Han transcurrido 30 años de historia en la esquina de la plaza Ríos Reyna, punto de honor para degustar este helado donde el arequipe ahora es protagonista. Su hija, Rocío Vera, sigue la tarea aprendida
¿Qué es el raspado?
En México se le llama “Yuki”, en Puerto Rico “Piragua”, en el oriente de Venezuela su nombre es “Esnovol”, en la región centro occidental “Frappe”, por los estados Zulia y Falcón es “Cepillado”; en los Andes, en Táchira y en San Cristóbal se le conoce como “Raspado”. Sin importar cuál sea su apelativo, es el mismo sujeto: Un helado, compuesto por hielo troceado o rallado, con sirope, un líquido espeso azucarado de sabores variados.
En el estado Táchira recibe el nombre de “Raspado” por la peculiar forma de producirlo, en una maquina compuesta por un piñón que “raspa” el trozo de hielo con la ayuda manual de la fuerza del hombre.
La historia detrás de cada raspado
José Higinio Vera nació en las montañas de Delicias, municipio Rafael Urdaneta, en enero de 1954. Perteneciente a una familia de agricultores que decidió migrar a los llanos del sur tachirense. Allí creció, entre cultivos, ganado y trabajo para conseguir los alimentos del día a día.
A la edad de doce años él observó una máquina de piñón produciendo hielo bajo la fuerza de un hombre. No había visto antes un artefacto de tales características, por lo que le manifestó a su mamá que deseaba comprar una, que quiere trabajar con este equipo para dejar el campo. Ella, al escuchar esto, lo toma como la añoranza más de un niño y le pide que olvide el asunto.
De la construcción a la informalidad
El resto de su vida, Vera se dedicaría a la construcción, hasta 1995 cuando el país comenzaba a presentar un desequilibrio económico y social latente. Este tipo de trabajo se traduce en incertidumbre, pues no todos los días se podía contar con aquella labor para sustentar el hogar. En ese momento, ya él tenía ocho hijos.
Comentó que ese año llegó un evangelista adventista a su casa en el barrio Santa Elena, de El Mirador. El evangelista, más allá de realizar su labor religiosa, le mostró el producto que revolucionaria su vida en el futuro: El “Raspado”. Le enseñó cómo prepararlo, dónde y cómo venderlo. De inmediato optó por ir a una metalúrgica y comprar un carro de aluminio, equipado de un raspadero para hielo.
Los inicios en las calles de San Cristóbal
El 16 de febrero de 1995, José Higinio Vera emprende, con la proyección que alguna vez tuvo de niño. Para él, los primeros años fueron difíciles. Las ventas realmente no eran significativas, ni suficientes para mantener a una familia. No siempre estuvo establecido en la plaza Ríos Reyna, conocida como plaza Los Enanitos. El carro de aluminio debía ser empujado por las diferentes calles y avenidas de San Cristóbal, en búsqueda de clientes.
El frio lo transformaba de raspadero a pastelero
En el gremio heladero las lluvias representan ventas bajas, ya que los clientes desean consumir alimentos calientes, no helado. José Vera entendía este hecho, y en meses de lluvia, como junio y julio, bajaba la máquina de raspados del carro y montaba un calentador con pasteles y termos con café. A pesar de las dificultades, nunca pensó en desistir.
El producto toma su auge
En la Biblioteca pública Leonardo Ruiz Pineda, a un lado del parque Ríos Reyna, a mediados del año 2000, se comenzó a distribuir el ticket estudiantil, que subsidiaba el pasaje de los estudiantes de todos los niveles educativos en gran parte del estado. Fue en ese momento cuando Vera decidió tomar como punto estratégico de venta la plaza Los Enanitos. Desde ese momento, él recuerda que los estudiantes que compraban los tickets hacían filas para adquirir el raspado.
La máquina que adquirió en 1995 fue la misma que lo acompañó hasta el año 2008. En cierto momento tuvo un motor adaptado para facilitar el trabajo. Luego de ser vendida, se reemplazó por una de ingenio eléctrico, que se encargaba de moler el hielo sin la fuerza humana.
El relevo
En el año 2008, Vera, con 54 años, comienza a padecer de dolencias en las articulaciones y en la columna, a consecuencia de la fuerza que ejerció tras 18 años como “raspadero”. Decidió vender el negocio a su hija, Rocío Vera.
La actual propietaria y administradora de “Raspados Los Enanos” relató que desde niña recuerda a su papá trabajando con el carro de raspados. El primer rol que ella desarrolló allí fue llevarle el almuerzo a su progenitor.
Ella comenzó a encargarse del puesto, solo los fines de semana. Con el pasar de los días se hizo responsable a tiempo completo. Aprendió a realizar el producto meramente observando, cuando incluso, por su estatura, no alcanzaba la máquina para triturar el hielo y debía subirse sobre una silla para hacerlo.
En un primer momento, los raspados se preparaban con hielo molido, jarabe de kola, parchita, miel y una capa de leche condensada, hasta que hubo una escasez del último producto. La solución no fue dejarle de agregar la capa, sino substituirla por arequipe. Esto fue un éxito, tanto que se convirtió en la característica principal del producto.
Los líquidos e ingredientes necesarios para la elaboración del raspado los prepara uno de los hermanos de la familia, William Vera.
Los últimos años y la situación país
A pesar de la crisis económica por la que ha transitado la nación, comenta Rocío Vera que no han visto como opción dejar de lado la labor.
Frente a la crisis energética que azota a la región, se sobrelleva con una planta eléctrica que mantiene funcionando la maquinaria para atender a los clientes, quienes con paciencia esperan su turno.
El pasado domingo 16 de febrero se cumplieron 30 años de este emprendimiento tachirense. La tradición del helado a base de hielo, el raspado tachirense para calmar la sed. (José Daniel Vera / @josevera_22)