Regional
“Ya el milagro está hecho”
miércoles 13 agosto, 2025

El 18 de julio, el joven de 32 años, estilista de oficio, oriundo de Capacho-Independencia, pisó el suelo del aeropuerto internacional de Maiquetía. Transcurridos 27 días, ya en tierra tachirense se siente fortalecido, dice que no guarda rencor, pero pide castigo para quienes le hicieron tanto daño. Ahora vive más aferrado a Dios. Aquí, parte de su historia que él narra en primera persona
José Luis Guerrero Sánchez
I
La aguamiel de la nona Elena
El sonido de muchas llaves a la vez, no lo tolero. Tampoco el roce de algunos metales. No lo sé explicar. Me recuerdan el sonar de las esposas, ese ruido que los guardias del Cecot hacían, todo el tiempo. Me cuesta familiarizarme con esos ruidos.
Días atrás dormía en casa, y mi mamá, por cariño, me tocó los pies para arroparme. Me desperté sobresaltado. Eso me causa shock. Lo relaciono con tantas agresiones sufridas, tantos golpes en mi cuerpo. Es como si me fueran a agarrar para golpearme, a halar para hacerme daño. Sé que es un daño psicológico, que afecta mi salud mental.
Durante cuatro meses y dos días, escuché esos ruidos en el Centro de Confinamiento del Terrorismo, Cecot, en el módulo 8. Es la obra de Nayib Bukele, el presidente de El Salvador, para encerrar a los pandilleros y acabar con la delincuencia de ese país, como él lo ha dicho. Nunca le presté atención, y la vida me llevó a conocerlo en primera clase el 15 de marzo de 2025. Eso no se lo deseo a nadie. Es el infierno aquí en la tierra.
Yo, Andry José Hernández Romero, a mis 32 años de vida, encerrado, preso, sin cometer delito alguno. Veo las 80 camas de lata, distribuidas en tres niveles; el tobo rojo del agua para beber, los dos baños, las paredes, el techo y las rejas de hierro. Solo tenía en mis manos la biblia Reina Valera, la palabra de Dios que me acompañó y fortaleció en esta prisión.
El módulo 8 está dividido en dos grandes bloques: el ala A, con las celdas de la 1 a la 8 a la izquierda, y a la derecha, de la 25 a la 32. En el centro, el área médica, las celdas de aislamiento o de castigo que todos llamamos la isla. El ala B, tiene a la derecha las celdas de la 9 a la 15 y, a la izquierda de la 16 a la 24.
Mi historia, en cinco de esas celdas. Primero la 13, la del llanto, la del horror, de comenzar la pesadilla, de no entender lo que estaba pasando; encerrado junto a 10 hombres. De allí a la 4, luego de nuevo a la 13, después a la 9, me llevan a la 25, me regresan a la 9, finalmente a la 8, con 18 compañeros, dos de ellos tachirenses, uno de San Antonio y otro de Umuquena, es de allí de donde salí a la libertad. Son cambios que cuando ellos, los guardias, quieren hacerlo lo hacen y aprovechan para golpear, para amenazar, para decir vulgaridades, para hacer mucho daño.
El 24 de mayo de 2024 tomé la decisión de irme a los Estados Unidos. Un beso a mi mamá, Dolores Alexis Romero de Hernández, un beso a mi papá, Luis Felipe Hernández, otro para mi hermano Luis José Hernández Romero, y para Reina Cárdenas, mi amiga del alma. Me fui solo; bueno, con Dios, con los santos, con mis recuerdos. Tres días y medio para cruzar la Selva del Darién, en Panamá. Ver el cuerpo en descomposición de un hombre, otro de un niño, me golpearon el alma. ¡Otra experiencia fuerte en mi vida!
Integrado a un grupo de venezolanos y colombianos, seguí adelante. El tercer día yo estaba débil. Me desmayé. Ellos, Juancho, Pedro, La Gorda, Alex, me ayudaron, me dieron agua, panela. Me revivieron. Los llamo los cómplices de la odisea, de cruzar siete países de Centroamérica en busca de objetivos, de metas, de sueños.
En México, Alex, el pana de Colombia, me insistió que me quedara en Ciudad de México, pero yo dije que no. Mantengo una relación con un hombre que está en los Estados Unidos. Mi objetivo era llegar a ese país y estaba muy cerca de alcanzarlo.
El 29 de agosto de 2024 me presenté ante los agentes de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos en el cruce de San Ysidro tras solicitar una cita, como lo hicieron decenas de extranjeros. Pedí asilo por motivos de persecución por mi orientación sexual y opiniones políticas. Pero las autoridades estadounidenses me acusaron de pertenecer al Tren de Aragua, basándose en la interpretación de los tatuajes de las dos coronas en las muñecas de mis brazos. Me dejaron detenido en un centro de migración por varios meses. No disfruté un solo día de ese país.

