Víctor Matos
A mediados del año 1989, Perú se encontraba en plena efervescencia electoral para el cambio de la presidencia que ostentaba Alan García, envuelto en la más profunda crisis económica vivida durante su gestión en su país, que sufría ante una hiperinflación del 11 mil por ciento anual y en donde su moneda oficial, el inti, se devaluaba todos los días.
En la palestra política se encontraba un ingeniero agrario de ascendencia japonesa, rector de la Universidad Nacional de La Molina, quien montado en un tractor recorría las calles de Lima representando a su movimiento Cambio 90, con el que quedó de segundo lugar frente a la candidatura del escritor Mario Vargas Llosa, por lo que tuvo que medirse en balotaje.
Fue una sorpresa que ganara en la segunda vuelta, dando un vuelco total a sus promesas e iniciando una política de shock económico que le granjeó enemigos por todos lados tras anunciar sus políticas de corte neoliberal, que lo llevó dos años después, en 1992, a darse un autogolpe con el apoyo militar, cerrando el Congreso de la República, el Tribunal Supremo de Justicia y las gobernaciones regionales.
Desde ese momento, empezó a gobernar con mano dura, para unos de manera totalitaria y para otros, autócrata y dictatorial, que sin embargo lo llevó a una reelección cinco años más tarde cuando derrotó a quien fuera Secretario General de las Naciones Unidas, Javier Pérez de Cuéllar.
Amparado por poderes extraordinarios, cambió el inti sin valor por el nuevo sol, y empezó a privatizar casi todas las empresas del Estado hasta que logró estabilizar la economía, que aún se sostiene entre las más sólidas de esta parte del hemisferio al día de hoy.
Pero tras ese “Fujishock”, cometió aciertos y errores; entre los primeros, derrotó a la guerrilla maoísta Sendero Luminoso de Abimael Guzmán, llenó de infraestructuras hacia el interior del país y acabó con los subsidios establecidos, focos de corrupción a todos los niveles.
Sin embargo, llevó al extremo su lucha anti guerrillera, con una serie de asesinatos, secuestros, malversaciones, abuso de poder, sobornos, que lo llevaron a la cárcel luego de dejar su mandato en el 2000, condenado a 25 años de prisión e indultado hace un año, cuando padecía un cáncer bucal, que lo llevó a la muerte.
Este controvertido político sudamericano se confió en demasía de su asesor de seguridad, Vladimiro Montesinos, que al final no pudo manejar, de ahí que se ganó por un lado muchos adeptos por haber reflotado a su país, y numerosos enemigos por sus decisiones arbitrarias, entre las que se encuentran el plan de esterilización forzosa y la represión violenta contra Sendero Luminoso, al que al final hizo desaparecer.
Su hija Keiko, convertida en su heredera política, ya anunció su candidatura, por tercera vez, a la Presidencia de Perú.
Vladimiro Montesinos, el Rasputín del régimen
Vladimiro Lenin Montesinos Torres, preso actualmente en una cárcel de máxima seguridad de la Fuerza Naval del Perú por sus crímenes cometidos durante el tiempo que ejerció como asesor directo del presidente Alberto Fujimori, es el siniestro personaje convertido en poco tiempo en el diablo detrás del trono para unos, y en el verdadero Rasputín del Gobierno, del cual tuvo que huir ante la carga de tantos delitos cometidos.
Apareció primero este excapitán del ejército de su país como abogado del carismático Fujimori y se convirtió en jefe de facto del Servicio de Inteligencia Nacional, de donde acumuló inmenso poder para disfrazar sus tropelías.
Robó, extorsionó y ordenó matanzas indiscriminadas hasta su fuga final hacia Venezuela, cuando aquí era ministro de Relaciones Exteriores José Vicente Rangel, quien ordenó su detención y envió a la tierra incaica a este siniestro personaje, en donde fuera sometido a juicio y encontrado responsable de una serie de tropelías por las cuales está pagando una condena de más de 25 años.
Quebró la confianza del propio presidente Fujimori y tuvo una época de un poder insoportable que al final de cuentas no pudo manejar para acabar tras las rejas, al igual que su patrocinante, que acaba de fallecer a los 86 años.
Víctor Matos