Hogan Vega y Dorli Silva
Covey (1989), autor del libro “Los siete hábitos de la gente altamente efectiva”, pronunció la frase: “Lo más importante es que lo más importante sea lo más importante”. Dicha máxima, bien cultivada, facilita los caminos que Dios obsequia toda vez que se vive cada día. De ahí que la vida es el valor más básico que sustenta a todos los demás valores. Sin vida no se puede perseguir ningún otro valor, ni alcanzar ningún objetivo. La vida es la base de todo lo que se hace, y es algo que todos comparten. Es un valor universal que trasciende las fronteras culturales y religiosas.
Por tanto, la afirmación de Covey es una forma brillante de expresar el poder que tienen las prioridades claras. Es fácil dejarse llevar por la rutina diaria y perder de vista lo que realmente importa. Cuando se asegura que las acciones se alineen con los valores fundamentales y objetivos a largo plazo, se crea un sentido de propósito y dirección. Esto significa que se deben identificar sus valores fundamentales; es decir, ¿qué los motiva realmente?, ¿cuáles son sus principios?, ¿que los obliga a establecer metas significativas? Se debe comparar si sus metas están alineadas con sus valores o son solo presiones externas las que llevan a contextos no acordes con sus valores. Por tal motivo, a decir no a las distracciones, y dedicar tiempo y energía a lo más importante.
Es decir, todo empieza con la motivación; es esa chispa inicial la que impulsa a hacer un cambio o a perseguir una meta. Puede provenir de fuentes diversas; por ejemplo, la motivación intrínseca, conocida como el impulso que nace del interior, donde sus pasiones, intereses y deseos de crecimiento personal, suelen ser poderosos y sostenibles. En segundo lugar, la motivación extrínseca, a través de recompensas o presiones externas, tales como elogios, reconocimientos o evasión de consecuencias negativas. Si bien es efectiva a corto plazo, suele ser menos sostenible que la motivación intrínseca. Sin embargo, es importante recordar que, si bien la motivación impulsa al comienzo, son la disciplina y el hábito los que mantienen la marcha cuando la motivación decae.
En esencia, la motivación es un ciclo poderoso que impulsa el esfuerzo inicial por cultivar una actitud positiva, lo que a su vez ayuda a mantener el enfoque en lo más importante, una vida más plena y con propósito. En otras palabras, captada la esencia de dar vida a las ideas, no basta con tenerlas; hay que vivirlas, trabajarlas y abordarlas con la actitud adecuada. Por consiguiente, vivir la idea significa sumergirse por completo en ella. Va más allá de solo pensarla; se trata de encarnar la idea, dejar que guíe las acciones y creer verdaderamente en su potencial. Esto puede implicar a la pasión y la convicción de sentir una conexión profunda con la idea, para convencerse de su valor. Del mismo modo, una reflexión constante, sin que se deje de pensar continuamente en la manera de refinar y mejorar la idea en situaciones cotidianas, logra integrarla en la rutina diaria y en los procesos de toma de decisiones.
La puesta en práctica de la teoría, para trabajar la idea, necesita de un esfuerzo diligente, planificación y ejecución. Una idea, por brillante que sea, solo es un pensamiento sin acción. Esta fase implica planificación y estrategia, para que se desglose la gran idea en pasos viables, mediante un esfuerzo constante. Ello implica trabajo duro, incluso cuando sea difícil, y los problemas los acorralen, pero hay que seguir adelante; de esa forma, se identificarán obstáculos y se encontrarán soluciones creativas para superarlos, a traves de la flexibilidad y la disposición para ajustar el enfoque, en la medida en que se aprende y se crece.
Visto desde esa perspectiva, tener actitud lo unifica todo; es el motor que sostiene, durante los altibajos, la cristalización de una idea. Una actitud positiva y resiliente ayuda a aceptar los desafíos, para ver los contratiempos como oportunidades de aprendizaje y crecimiento, no como fracasos. Ello con el objeto de mantener la perseverancia para seguir adelante, incluso cuando la motivación decaiga o el progreso parezca lento. En ese mismo orden de ideas, mantener la mente abierta, y ser receptivo a la retroalimentación y a las perspectivas nuevas, cultiva la convicción de tener una fe inquebrantable en la idea y en la capacidad para hacerla realidad.
Ahora bien, las ideas hay que vivirlas, trabajarlas; en este sentido se comprende que la actitud es una práctica, no un rasgo fijo; es algo en lo que se trabaja; no es algo que se activa una vez y se olvida. Es una práctica diaria, un ajuste constante y una decisión que se toma, especialmente cuando se enfrentan desafíos. Así como un músculo se fortalece con el ejercicio constante, la mente y el espíritu se vuelven más robustos, en la medida en que practican, activamente, la positividad y la resiliencia. Cada vez que se elige ver el lado bueno, se aprende de un revés o de una caída; se hace una repetición que contribuye a esa fortaleza mental. No es algo que se logra de la noche a la mañana, sino a través de un esfuerzo continuo y consciente. Cuanto más se hace, más fácil y natural se vuelve. Esto implica cosas como dedicar una atención plena, para ser consciente de los pensamientos y de la manera en que se moldean los sentimientos. Es una búsqueda constante de aprendizaje para ver las situaciones, desde una perspectiva más constructiva, con mucha gratitud, y una personalidad centrada en lo que se tiene, en lugar de pensar en lo que hace falta.
De hecho, la actitud no es algo innato e inmutable, sino una práctica constante y una habilidad que se trabaja y se desarrolla con el tiempo. No se nace con una actitud fija para toda la vida; más bien, se cultiva y moldea a través de las experiencias, pensamientos y respuestas diarias. Así como un atleta entrena sus músculos o un músico practica su instrumento, se puede entrenar la mente, para que adopte y mantenga una actitud que beneficie, a la conciencia, para que se reconozca cómo se siente la persona, así como la razón de ello. También se adiestra en la elección de saber responder a las situaciones, incluso las difíciles; tener persistencia para mantener el esfuerzo, especialmente cuando es un desafío. Sin duda, la actitud es el resultado de un esfuerzo continuo y consciente.
Un autor anónimo señaló: “La belleza está en el interior, y la actitud es la llave para abrirla”. Ello significa que la belleza verdadera no se encuentra en la apariencia física, sino en la esencia de una persona, en su carácter y sus virtudes internas. La actitud, ya sea positiva, amable, segura, es la que permite que esa belleza interior se manifieste y se proyecte hacia el exterior, para hacerla atractiva y valiosa. En esencia, la frase destaca la importancia de la actitud, como un factor clave para revelar y experimentar la belleza que reside en cada individuo.