Opinión
El desafío histórico detrás de la suspensión de las redes sociales digitales
12 de septiembre de 2024
Rocío Márquez*
A propósito de la suspensión de la red social X en Brasil y Venezuela, cabe reflexionar sobre las redes sociales digitales y su función en la sociedad hipermediatizada.
¿Qué son las redes sociales digitales?
En primer lugar, cabe destacar que las redes sociales son herramientas de comunicación que permiten el intercambio de ideas e información. Se fundamentan en internet y en la capacidad que este otorga para interactuar y difundir contenidos en tiempo real.
Tal como afirma el Ayuntamiento de Barcelona (2017), es innegable el potencial participativo de las redes sociales. Tanto, que han “generado muchas esperanzas en las posibilidades de transformación política y social que ofrecen (…) pues constituyen un espacio inmejorable para la deliberación y el intercambio de ideas” (p. 4).
¿Y la desinformación?
Por supuesto, aunque queramos ser muy optimistas, lo cierto es que con las redes sociales se ha incrementado la desinformación y también la difusión de discursos de odio. Pero es necesario señalar que el problema no está exclusivamente en las redes sociales, sino en el contexto y en el uso que hacemos de ellos.
Con esto no queremos desconocer el poder que tiene el discurso en las redes sociales digitales. No obstante, efectivamente, “el contexto determina en gran medida el daño que determinadas expresiones y manifestaciones pueden llegar a ocasionar” (Ayuntamiento de Barcelona, 2017, p. 7).
Como puede ver, estimado lector, el tema es bastante complejo para exponerlo completo en un pequeño texto. Sin embargo, la idea es ayudar a reflexionar un poco sobre este ámbito que sabemos nos preocupa a todos los usuarios de las redes sociales.
¿Prohibir es útil?
¿Judicializar o prohibir es útil para evitar los efectos que pueden tener las redes sociales digitales? Esta es una pregunta que se discute a escala global. Por ejemplo, en relación con el discurso de odio en las redes sociales, el Ayuntamiento de Barcelona señala: “En el terreno académico, el debate sobre las prohibiciones del discurso del odio y la libertad de expresión (…) trasciende el ámbito jurídico y tiene implicaciones de orden político, ético y filosófico” (p. 7).
Los argumentos que responden a esta discusión están a favor y en contra. Desde aquellos que plantean que “la libertad de expresión no es un derecho absoluto”, hasta los que sostienen que “La libertad de expresión y el debate público son esenciales para desarrollar una democracia plena” (Loc. Cit.).
Quiero aclarar que, cuando se menciona en este texto “discurso de odio” es solamente un ejemplo de los debates que ocurren hoy en día a escala global sobre las redes sociales. Lógicamente, opinar sobre si se está o no ante discursos de odio, requiere estudios profundos y metodológicamente bien concebidos.
Una interrogante histórica
La interrogante tradicional detrás del debate que tenemos hoy sobre la prohibición o judicialización del uso de algunas redes sociales es la misma que hacía George Orwell en el conocido prólogo que pensaba incluir en la primera edición de su famosa obra “Granja de los animales”, la cual fue publicada en 1945. Dicha pregunta es: “¿Merece ser escuchado todo tipo de opinión, por impopular que sea?”
El mismo autor señalaba en el texto que, al escuchar esta pregunta todos los ciudadanos sentirán el deber de responder “sí”. Pero, si se le da una forma concreta, en determinado contexto —por ejemplo, ¿Qué les parece si hablamos mal de las personas a las que les gusta el béisbol o el fútbol? ¿Tenemos derecho a ser escuchados?— seguramente la respuesta es “no”.
Como asegura Orwell, esta última respuesta hace que entre en crisis el concepto de libertad de expresión. ¿Hasta dónde llega entonces mi libertad de expresión? ¿y la suya, mi querido lector? Como respuesta y, para terminar, cito a Orwell en el mencionado prólogo, titulado “Libertad de prensa”:
«libertad», como dice Rosa Luxemburgo, es «libertad para los demás». Idéntico principio contienen las palabras de Voltaire: «Detesto lo que dices, pero defendería hasta la muerte tu derecho a decirlo». Si la libertad intelectual ha sido sin duda alguna uno de los principios básicos de la civilización occidental, o no significa nada o significa que cada uno debe tener pleno derecho a decir y a imprimir lo que él cree que es la verdad, siempre que ello no impida que el resto de la comunidad tenga la posibilidad de expresarse por los mismos inequívocos caminos (p. 416).
*Doctora en Ciencias Humanas. Directora de la Escuela de Comunicación Social, ULA Táchira.