Porfirio Parada
Estaba entendiendo luego de varias dudas que mi futuro más cercano era estudiar algo relacionado con la comunicación social o la escritura. Estaba en los 17 años y varias semanas atrás había vivido el caos de las acciones, de la furia juvenil, del desprendimiento de las normas, la orgia de vivir. No sabía qué hacer con mi vida, no sabía eso que la historia del ser humano llama “ganarse la vida”, no sabía, incluso si me preguntan actualmente estoy todavía en proceso, aprendiendo, buscando, creando la fórmula para ganarme la vida. He sido aprendiz durante años. La cuestión es que buscando respuesta, señales y caminos que no encontraba, un día, en el Locatel de Las Lomas, me regalaron un libro que se llama: “Crónicas fugaces” de un tal Armando Scannone, yo lo vi y lo escogí. El misterio de la atracción, de vincularse con lo nuevo, la magia de la sorpresa, me cautivó el libro que era de color verde, uno de mis colores favoritos. Al llegar a casa, empecé a leer el libro y a los meses lo terminé, sería el primer libro que leía completo en mi vida.
El libro en cuestión era una recopilación de artículos de opinión que el autor escribió para los principales diarios del país, en especial para el Diario El Universal, las publicaciones datan de los años 90 y empezando el 2000. Nunca había leído tantos artículos de opinión, textos y radiografía de un país contradictorio, donde la riqueza y pobreza se reflejaba con la lupa de un buen analista. Parecía que la escritura de Scannone estaba vestida de grito, denuncia, y desahogo, reflejando su posición política, pero sobre todo la posición de un venezolano amante y sensible de su país, creando en su opinión hilos, conexiones, armando rompecabezas de un país desordenado, quebrado, fragmentado entre la ley y la anarquía. Mientras transcurría la lectura sentía su inquietud, desespero y dolor por lo que él no veía bien. Escribía sobre injusticias, saqueos, estadísticas, pero también sobre las tradiciones, el paisaje de Caracas, la comida venezolana. Es sin duda uno de los libros más importantes que he leído. En la contraportada del libro estaba el correo electrónico del autor, pasaron unas semanas, y entre la duda y el atrevimiento, le escribí un correo expresando mi satisfacción por leer esa obra.
Le escribí que quería estudiar Comunicación Social, que me gustaba escribir y también que me gustaba la fotografía. Le agradecí por el libro porque me alimentó y hasta me tranquilizó en un momento compulsivo que vivía por esos días. Empecé a visualizar cómo era escribir artículos de opinión de diferentes temas. Aprendí varias cosas sobre el lenguaje escrito. Aprendí a reflejar el pensamiento en palabras. Para mi sorpresa él contestó el correo a las siguientes semanas. Su respuesta fue tan clara como su escritura en los artículos, me dio ánimos para estudiar la carrera, se alegró que yo haya leído su libro, y me dijo que nos siguiéramos escribiendo por correo para saber cómo se desarrollaban las cosas. Me sorprendí por la confianza que él transmitía, por la sinceridad desde internet. Tal cual le respondí el correo y empezamos a comunicarnos por correos, cuando empecé estudiar la carrera le dije, y se contentó, él me escribía sobre breves detalles de su vida y sus compromisos. Estaba creando una sencilla amistad con una personalidad caraqueña.
Y estudiando la carrera universitaria, leyendo los medios impresos nacionales, cuando se podían leer, entre periódicos y revistas, un día vi una entrevista especial que le hicieron a Don Armando Scannone, y mientras leía la entrevista no creía algunas cosas, descubría su faceta más importante y conocida a nivel nacional incluso internacional. Scannone era también cocinero, amaba la cocina, muy vinculado con la gastronomía venezolana, y empezando los años 80, había publicado lo que sería uno de los libros más vendidos y buscados en la historia de Venezuela. “Mi Cocina: a la manera de Caracas” o popularmente conocido como el libro rojo de Scannone. Era un libro sobre la comida tradicional de Venezuela. Todavía incrédulo apenas me estaba enterando que el articulista e ingeniero con quien me escribía correos resulta ser una figura, intelectual y gastrónomo de los más importantes del país. En mi ignorancia le escribí un correo haciendo alusión a su trabajo de las mejores recetas de Caracas y Venezuela y él gentilmente me respondía con soltura e inspiraba tranquilidad en su escritura.
