Regional
Seboruco, epicentro de solidaridad durante la crisis por el covid-19
12 de marzo de 2025
“Todos somos fundamentales en momentos de crisis. No esperemos a que sucedan tragedias para ayudar. Podemos sembrar esperanza todos los días”
Bleima Márquez
Se cumplen, este jueves, 13 de marzo, cinco años de la declaración de estado de alarma en Venezuela ante la pandemia del Covid-19 emitida por el Gobierno nacional.
En ese momento, las autoridades gubernamentales y las de salud tomaron medidas como el confinamiento en los hogares, suspensión de clases presenciales en todos los niveles de educación, restricción en la circulación de vehículos, suspensión de actividades y vuelos, prohibición de espectáculos públicos, y la obligatoriedad del uso de mascarillas.
Se ordenó la cuarentena para las personas contagiadas y quienes estuvieron en contacto con los enfermos, entre otras disposiciones para afrontar y procurar evitar en lo posible la propagación del virus.
A pasar de los esfuerzos, el Coronavirus, como también se le conoce, provocó la muerte de miles de personas en todo el mundo, incluso en nuestra nación.
Ocasionó grandes pérdidas materiales, daños en la economía y alteraciones emocionales en la ciudadanía del mundo entero. El Táchira no escapó de esta angustiosa realidad.
Solidaridad y esperanza
En medio de la crisis y el miedo provocado por la pandemia de Covid-19, y bajo un contexto poco alentador, surgió la hermandad y fraternidad de algunas personas, que dieron lo mejor de sí para ayudar y dar un aliento a los más afectados por este temido virus, incluso arriesgando su salud y hasta la vida. Ellos se convirtieron en héroes anónimos. Algunos dejaron de existir, y otros continúan vivos, obrando para dar a los más necesitados un rayito de luz en medio de las tinieblas.
Luisana García, actualmente trabajadora de la Universidad de Los Andes (ULA), junto a su familia y un grupo de vecinos, se convirtió en un símbolo de esperanza y solidaridad en Seboruco, su pueblo natal, uno de los 29 municipios del Táchira, ubicado en zona de montaña de esta entidad andina, justo en el área central.

A través de un esfuerzo conjunto con vecinos y amigos, Luisana lideró iniciativas que ayudaron a quienes más lo necesitaban. Hoy, comparte su experiencia y las lecciones aprendidas durante los momentos más difíciles de la pandemia, con el equipo de prensa de Diario La Nación. Su relato es un testimonio de resiliencia, solidaridad, y del espíritu de servicio que surgió en su comunidad ante la adversidad.
— Luisana, han pasado cinco años desde que se declaró el estado de alarma por la pandemia. ¿Qué recuerdos le vienen a la mente al pensar en esos primeros días?
— Fueron días de mucha tensión, incertidumbre y desesperanza, pero también de esperanza, y, sobre todo, un sentimiento de que estábamos entrando en lo desconocido. Recuerdo una fuerte sensación de que debíamos unirnos y ayudarnos mutuamente. Nunca imaginamos que viviríamos algo así, pero gracias a Dios, aquí estamos para contarlo.
— Usted y su comunidad organizaron una Unidad de Control y Apoyo en Seboruco. ¿Cómo surgió esta iniciativa?
— Todo comenzó con la preocupación de mi padre de crianza, Evelio Pérez, quien nos alertó sobre la gravedad de la situación. Nos dimos cuenta de que el ambulatorio local carecía de los recursos básicos, y decidimos actuar. Empezamos a tocar puertas, a buscar apoyo dentro y fuera de la comunidad.
Eso pasó días antes del momento más crítico cuando, estando en la casa nos advirtió sobre tiempos difíciles y la pérdida de muchas vidas en el pueblo. Este presentimiento nos impulsó a actuar. Junto a mi padre, tía Maura, Nurelvi, a quien recordamos con cariño y Dios la tenga en el reino del cielo, y un equipo multidisciplinario de voluntarios, comenzamos a organizar la ayuda. Todos fuimos médicos, enfermeros y personas de la comunidad, todos unidos por el deseo de servir. También junto a Luisnel y otro equipo de amigos.
— ¿Cuáles fueron los mayores desafíos que enfrentaron?
— La falta de recursos fue un gran desafío. No teníamos ni siquiera tensiómetros. Además, el miedo al contagio era constante. Pero quizás el mayor desafío fue ver la cantidad de personas que necesitaban ayuda y sentir la responsabilidad de hacer todo lo posible.
— ¿Qué lograron?
— Gracias a la asesoría de la doctora Rosita Paredes y el apoyo de enfermeros como Anita Pérez y Eri Valdús, logramos conseguir 10 manómetros y 26 oxímetros para distribuir en puntos estratégicos del municipio.
— ¿Cómo lo lograron?
— La solidaridad de los seboruquenses tanto dentro como fuera del país, fue fundamental. Hicimos un “pote a pote” y contactamos a nuestros hermanos seboruquenses en el extranjero y en Venezuela. Todos aportaron su granito de arena. La gente se unió de forma desinteresada, demostrando un espíritu de solidaridad que nos llenó de esperanza.
— ¿Cómo lograron movilizar a tantas personas para colaborar?
— La solidaridad fue clave. La gente respondió de manera increíble. Médicos, enfermeros, vecinos… Todos se unieron. La comunicación fue fundamental. Usábamos nuestros contactos, las redes sociales, el boca a boca. La gente nos llamaba cuando alguien necesitaba ayuda, y nosotros nos movilizábamos.
— ¿Qué papel jugaron las redes de apoyo fuera de Seboruco?
