La pandemia sufrida por la aparición del Covid-19 atrasó por lo menos en diez años los avances que se habían logrado en la lucha contra la pobreza, problema que en los años 90 del siglo pasado afectaba a unas dos mil millones de personas en el mundo, cuyos ingresos no llegaban a los tres dólares diarios.
Según recientes estudios, para el 2030 habrá unas 575 millones de personas que seguirán siendo pobres, entre ellas unos 84 millones de niños no tendrán ni para comer, menos ir a la escuela y para los próximos siglos no se eliminarán las leyes discriminatorias, en donde se instalan el matrimonio infantil, los abusos y la desprotección jurídica.
El pasado 17 de octubre se celebró el Día Mundial de la Pobreza por parte de la Organización de las Naciones Unidas, que busca su erradicación pero que ha sufrido un sensible retroceso en la lucha en un mundo en donde se disponen miles de millones de dólares para fabricar las armas más sofisticadas y sostener guerras como la de Ucrania y Rusia o la de Israel y el Hizbolá, pero muy poco para paliar este fenómeno planetario.
La pobreza es una calamidad en la cual no es posible satisfacer las necesidades físicas y sicológicas básicas de una persona ante la falta de recursos que la aproxime al disfrute de una buena calidad de vida mínima, preocupación de la ONU que no pudo cumplir su oferta de acabar o minimizar la misma debido al retroceso por la pandemia sufrida hace cuatro años.
Para salir de ella, se necesita solucionar el problema económico familiar, que se tenga acceso al agua potable, que cuente con una vivienda digna, y demás servicios como el alumbrado.
El trípode: Vivienda, educación y salud, son los cimientos fundamentales que deberían sostenerse para salir de este marasmo que sufren muchos pueblos del África, Asia y buena parte de América Latina, esta última víctima sobre todo de la desigualdad social que empuja a millones de personas a vivir incluso ante el umbral de la pobreza extrema.
Los paliativos políticos, las promesas electorales y las luchas por sacar de este flagelo a millones de niños, mujeres y hombres, no han dado el resultado esperado, incluso con el ensayo de los microcréditos para los emprendedores, que hoy en día han sido superados por las remesas que se reciben de las diásporas de emigrantes que salen en busca de un porvenir mejor.
Todos los gobiernos, tanto de los países desarrollados como los del tercer mundo, prometen no solo luchar contra este mal social, sino insertar a las nuevas generaciones en la clase media para una vida mejor y más feliz.
Los planes y programas que han tenido muchos estudios, espacios y aplicaciones en las Naciones Unidas, no han dado hasta ahora los resultados esperados. Su erradicación dista mucho de ser cumplida.
En Venezuela no se sabe sobre su abismal caída
El sueldo mínimo es aún de 130 bolívares, igual cuantía recibida por los pensionados y que equivalen a poco más de tres dólares, mientras Cuba reciben los jubilados unos 5 dólares y Haití está por los 28 dólares al mes.
Lo que se gana no alcanza para nada, de acuerdo al costo de la cesta básica, cuyo valor se presenta cada fin de mes; y la pobreza, lejos de alejarse, aumenta de manera inmisericorde, a tal punto que la antes llamada clase media, en la práctica ha desaparecido.
No hay cifras para documentar la veracidad en el sentido que el venezolano en su gran número ha traspasado hacia el umbral de la pobreza extrema, pero la diáspora de millones de compatriotas al exterior confirma la desesperación de no poder sostener una familia con los sueldos y salarios que se perciben, que son manejados con paliativos a través de bonos para el sostén de la industria, el comercio y la administración pública.
El Instituto Nacional de Estadística no dice nada sobre el particular, y sus estudios son desconocidos por todas las capas de la sociedad que no ven un futuro promisor a corto plazo.
Víctor Matos