Y luego de eso ocurrieron una serie de eventos inexplicables, planificados, y vitales en torno a nuestra fugaz pero sentida amistad. Primero fue en un festival de rock que fui en mi época universitaria, estaba viajando solo de Barquisimeto a Valencia, iba a ver unas bandas importantes de hard rock y heavy metal latinoamericanas entre esas Rata Blanca de Argentina y Kraken de Colombia, en una de esas paradas, estaciones de servicio, nos bajamos del bus y me fui a comprar algo líquido para calmar la sed, y entre las mesas veo, un grupo de señores, algunos con libros, libretas para anotar, algunos con pinta de poetas, todos mayores, y veo entre esos a Armando Scannone. ¿Acaso parte de la vida se trata de vivir esas coincidencias que surgen entre el azar y la planificación de un viaje? Era la primera vez que lo veía en persona entre el sonido de los motores de los buses, entre el olor a gasolina y cigarro, entre los instantes pequeños que se vuelven grandes. Desafiando mi timidez me acerqué al hombre y le dije que mi nombre era Porfirio Parada, el de San Cristóbal, que le escribía correos electrónicos. Me saludó como lo hacía por internet, con cortesía, pero ahora lo veía a sus ojos y me dio su mano donde se marcaban las venas transparentes, azules y moradas. Era un hombre anciano y lúcido.
Nos saludamos y nos despedimos en corto tiempo, entre la mesa redonda, yo me quedé muy sorprendido por lo ocurrido, vi las bandas de rock y regresé a mi destino sin sobresaltos. Esa noche dormí en el medio de una avenida, con otros rockeros de diferentes partes del país. A las semanas nos escribimos nuevamente y no solo me dijo que se había alegrado por el fortuito encuentro, me comentó sus razones del viaje que emprendió en esa oportunidad, tenía que ver con un encuentro de historiadores, y como despedida del texto me invitó para su casa por el Country Club de Caracas. Me dio la dirección, el teléfono de su casa, y la fecha para que fuera a visitarlo. Por supuesto que aproveché la oportunidad y viajé hasta la capital del país. Llegué a su casa luego de llevarme un mototaxi que estaba más perdido que yo (tenía pocos días de llegar a Caracas desde el interior del país buscando mejores ingresos) su casa era hermosa, cómoda, con lujos, me recibió y hablamos como por hora y media, casi dos horas. A lo último me dio un postre donde en la mesa había un juego de cubiertos más de lo común y tradicional, en mi plato había como 6 cubiertos, yo solo usé los de siempre. Desconocía cómo usar los otros.
Varios meses después fui de nuevo a la casa de Armando Scannone con un amigo de la infancia, Manuel Useche, que en ese entonces se estaba graduando en la Universidad Simón Bolívar. La visita fue más corta que la primera pero igual de significativa. En esa oportunidad me acuerdo que lo estaban llamando mucho por teléfono, hasta que una de esas llamadas colgó y dijo que se tenía que ir porque tenía un compromiso importante en un par de horas. En esa visita me llevé el libro de “Crónicas fugaces” y él lo autografió, don Armando me regaló otro de sus libros y nuevas ediciones de “Mi Cocina” pero el libro era verde, y era recetas ligeras, ensaladas y demás, también lo firmó. Era la misión, la experiencia y la finalización de uno de los encuentros más interesantes que he tenido en mi vida con una persona tan importante de este país. Cuando me despedí de él algo me decía que no lo volvería a ver personalmente. Murió el 9 de diciembre de 2021, a los 99 años de edad. Su legado continúa en los hogares, restaurantes, emprendimientos, cocinas de Venezuela. Estos días fui al Farmatodo de Barrio Obrero y estaba el libro rojo de Scannone. Me sentí orgulloso de su vida, de la gran experiencia de conocerlo, de las cosas grandiosas que algunas veces nos pasan sin saber que nos están pasando.