A la cárcel por abusar de una menor durante cuatro años en Cúcuta
26 de abril de 2025
Carlos Orozco Carrero
En conversa agradable, de las que se suscitan en la plaza Jáuregui de La Grita, escuchamos al flaco Melitón pedirle a Cotofio que le tomara la tensión para ver cómo estaba aquel Jueves Santo en la tardecita. Se fueron al local recién inaugurado de la carrera 7 y nosotros los esperamos cerca de la hermosa Iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles. Al rato, llegaron los amigos y le pregunté a Cotofio las cifras que marcaba el tensiómetro en el brazo de Melitón. – Se tomó 2 para enfuertar el chimú, carretico.
Viene El Giro de Italia, caballeros. Emociones y disfrute en cada una de las etapas que nos regalan los paisajes más hermosos de Europa. Seguiremos aupando a los nuestros para regresar a los tiempos de triunfos en las viejas carreteras italianas. Me gusta mucho el ciclismo.
El Santo Padre Francisco ha dejado múltiples interpretaciones sobre sus actuaciones en nombre de la iglesia católica, amigos. Dios lo reciba en su reino celestial.
Ramón Fernando y el viejo Florencio pasaban todo el año esperando la llegada de la Semana Santa. Por eso lo intentaron otra vez para comprobar si era verdad que las botijas se abrían los Viernes Santo a las 3 de la tarde. Muchas morocotas en aquella molla enamoraban a cualquiera para atreverse a desafiar cualquier maldición por extraña que fuera. Esperaron todo el día y se dirigieron hasta el viejo molino que subía agua desde el rio hasta la pata del terreno donde terminaba el viejo cementerio del pueblo. Llegaron las 3 de la tarde y no ocurría nada. El equipo que alquilaron en la tienda de Hilarión no se manifestaba siquiera con un quejido que mostrara la presencia de metal alguno por el sendero que escurría los restos de tantos muertos y sus pertenencias. La brisa que filtraba a través de los tantos pinos que daban presencia al camposanto los fue apaciguando es sus ganas de la botija más apetecible de la comarca. Pensaron que eran casi las 12 de la noche cuando recordaron a qué habían ido hasta el grueso muro que separaba la presencia de la vida y la muerte. -Si se apagara la llamita de la vela se pudiera ver bien el rostro pálido y lleno de pelusa del anciano que les señalaba un brote de tierra húmeda con su dedo índice huesudo, pero eran resplandores fantasmales lo que sacaban más sombras que luces del lugar encantado, pensó Florencio. Despertó a Ramón y le señaló al viejito. –¿Cuál viejo, Florencio? Ramón no veía al desgarbado aparecido, y eso que estaba sentado casi sobre los feos pies desnudos de piel. El brote de tierra se abrió más y el recipiente con las monedas de oro se dejó apreciar mucho más, dejando a la vista el color hermoso del oro enterrado. El aparecido se esfumó y Ramón le insistía a su amigo para que se fueran del lugar, refunfuñando por no encontrar nada. Florencio entendió que la botija era para él solito. Se santiguó y le clavó el tuco del barretón en el corazón a su compañero de búsqueda. Parece que despejó un boquete en la pata del muro y con alguna dificultad empujó el cadáver de su amigo para dejarlo por dentro del cementerio. Casi todos en el poblado saben que la fortuna de Florencio tiene su origen maldito. Dicen que siempre camina mirando hacia atrás, como esperando encontrarse con su desaparecido amigo Ramón Fernando o con la horrible presencia del viejo del cementerio. En cada esquina, una historia.
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