Víctor Matos
“Colombianos: Habéis presenciado mis esfuerzos para plantar la libertad, donde reinaba antes la tiranía. He trabajado con desinterés, abandonando mi fortuna y aún mi tranquilidad. Me separé del mando cuando me persuadí que desconfiabais de mi desprendimiento. He sido víctima de mis perseguidores que me han conducido a las puertas del sepulcro. Yo los perdono. Al desaparecer de en medio de vosotros, mi cariño me dice que debo hacer la manifestación de mis últimos deseos… Todos debéis trabajar por el bien inestimable de la Unión. Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la Unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro”. Fue la proclama final del Libertador Simón Bolívar en su lecho de muerte en la Quinta de San Pedro Alejandrino, en Santa Marta, departamento del Magdalena en la República de Colombia. Fue el 17 de diciembre de 1830.
El Testamento de Simón Bolívar reza en primera instancia que encomienda a Dios su alma, dejando a disposición de sus albaceas el funeral y entierro, así como el pago necesario para obras pías.
Declara que fue casado legalmente con la señora María Teresa Toro, difunta, en cuyo matrimonio no hubo hijos algunos.
“Declaro que no poseo otros bienes más que las tierras y minas de Aroa situadas en la provincia de Carabobo; que solamente soy deudor de pesos a los señores Juan de Francisco Martín y Compañía y prevengo a mis albaceas que están y pasen por las cuentas que dichos señores presenten y las satisfagan de mis bienes.
Es mi voluntad que las dos obras que me regaló mi amigo el señor General Wilson: El contrato social de Rosseau y El Arte Militar de Montecuculí, se entreguen a la Universidad de Caracas.
Ordeno que los papeles que se hallan en poder del señor Pajaveau, se quemen.
Es mi voluntad que después de mi fallecimiento mis restos sean depositados en la ciudad de Caracas, mi país natal.
Mando a mis albaceas que la espada que me regaló el Gran Mariscal de Ayacucho, se devuelva a su viuda para que la conserve como una prueba del amor que siempre he profesado al expresado Gran Mariscal.
Y cumplido y pagado este mi testamento y lo en él contenido, instituyo y nombro por mis únicos y universales herederos a mis hermanas María Antonia y Juana Bolívar, a saber: Juan, Felicia y Fernando Bolívar; con prevención a mis bienes deberán dividirse en tres partes: las dos para dichas dos hermanas, y la otra parte para los referidos hijos de mi indicado hermano Juan Vicente, para que los hayan y disfruten con la bendición de Dios. Testimonio así lo otorgo en esta hacienda San Pedro Alejandrino, de la comprensión de la ciudad de Santa Marta, a diez de diciembre de mil ochocientas treinta. SIMÓN BOLIVAR”.
La arenga que inmortalizó
la epopeya de Simón Bolívar
El 2 de agosto de 1825, a casi un año de la Batalla de Junín y año y medio de la Batalla de Ayacucho, el cura, abogado y político peruano José Domingo Choquehuanca aprovechó el paso del Libertador Simón Bolívar por el pueblo de Pucará con destino a Bolivia, para darle el saludo en medio de un histórico panegírico que lo inmortalizara a lo largo de los siglos:
“Quiso Dios de salvajes formar un gran imperio y creó a Manco Capac. Pecó su raza y lanzó a Pizarro. Después de tres siglos de expiaciones ha tenido piedad de la América y os ha creado a vos.
Sois pues, el hombre de un designio providencial. Nada de lo hecho hasta ahora se asemeja a lo que habéis hecho, y para que alguno pueda imitaros, será preciso que haya un mundo por libertar.
Habéis fundado tres repúblicas que en el inmenso desarrollo a que están llamadas, elevan vuestra estatura a donde ninguna ha llegado.
Con los siglos crecerá vuestra gloria, como crece la sombra cuando el sol declina”.
En pocas palabras, el político Choquehuanca elevó a todos los confines la gesta del Genio de América.
Víctor Matos