— Las redes de apoyo fueron esenciales. Los seboruquenses que viven en otros lugares de Venezuela y en el extranjero nos brindaron un apoyo invaluable. Gracias a ellos, pudimos conseguir equipos médicos, medicamentos y otros insumos necesarios.
— ¿Qué fue lo más difícil?
— El día más difícil fue cuando fallecieron cinco personas en un solo día. Eso nos sacudió a todos. La gente llegó de forma espontánea y solidaria, demostrando que sí se pueden hacer las cosas.
— ¿Cómo se organizaron?
— El papel de cada persona, desde quienes preparábamos los tés medicinales con plantas naturales, hasta los profesionales de la salud, fue fundamental. Todos lideramos desde nuestro conocimiento y capacidad de servicio. Dios nos protegió. Incluso cuando mi padre se contagió gravemente, nos animó a seguir adelante.
— ¿Cómo fue el trabajo en equipo?
El trabajo en equipo fue muy importante durante los duros días de pandemia. Cada uno desempeñaba un papel crucial en la ayuda a quienes los necesitaban. Mientras nosotros hacíamos los bebedizos, Luinel con otras personas organizaban en bolsitas como especie de kits de medicinas que se entregaban a los contagiados que no podían salir de sus casas. Todos nos preocupamos por cuidar de la salud de la gente del pueblo y de las aldeas, incluso las más lejanas.
— ¿Qué lecciones aprendió de esta experiencia?
— Aprendí que la solidaridad es una fuerza poderosa. Que incluso en los momentos más oscuros, la gente puede unirse y hacer cosas extraordinarias. También aprendí que cada uno de nosotros puede marcar la diferencia, sin importar cuán pequeño sea nuestro aporte.
— Cinco años después, ¿qué mensaje le gustaría enviar a la comunidad venezolana?
— Que no olvidemos lo que aprendimos durante la pandemia. Que sigamos cultivando la solidaridad, la empatía y el espíritu de servicio. Que recordemos que juntos somos más fuertes y que podemos superar cualquier adversidad. Todos somos fundamentales en momentos de crisis. No esperemos a que sucedan tragedias para ayudar. Podemos sembrar esperanza todos los días. Agradezco a Dios, al equipo de voluntarios y a todas las personas que apoyaron su labor. No es necesario pertenecer a una organización para hacer cosas grandes. Desde nuestro lugar, podemos ayudar a quienes más lo necesitan.
Los buenos somos más
A raíz de la labor social y la creación de la Unidad de Control y Apoyo en Seboruco, consolidado durante los tiempos de pandemia por Covid-19 gracias al esfuerzo de todos los hijos de ese municipio de montaña del Táchira, actualmente funciona el voluntariado “Los Buenos Somos Más”, que se mantiene activo para ayudar a los seboruquenses más necesitados.
Luisnel Guerrero, actual alcalde de la referida jurisdicción, fue uno de los promotores de esta iniciativa, y colaborador incansable durante la pandemia. Nos cuenta cómo gracias a las buenas voluntades y solidaridad en tiempos difíciles por el Coronavirus hoy funciona esta organización, próxima a cumplir cinco años, creada por los mismos lugareños. Hacen jornadas médicas, odontológicas, peluquería, entre otras tareas.
Subrayó que Seboruco es un municipio de un estrato no muy alto donde habitan muchas personas de escasos recursos. “Veíamos personas que no tenían para pagar ni el oxígeno, ni el oxímetro, y tal vez podían encontrar la bombona y comprar el oxígeno, pero entonces no había capacidad para los manómetros o el oxímetro, y así sucesivamente”, evocó Guerrero.
Contó a Diario La Nación las experiencias y logros alcanzados por este grupo durante los últimos cinco años, resaltando que nació como respuesta a la crisis provocada por el Covid-19 como un esfuerzo colectivo que transformó la atención médica en el pueblo y las aldeas de esa zona, al brindar apoyo a cientos de familias en los momentos más críticos de la pandemia.
Recordó a un grupo de voluntarios, entre los que se destacan Maura Pérez, Mercedes Rodríguez, Ivonne Mora, Evelio Pérez, Luisana García y la doctora María Rosa Paredes, quienes se unieron, junto a otros pobladores, para enfrentar la escasez de recursos médicos en el municipio. Con la recuperación de ambulancias y la organización de rifas, lograron recaudar fondos para adquirir manómetros, oxímetros y medicamentos esenciales, beneficiando a más de 300 familias de Seboruco.
El voluntariado no solo se limitó a la atención de pacientes COVID, sino que también se expandió para ofrecer jornadas médicas en las aldeas, incorporando a profesionales de diversas disciplinas.
Entre los colaboradores se encuentran la odontóloga Narly Pérez, la doctora María Alexandra Guerrero, Juan José Chacón, Virginia Pérez y otros médicos y psicólogos que se unieron a la causa. Además, se sumaron peluqueros locales para ofrecer cortes de cabello durante las jornadas.
Guerrero enfatizó la importancia de la organización y la solidaridad en la comunidad, destacando un caso emblemático en el que, a pesar de las adversidades climáticas, el equipo logró llevar oxígeno a un paciente en una aldea aislada. «La unión de todos puede lograr servirle a muchísima gente», afirmó.
De acuerdo con Guerrero, hoy, «Los buenos somos más» continúa su labor, ahora con el respaldo de la alcaldía, que ha asumido la responsabilidad de apoyar las jornadas médicas, permitiendo que el voluntariado siga brindando atención integral a quienes más lo necesitan. (Bleima Márquez)