Opinión

¿Bailoterapia para periodistas?

7 de julio de 2025

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Antonio Sánchez Alarcón

¿Qué relación podría haber entre el periodismo y la bailoterapia? ¿En qué código profesional se insinúa que la mejor forma de honrar a los comunicadores sociales es con bailantas universitarias? La sola pregunta expone el absurdo. Y sin embargo, hay quienes insisten en convertir una fecha de reflexión crítica en una coreografía festiva. Un gesto que, en medio del delirio tropical, revela una profunda desconexión con el oficio y una claudicación intelectual.

Celebrar el Día del Periodista con reguetón y zumba es como rendir homenaje a los médicos con un torneo de ping pong. Hay disciplinas que demandan solemnidad, pensamiento, revisión de principios. Y pocas como el periodismo, urgido hoy más que nunca de reflexión, formación y compromiso.

Gabriel García Márquez, que fue reportero antes que novelista, lo dijo sin rodeos: “El deber revolucionario del periodista es decir la verdad”. No hay lugar aquí para la evasión. Para él, el periodismo era una forma de militancia contra la ignorancia, una lucha ética y estética por comprender el mundo y contarlo. No una excusa para el entretenimiento ni un respiro lúdico.

Pero en muchas facultades se prefiere evitar las preguntas duras. Se opta por la fiesta superficial, el acto sin contenido, el simulacro de comunidad. Y mientras el mundo exige pensamiento crítico, los futuros periodistas son distraídos con transpiración y música.

Neil Postman advirtió hace décadas que la cultura moderna estaba empezando a “divertirse hasta morir”. Lo que antes se debatía en foros o aulas, ahora se disuelve en espectáculos. Y el periodismo, que debería resistir esa lógica, corre el riesgo de convertirse en otro engranaje de la industria del entretenimiento. La noticia como show, el periodista como influencer, el pensamiento como estorbo.

Vargas Llosa, en La civilización del espectáculo, fue aún más severo: Una sociedad que convierte el entretenimiento en valor supremo, degenera en superficialidad y desinterés por la verdad ¿No es eso lo que ocurre cuando se prefiere una fiesta antes que una conversación seria sobre el oficio?

Resulta casi insultante que el homenaje a generaciones de periodistas que enfrentaron censura, amenazas o exilio se reduzca a una actividad distractora. Como si el ejercicio del periodismo pudiera celebrarse con música y no con pensamiento. Como si investigar la verdad mereciera una selfie con filtro festivo como recompensa.

No se trata de negar la alegría. Pero hay momentos y espacios donde el festejo debe ser coherente con la responsabilidad histórica. Y hoy, el periodismo necesita menos luces de fiesta y más luces encendidas en el pensamiento. Si la academia trivializa sus ritos fundacionales, traiciona no solo al periodismo, sino a la sociedad que debería servir. El oficio no pide aplausos vacíos, sino rigor, humildad y conciencia crítica. Y ese, no otro, debería ser el verdadero motivo de celebración.

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