Regional
Moronta, agradeció y suplicó perdóna Dios al celebrar 25 años como obispo
30 de noviembre de 2024
Entre cánticos, flores, muchos sacerdotes y fieles, monseñor Mario del Valle Moronta, celebró en la basílica Nuestra Señora de la Consolación, sus 25 años como obispo, este sábado 30 de noviembre.
Tranquilo, pausado, entró por la nave central y saludó sin prisa. Impartía bendiciones a todos los presentes en este templo sagrado para los tachirenses.
Presidió, monseñor Moronta la eucaristía e inició la homilía recordando su llegada como obispo al Táchira cuando dijo: Vengo al Táchira, a la Diócesis de San Cristóbal, no como un cordero de paso, sino como el peregrino que quiere hacerse tachirense con los tachirenses.
Con esa intención y decisión “he tratado de manifestar la gloria de Dios, con virtudes y defectos, deficiencias, pero tratando de actuar en el nombre del Padre Dios y del espíritu santo que lo ha sabido conducir por el ejercicio pastoral y de testimonio de vida cristiana”.
“Hace 25 años comencé mi peregrinación como pastor de esta iglesia local de San Cristóbal, llegué con alegría, ilusión, y puesto en las manos de Dios y me encontré con la fe profunda de un pueblo sencillo y la cultura vocacional”, recordó.
Fue conociendo y enamorándose de la Virgen de la Consolación, la flor más bella de Los Andes venezolanos y luego de quien se convertiría en la fuente de su amor pastoral, el con el Santo Cristo de La Grita, del rostro sereno y protector del Táchira y de quien no pierde el deseo de que algún día puede ser nombrado patrono de Venezuela.
“Me hice caminante de los caminos de esta tierra, así pude conocer a su gente a sus comunidades, instituciones”, dijo.
Finalizada la homilía, continuó con la misa, monseñor Moronta, quien en todo momento daba gracias a Dios. En un momento, se arrodilló. Pidió perdón y perdonó a quienes los calumniaron. Hoy ruega a Dios por ellos.
Está convencido monseñor Mario Moronta, que el pueblo se encuentra indefenso, como un anciano herido, como un niño de pecho, así lo deja escrito en una de sus reflexiones hechas para recordar las bodas de plata como obispo.
(Nancy Porras)