Regional

Animales protegidos del desamparo

5 de agosto de 2024

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Freddy Omar Duran

No son un problema, pues son tan habitantes de una ciudad como los seres humanos son. Pero no cabe duda que los animales de la calle padecen de cualquiera de las situaciones propias del desamparo.

Al ser arrojados, se exponen a los peligros de la calle, para conocer el rostro a veces cruel, a veces indiferentes de la gente; pero en contraste, existen quienes desinteresadamente se abocan a su cuidado, inclusive poniendo de su tiempo y peculio.

En San Cristóbal, los gatos callejeros son arrojados en muchos puntos de la ciudad; pero en algunos especialmente se han formado colonias, que más que ser vistas con rechazo ha concitado lo más noble del alma humana. Más que hostilidad, algunas de esas criaturas desamparadas se acercan mimosamente a cualquier desconocido en busca de su atención y provecho; el resto que no optan por la docilidad, se mantienen expectantes, confiando en los buenos oficios de sus embajadores.

Frente a la Plaza Miranda, por ejemplo, en la ferretería de Carlos Rojas hay un letrero en que se ofrecen gatos en adopción, pues en su hogar ha acogido más de 20 y no da abasto. En realidad no son los únicos que se abalanzan con sus maullidos petitorios: cada vez que puntual se acerca al parque alrededor de las 6 de la mañana, 3 de la tarde y 8 de la noche, un tropel de 30 gatos salen de sus guaridas o de su modorra para recibir alimento.

Unos son agiles y llegan de primero a su encuentro; otros van muy rezagados esperando que sus congéneres les dejen algo: desaliñados y con los bigotes bajos, estos visiblemente padecen alguna enfermedad.

Su corazón es lo suficientemente grande para brindarles cariño a tantos felinos; pero no lo suficiente para soportar tristes escenas.

“Ellos son animalitos inocentes, y la gente los bota a la calle sin saber que los tiran directo a la muerte, los tiran bebés sin saber comer, y uno trata de ayudarlos en lo que se pueda. Han llegado gaticos con tumores, con enfermedades, los traen a morir aquí ya adultos y enfermos. Lo más común es que padezcan leucemia felina o de sida felino, y la gente cuando los ven así los traen a la plaza para multiplicar el contagio”.

Más allá del reconocimiento y hasta la felicitación de sus vecinos, poca ayuda recibe, teniendo que gastar hasta tres kilos diarios de alimento.

Algunos gatos se introducen en casas, “forzando” su adopción; pero quienes los encuentran en sus propiedades terminan dándoselos al señor Rojas y le duele tener que botarlos.

“Lo ideal es que cada quien tenga sus mascotas; pero que no estén pariendo a cada rato. También debe haber más jornadas de esterilización, que se anuncien con tiempo, con la logística necesaria, y que cada quien haga la cola con su animal ese día, sin necesidad de tanto papeleo, o citas, que quitan tiempo”.

Ha tratado de dejarles en el parque recipientes para el agua, los cuales desafortunadamente terminan robados. Pero no solo los gatos temen a tales mendigos, por el robo de sus “utensilios de comida”, sino que, como oscuras historias rumoran, terminen en las “mesas” de algunos obligados por el hambre.

El peligro de ser atropellados

En la Unidad Vecinal, muy cerca del teatro Luis Gilberto Mendoza y la iglesia Divino Redentor, los felinos callejeros conviven en relativa tranquilidad, recibiendo el especial cariño de jubilados y estudiantes que escogen la plaza adyacente para pasar una tarde de ocio.

Cada gato es conocido por su pinta y personalidad, y le corresponde determinado nombre, al cual responden cuando alguien los llama a lo lejos.

Pero como ha sido testigo, Keyla Duarte, auxiliar veterinaria e integrante de Fundación Huellitas Desamparadas de Venezuela, no todo es color de rosa: los automóviles a toda velocidad han dejado una estela de muerte. También otros peligros andan solapados, como denunció un residente de la Unidad Vecinal, relacionado con psicópatas, y un caso de esos atentó contra la vida de cinco gatos.

“Hay muchos animalitos atropellados, pasan por encima de ellos como si fueran cualquier cosa; nosotros somos los que tenemos que correr con los gastos, cuando nuestros recursos son muy escasos, para operarlos, para el médico y para todo”.

Una campaña en prevención de esto ha sido colocarles collares con cinta reflectiva, y se ha considerado pedir reductores de velocidad en la vía para contener el impulso letal de los vehículos, especialmente cerca de un muy pequeño lugar, adaptado para resguardar a los animales callejeros. Sin embargo, ella aclara que no se trata de un refugio, pues se trata de una solución provisional.

“Había semanas que encontrábamos hasta 10 gatos muertos en un mismo día; los pusimos en hilera y les sacamos fotos para difundirlo y crear consciencia en la gente”, contó con quiebre en la voz.

Gatos en un centro de salud

A la altura de un centro de salud pública como lo es la sede del Ipasme en el barrio La Ermita de San Cristóbal, los buitres acechan a los gatos que deambulan por las áreas verdes. Algunos aseguran que esperan el deceso de algún animal; otros que estos se los han llevado vivos, sobre todo cuando están recién nacidos.

Se diría que los carroñeros contribuyen a la limpieza del lugar; pero en realidad no hay mucha, pues de ahí emanan olores no muy agradables para quien transite cerca.

No son pocos los espontáneos y vecinos que contribuyen con la manutención de la manada allí aglomerada; una acción caritativa, que no ha estado exenta de críticas. Un gran cartel con un enorme gato pintado invita al no abandono de gatos, y en vez de ello ayudar a su esterilización.

Pero no solo son los buitres los ángeles de la Parca; se han presentado auténticas guerras campales, con saldo de víctimas mortales: En una de esas masacres, el número de las mismas pudo llegar a la veintena; no obstante no hay acuerdo en esa cifra, y unos la ponen más abajo y otros más arriba.

“La población gatuna en el Ipasme ha variado; aunque en el momento más álgido superó los 100 animales. Los gatos visitan a sus vecinos en busca de comida, y estos a pesar de corresponderles les dejan bien en claro que ellos no viven ahí. Sin embargo, uno que otro termina adoptándolos.

“Una vez salvé a uno chiquitico que casi lo espachurra un camión. Las personas queriendo hacer el bien les lanzan alimentos y por supuesto esos se dañan, y termina convertida en basura podrida que también contamina. Nosotros colaboramos hasta donde podemos. No sabemos con exactitud cuántos hay, pues en la noche salen muchos más que en el día. Ojalá existiera algo así como un lugar grande, donde vivieran mucho mejor”, afirmó Carlos Sánchez, vecino de La Ermita.

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