Víctor Matos
María Geralda Guerrero de Piñero, mejor conocida como Medarda Piñero, nació en Caricuena, La Grita, capital del municipio Jáuregui, el 13 de octubre de 1885 y falleció el 6 de enero de 1972 a la edad de 86 años, dejando una estela de santidad y servicio como hija dilecta de Dios y que entregó todos sus desvelos para hacer posible una vida mejor dirigida a los más necesitados.
Desde los 12 años se residencia en Seboruco, donde entrega su existencia al servicio de la caridad en favor de los enfermos y desposeídos y se le llegó a tener altísima consideración entre la gente humilde, a quienes se dirigía con un “Dios se lo pague mijitico”.
El 18 de mayo de 1969 la Cruz Roja Venezolana le otorgó el Botón de Oro concedido por sus méritos y beneficios distinguidos. Confió siempre en los pasos de la infancia del Niño Jesús a quien adoró hasta su muerte, acaecida en la ciudad de Barquisimeto, estado Lara, y sus restos fueron trasladados a Seboruco, en donde reposan en la capilla del Cementerio de Torcoroma, donde sus coterráneos la recuerdan como “la caridad hecha mujer”.
Para ella, se ha solicitado su beatificación por parte del Vaticano, que le otorgó la membrecía de Sierva de Dios, durante el papado de Juan Pablo II, y aquí a instancias del anterior obispo titular de San Cristóbal, monseñor Mario del Valle Moronta, y a instancias del director de Diario Católico, monseñor Nelson Arellano Roa, se formó un comité para alcanzar su santidad, instando la población a la información de las gracias o favores recibidos de esta excepcional mujer a la curia diocesana.
Su vida, es la historia hermosa de una mujer entregada al bienestar de su colectividad, especialmente auxiliando a los más despojados de la riqueza, ayudando a los ancianos y menesterosos, que recibieron de esta santa mujer el apoyo desinteresado hasta los últimos días de hálito, de su permanencia en estas tierras que reconocen su entrega total en el nombre de Dios para sus semejantes.
“Por la comunión de los santos y el perdón de los pecados, un crucifijo está presente en aquella cripta donde el aura de Medarda invoca encantos de una ánima libre de pecados y dueña de la santidad; los ancianos oran en silencio y las palabras hacen sus vuelos circulares en la plaza de Bolívar, mientras Seboruco de grandes memorias y recuerdos entona en sus corazones un himno por las promesas invocadas a Medarda Piñero para que les remedie necesidades, penas, angustias y verdades enteras”, señala el actual historiador y cronista de La Grita en un homenaje rendido a la ejemplar mujer con motivo de un aniversario más de su vuelo hacia el nido celestial divino.
“Trinidad Santa, Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, que hiciste de tu sierva María Geralda Guerrero de Piñero, fiel discípula de Jesús y como mujer, esposa y madre le concediste los dones de la pobreza, la humildad y sencillez para compartirlos y descubriste por medio del servicio al prójimo, concédenos el favor que te pedimos por su beatificación y la gracia de imitar sus virtudes y el gozo de que sea elevada a los altares para bien de tu Iglesia y gloria de tu nombre, por los siglos de los siglos, amén”.
Camino hacia su canonización
Medarda, beata y santa, amor de los pueblos. Así la consideró el escritor gritense Néstor Melani Orozo, quien agregó:
“Suenan las campanas y en la alborada del alba, Medarda camina por las calles del pueblo llevando rosas a la Virgen y pan a los pobres… Se abren los libros para su Beatificación, Voz de los azules ecos, cuando desde La Grita, ciudad del Espíritu Santo, imploró de amor su devoción y llevando en sus manos la imagen del Cristo de los Franciscanos, siempre perdonó y ayudó a los necesitados. Con sueños los feligreses caminan a la iglesia de Seboruco meditando en sus almas por Medarda, recuerdan sus milagros, recuerdan sus pasos y rezan al Dios de los cielos.
Seboruco cubre de flores sus ventanas y balcones por la Beata de los humildes, caridad hecha amor, mujer vestida de humildad eterna. Aún su cayado está guardado en la casa de los pobres y su manta blanca es el manto del cielo para cuando retornen las estrellas, la luna dibuje su imagen de santidad cada día en las voces de los pueblos y su ejemplo de ser única y verdadera.
Suenan las campanas y en la alborada del alba, Medarda camina por las calles del pueblo llevando rosas a la Virgen y pan a los pobres”, subraya Melani.
Tiempos después, monseñor Nelson Arellano Roa inauguró un asilo de ancianos en San Cristóbal con su nombre y lideró un movimiento para su canonización.
Víctor Matos