Opinión

El comercio transfronterizo informal

2 de julio de 2025

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Mario Valero Martínez

“Compre venezolano” fue un eslogan publicitario desplegado en la década de los años setenta y principios de los años ochenta del siglo pasado, por comerciantes asentados en la geografía fronteriza del occidente venezolano, en especial del estado Táchira, para tratar de incentivar el consumo en mercados regionales y contener la avalancha de compradores venezolanos que se movilizaban diariamente a las vecinas ciudades colombianas. El eslogan encajaba en el contexto geopolítico marcado por la conflictividad bilateral, originada básicamente en el reclamo colombiano por la delimitación de las áreas marítimas al noroeste del Golfo de Venezuela y la efervescencia de corrientes institucionales y movimientos de opinión con acentuadas posiciones nacionalistas, algunos opuestos a toda relación vecinal ¿Slogan fortuito? Poco probable en medio de aquellos escenarios nacionales. En cualquier caso, la estrategia geo-comercial de los actores locales recurría, igualmente, al estimulo de la sensibilidad nacionalista para atraer a clientela “nativa”, aunque en verdad, gran parte de los productos ofertados no tenía el sello de garantía, hecho en Venezuela. Simultáneamente, se denunciaba la circulación de mercancía proveniente del contrabando fronterizo, asociada con frecuencia al crecimiento del comercio informal en ventas ambulantes y callejeras, regentadas por buhoneros, o en improvisados locales y en las bodegas de los barrios populares.

En estos escenarios se argumentaba, sin evidencias consistentes, que las movilidades humanas y el comercio informal fronterizo eran las causas fundamentales de la ralentización y el estancamiento del comercio legal, afectado, en suma, por la competencia desleal de actividades comerciales que no cumplían con las reglamentaciones establecidas para el mercadeo formal. Visto así, en las fronteras vecinas se enfocaba el problema, lo que probablemente se utilizaba como soporte para justificar la propuesta persuasiva prevista en el slogan en cuestión. A pesar de estas circunstancias, las prácticas comerciales se desenvolvían en ámbitos regionales estables y reglas del juego claramente definidas. Y, contrario a lo argüido, en algunos municipios fronterizos se consolidaban competitivos y complementarios espacios comerciales y se expandían pequeñas y medianas empresas que atendían las demandas binacionales, en ciertos casos, traspasaban sus entornos comerciales inmediatos.

La campaña alrededor del “Compre venezolano” no logró la efectividad deseada por sus promotores, al menos por tres razones, pensamos: En primer lugar, porque se cumplía una sentencia básica en las interacciones humanas transfronterizas, y es que la gente en las cercanías limítrofes, consume y comercia donde obtiene mejores beneficios y ventajas formales e informales, obviando nacionalidades y sentimientos patrioteros; esta ha sido en parte, la historia relacional en las fronteras habitadas de Venezuela y Colombia. En segundo lugar, porque independientemente de estas circunstancias, las movilidades humanas y el comercio en todas sus modalidades no obedecían sólo a impulsos humanos transfronterizos, eran esencialmente el resultado de complejas situaciones, determinadas en gran medida por las implicaciones y los impactos regionales derivados de la aplicación de políticas nacionales y las desencadenantes repercusiones en las dinámicas fronterizas que no estaban desligadas de los efectos ocasionados a las condiciones de vida de la gente. Y, en tercer lugar, se dejaba entrever, por una parte, la escasa capacidad creativa y las debilidades de los agentes comerciales para expandir sus negocios y competir en mercados locales y regionales de alcances binacionales, tal como se aprecia en el slogan nacionalista del “Compre venezolano”. Por otra parte, se simplificaba de manera equivocada el enfoque de la problemática planteada al invertir el axioma; lo considerado como causa perturbadora para el comercio formal, por ejemplo, la informalidad comercial en todas sus variantes, o los movimientos masivos a ciudades fronterizas colombianas, eran en realidad las consecuencias generadas por factores estructurales o coyunturales vinculados casi siempre a las políticas económicas nacionales.

Esta ha sido una tendencia predominante, y hoy se observa el mismo patrón en voceros gremiales, agentes comerciales, así como en algunos estudios especializados en temas fronterizos, aun cuando el panorama venezolano es radicalmente distinto al de las décadas de los años setenta y ochenta del siglo pasado. Los vendedores informales, en todas sus modalidades, se vinculan indiscriminadamente al contrabando, en tanto que las fronteras se identifican como los espacios del tránsito ilícito, señaladas con frecuencia y sin rubor como causantes principales de las distorsiones que afectan y amenazan al comercio formal y la supuesta estabilidad económica de las entidades fronterizas. Una vez más, las consecuencias, se presentan como causas.

Quienes así lo asumen equivocan la mirada, al descartar el impacto de las políticas nacionales en los complejos y abruptos cambios generados en la geografía fronteriza venezolana en los 25 años del presente siglo. Suprimen en sus denuncias la profunda crisis nacional que ha trastocado todos los ámbitos de la sociedad venezolana; obvian la confiscación de los derechos económicos, civiles y políticos, la crisis humanitaria compleja, así como la carencia de oportunidades, los precarios salarios y demás necesidades sociales. Y en el caso particular que nos ocupa, evaden mencionar el impacto causado por las políticas fronterizas y el uso geopolíticos de estos espacios en las conflictividades binacionales; un conglomerado situacional que ha conllevado al cierre de comercios formales en municipios fronterizos y la emigración también de los empresarios locales. Por tanto, la informalidad en todas sus variantes es la consecuencia que se expande en los paisajes venezolanos. Hoy, sin duda, las actividades comerciales informales y las fronteras, son tablas de salvación frente a la precariedad vivida por muchos.

Demonizar el comercio informal, no parece la vía más adecuada para abordar un tema tan complejo que requiere sencillas explicaciones. Además, es un tópico sobre el que se debate, sin prejuicios, desde hace décadas en campos interdisciplinarios, organizaciones internacionales y gremios, destacando la importancia de la economía informal en términos generales y del comercio en particular para el desarrollo local y regional. En estos contextos varias tendencias apuntan a diferenciar, por ejemplo, entre comercio informal y las actividades ilícitas del contrabando, o se valoran las híbridas transacciones en canales de negociaciones que se establecen entre el comercio formal y la informalidad en la oferta de productos y servicios, como parte de unas geografías comerciales en las que no están ausentes las innovaciones alimentadas por las tecnologías de la información. Los mecanismos son múltiples, y en el caso de las fronteras venezolanas con Colombia, hemos realizado estudios para identificar canales comerciales no convencionales en los intercambios no formales, construidos en las cotidianas relaciones transfronterizas. Este es un campo abierto, que debería ser objeto de atención por gremios y agentes especializados, indispensables hoy, para la comprensión de los densos cambios que experimenta el comercio en diferentes escalas territoriales y seguramente útil para la interpretación dinámicas fronterizas y en especial nuestra abatida situación venezolana. @mariovalerom

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