Vehículo colisionó contra un carro y seis motos en Puente Real
30 de junio de 2025
Julieta Cantos
Dándole continuidad al artículo de la semana pasada, una de las cosas que más llama la atención es el hecho de que los análisis que se hacen en torno a esta guerra genocida, por parte de los líderes y analistas internacionales se refieren a una visión monetarista, bélica, una economía de guerra, de gobernanza corporativa sobre territorios conquistados, reservas de petróleo, subida y caída de los precios del mismo, sin mencionar en absoluto, el costo de vidas humanas, la ausencia de solidaridad y tolerancia, en fin la simpatía por el ser humano viviente. Una no presencia del derecho humano. Se evidencia la importancia del poder real para dominar y controlar economías, territorios, minerales, ubicaciones geopolíticas estratégicas.
Ya no se habla sobre lo que pasa en Gaza; el enfrentamiento Israel-Irán se posesiona con el primer lugar en una guerra genocida y fratricida. Los objetivos aparentemente varían, pero están concatenados.
Necesariamente surge la figura de Herman Kahn, quién en 1947 “fue el peso pesado de los Intelectuales de la Megamuerte, los hombres que, en los primeros años de la Guerra Fría, se dedicaron a pensar en lo impensable y a diseñar la estrategia para una guerra nuclear: Cómo prevenirla, o, si no se podía prevenir, cómo ganarla, o, si no se podía ganar, cómo sobrevivir. La experiencia de combate colectiva de estos hombres era prácticamente nula; su experiencia diplomática, menor, sin embargo eran categóricos al señalar que no se puede anunciar la disposición a iniciar un intercambio nuclear si no se está dispuesto a aceptar las consecuencias. Especulaban sobre la disuasión, la cantidad infinita de muertes, el panorama futuro. Y eso es lo que lamentablemente ha estado pasando sobre todo en esta última semana, con el agravante sorpresa de que los actos intimidatorios de Israel contra Irán fueron respondidos por Irán, la escalada alerta a los vecinos, sacando a relucir el dicho de “cuando veas las barbas de tu vecino arder, pon las tuyas a remojar”.
Lo más evidente es como las declaraciones de esos organismos que deberían servir para normar, dirimir, apaciguar, se vuelven destempladas, guerreristas y prácticamente hablan en función de los intereses de unos pocos. Lamentablemente esto es así desde siempre. Palestina fue uno de los antiguos territorios otomanos, que con el tiempo se convirtieron en Estados independientes excepto Palestina. Si revisamos el actuar del coloniaje, se observa como la Sociedad de las Naciones puso a Palestina bajo administración británica, en cuyo caso además de “la prestación de asistencia administrativa y asesoramiento” el Mandato Británico incorporó en 1917 la “Declaración de Balfour”, en la que expresaba apoyo al “establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío”. Durante el Mandato, de 1922 a 1947, tuvo lugar la primera ola de inmigración judía a gran escala a este territorio, proveniente principalmente de Europa Oriental: el número de judíos que inmigraron aumentó enormemente en la década de 1930 debido a la persecución nazi. Las reivindicaciones árabes a favor de la independencia y la resistencia a la inmigración judía desembocaron en una rebelión en 1937, tras la cual ambas partes recurrieron una y otra vez al terrorismo y la violencia. El Reino Unido consideró varias opciones para supuestamente facilitar la independencia a esa tierra devastada por la violencia, y en 1947 acudió a las Naciones Unidas para que resolvieran el problema de Palestina. Es decir, lo deciden terceros, nunca los países directamente afectados, terceros que deberían mediar con objetividad, pero que se alinean con los intereses corporativos; tal como pretenden hacer con el Esequibo… Por cierto, también colonia británica en su momento.
Tras estudiar distintas alternativas, las Naciones Unidas propusieron poner fin al Mandato y dividir Palestina en dos Estados independientes, uno árabe palestino y otro judío, y que Jerusalén quedara bajo un régimen internacional (resolución 181 (II), de 1947). Uno de los dos Estados previstos proclamó su independencia en 1948 con el nombre de Israel y en la guerra que siguió ese mismo año con los Estados árabes vecinos ocupó el 77 % del territorio que había tenido Palestina bajo el Mandato Británico, incluida la mayor parte de Jerusalén, zona históricamente palestina. Paradójicamente ningún organismo actuó en este caso con autoridad. Más de la mitad de la población árabe palestina fue expulsada o huyó del territorio del nuevo Estado.
El resto del territorio asignado al Estado árabe por la resolución 181 quedó bajo el control de Jordania y Egipto. En la guerra de 1967, Israel ocupó esos territorios (la Franja de Gaza y la Ribera Occidental), incluida Jerusalén Oriental, que posteriormente anexionó. Esta guerra provocó un segundo éxodo, de aproximadamente medio millón de palestinos. En su resolución 242, el Consejo de Seguridad formuló los principios de una paz justa y duradera, que incluía la retirada israelí de los territorios ocupados durante el conflicto, una solución justa del problema de los refugiados y la terminación de todas las situaciones de beligerancia o alegaciones de su existencia. Nada de esto pasó. Puras formulaciones sin efecto ninguno.
Para que no queden dudas, los datos fueron tomados directamente de la página oficial de la ONU. Continuaremos la próxima semana.
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