Porfirio Parada *
La tierra para abrazar con el pensamiento. La mirada para refugiarse con el viento. Tenemos responsabilidades, oficios, y objetivos, mientras tanto la vida de las montañas suena y se queda en silencio. Desconozco mucho el estado Táchira, sus pueblos, sus caminos escondidos, el senderismo, sus pozos, su monte de tantos colores, pero quiero seguir conociendo, dejándome sentir por lo andino, por su cuerpo desnudo que envuelve corazones y sentimientos. En enero escribí sobre Capacho, su tradición con Los Reyes Magos, ahora escribo sobre Palo Gordo, pero no es Palo Gordo que queda en el municipio Cárdenas sino arriba en la montaña por Capacho, un pueblo que uno nunca olvida.
Hace poco tiempo conozco ese camino, esa zona, ese refugio, camino al Monumento Cristo Rey, una vía desconocida para mí, la calle subiendo, entre varias calles, antes de subir hay un mercado los fines de semana, calle subiendo, calle bajando, seguir para San Antonio, regresar para San Cristóbal, se puede ver los negocios y las panaderías, parada de moto taxi antes de subir. Se escuchan carros y motos subiendo y mientras uno sube se empieza a sentir el cambio de clima, el cambio de geografía dentro de la misma geografía, hay un aviso para el Monumento Cristo Rey a la derecha y para la izquierda hay un camino como entrando a un bosque, el eco del viento, de los árboles, de la brisa, eco del viento que empieza absorber la mente y el cuerpo, piedras grises por los siglos, inicia el recorrido de un caserío, casas de montaña se empieza a ver, y uno sigue sintiendo.
Las nubes se asoman y bajan, descienden, las nubes se muestran y se pierden, desaparecen, las nubes se transforman en neblinas que recorren el cielo, las paredes, los campos y las tierras de Palo Gordo. El frío es parte de las nubes y de la neblina, la vegetación es viva como los animales que se ven en el sector, desde aves hasta vacas y becerros pasando por las calles que, por donde pasan también las motos. El caserío se divide, se fragmenta, por caminos en constante subida, donde se ven casas entre otras casas, bodegas, bodegas que son casas, entre cercas, portones, se siente un aire puro, una luz limpia, el sol calienta, pero el viento es frío de agua, mientras más uno sube uno ve otras montañas cerca y lejos, hay montañas verdes, verdosas, pero otras marrones, color arena, montaña con un cromatismo de colores que sorprende la vida y los ojos, un espectáculo visual que solo se ve en Palo Gordo. Montañas que si uno ve más lejos ya sería la división invisible de la patria colombiana. Por ahí están las famosas piñas que se venden en el pueblo.
Mirar las montañas, las otras montañas, mirar las montañas donde se está es una experiencia relajante, suaviza el pensamiento y descarga la vida. Dejarse llevar por el monte de Palo Gordo y seguir subiendo para encontrarse a un bosque adentrándose a la llegada del monumento pero no por el camino convencional sino por este caserío que escribo, la neblina tiene olor a madera y pino, tiene olor a verde y humedad, hay una carretera Cristalinas, hay un pozo, la fuente de vida está en ese sector, el milagro y la flora, posada de piedras que no conozco, caminos que me faltan por conocer, pero escribiendo esto sueño en neblina y lo exploro mientras lo escribo. Me falta más recorrido, pero lo vivido me siento agradecido por poder estar en estas tierras tan benditas por el Creador y por el hombre, tierras que forma la misma tierra y los pájaros, que hace vivir los vientos y el silencio, el rayo de luz que se filtra entre los árboles frondosos.
Me despido de esta escritura, pero no me voy de esta tierra, aunque escriba en San Cristóbal. Ser de los andes y ser rico de montaña y naturaleza, es enamorarse de la faena de los animales, es vincularse con la memoria del pasto que sigue creciendo. Las frutas y las plantas crecen como nunca, el campesino es disciplinado y emprendedor, los niños juegan con la naturaleza y se ríen de su propia belleza. Y cuando uno baja otra vez, cada mañana, o en la noche, el panorama, el espectáculo, de las casas, las luces encendidas entre la neblina nuevamente. Se ven las casas entre el relieve y el movimiento de otras entre montañas divididas por otras montañas por otras tierras, tengo que volver a subir a Palo Gordo para seguir sintiéndome libre, para seguir descubriendo para seguir viviendo el Táchira, de uno y de todos.
*Licenciado en Comunicación Social
*Locutor de La Nación Radio