladrones, Elpidio.  -Ese garrote es para “convencer” al dueño del vehículo para que deje su propina suculenta. Elpidio ya sufrió una experiencia como cuidador de carros en un bodegón que hay en La Ermita. Muchos clientes llegan en grupo metidos todos en un carro y la propina es pírrica siempre.

Música de cuerda por estos días de agosto en La Grita. Es una característica que marca esta costumbre tan hermosa en la Atenas del Táchira, señores.  Valses, bambucos, boleros, sones y tal cual raspacanilla para adobar con chimú y kerosene caricuenero, mientras vamos al Santo Cristo bendito en su procesión. -Salgan de ese encierro para sacudir nostalgias y depresiones que amarran a los viejos amigos de toda la vida. Una veronda calle arriba y calle abajo ofrece alivio permanente en conversas sobre los mismos cuentos y llenamos el espíritu de todos con carcajadas sanadoras.

Mucha gente buscando cartones en algunos almacenes grandes de la ciudad. Es para meterle a los zapaticos y resguardar un poco estos pies helados a la hora de chapotear charcos y corrientes de agua cerca de las aceras. Ya tenemos los pies llenos de lama, como pesebre a medio año. El gordo Sósimo inventó un método para deslizar la humedad de sus pies. Dice que primero mete el pie en una bolsita plástica de kilo. Luego, ajusta la media respectiva y después remata con otra bolsita para calzar su zapato y asegurar un caminado sequito y evitar algún resfrío sorpresivo. Lo malo es cuando no llueve y el sudor hace de las suyas con el consabido olor a cuero húmedo.  Entonces tengo que desaperar en un tanque de agua que tengo en el solar de mi casa. De lo contrario, pierdo los zapatos y hasta la familia también.  En cada esquina una historia.