¡Dios santo, tantas cosas en 13 meses de mi vida! Valorar la arepa de harina de maíz, rellena de queso y jamón, con mayonesa, que me hizo mi madre al regresar a casa el 22 de julio pasado. Me la comí con tanto gusto, acompañada de una taza de aguamiel, la que me enseñó a tomar mi nona Elena. Para mí, eso es lo mejor de la vida. Allá, en la cárcel, todos los días nos alimentaban con arroz, tortilla y caraotas. Dejaban los recipientes con la comida en el piso, a la entrada de la celda. Cada uno agarraba la suya y a comer con los dedos.
Yo me fui pesando entre 75 y 76 kilos, regresé con seis kilos menos. Debo recuperar mi peso. Me veo muy delgado. Mi mamá me hace comer de todo. ¡Tanto cariño de mi madre! Estoy recuperando mi condición física, mi estabilidad emocional, mi salud mental.
Nosotros comíamos y nos bañábamos dentro de la celda. El día del abuso sexual, fue porque me estaba bañando fuera de la hora permitida, me dolía la cabeza, y los guardias me vieron. Tanto abuso de poder.
Nunca hubo contacto con los presos de El Salvador. A muchos de los Mara –pandilleros de El Salvador- sí los vi varias veces que pasaron frente a la celda donde yo estaba, y tenían tatuajes por todos lados de su cuerpo, era mucha tinta sobre la piel: en la cara, pecho, espalda, brazos. Entiendo que cada tatuaje representa un ascenso en sus acciones delictivas. Yo tengo nueve tatuajes, distribuidos en los brazos, piernas y muñecas que me hice durante tres años. Son figuras de una flor, una culebra, una rosa, pero los más polémicos son los dos que están en las dos muñecas de mis brazos: en la derecha, la palabra Mom, con una corona, y en la izquierda, la palabra Dad, y otra corona. Papá y mamá en inglés.
Me las hice aquí en Capacho Nuevo, en honor a mis padres y a la fiesta de Los Reyes Magos. Nunca pasó por mi mente que sería el pase directo a la cárcel de máxima seguridad. Para las autoridades de los Estados Unidos, valen cinco puntos de peligrosidad. Muchos de los compañeros de celda no tenían ni un tatuaje, y pensar que por eso nos tildaron a todos de pertenecer a El Tren de Aragua, como delincuentes.
II
La palabra de Dios
Recién llegados al Cecot pedíamos a gritos una biblia y a alguien que nos leyera la palabra de Dios, para al menos desahogarnos y estar más tranquilos. Nos dieron, a cada uno de nosotros, una biblia, de edición Reina Valero, la convencional de la Iglesia cristiana-evangélica, y asignaron a un preso común, que es un pastor evangélico. Era Wladimir, pero le llamábamos pastor o varón. Él nos leyó la palabra todos los días. Yo me aferré mucho a Dios.

En las mañanas, el pastor iba a leer los proverbios, que están enfocados uno para cada día, y la palabra del Señor. Nosotros discutíamos para entender el mensaje de Dios. Por la tarde, él regresaba a leer la lectura. Creo que leímos casi toda la biblia. Es una lástima que no permitieron traerla.
Ahora, reflexionando sobre la presencia de Dios, estoy muy ligado al pastor evangélico y soy creyente católico. Comparto estos momentos en ambas religiones. Me criaron en la Iglesia católica, mi vida está ligada a esta Iglesia; pero allá, preso, leyendo la Biblia, escuchando al pastor, me gustó esa religión, entonces quiero pertenecer tanto a la católica como a la evangélica cristiana que de una u otra manera fue la que me resguardó en ese lugar. Nunca hubo un sacerdote.
Con mi familia debo pagar dos promesas religiosas: A la Virgen de la Consolación y el Santo Cristo de La Grita. Oré mucho a ellos, con toda mi fe, y mi familia también lo hizo. Dios, sí existe. Él siempre estuvo allí cuidándonos.
III
“Ya el milagro está hecho”
El jueves 17 de julio, un día antes de la liberación, el señor que nos surtía el agua nos dijo: “Hoy se van”. Chévere. No nos ilusionamos tanto, porque ya nos habían engañado. El que traía la comida lo repitió, pero no le creímos. Pero cuando llegó el pastor, en la tarde, se ubicó en el centro del módulo, para abarcar con sus palabras todas las celdas de las alas A y B. Él estaba diferente, nervioso. Su voz no le salía. Le costaba hablar y le vimos con los ojos aguados.
“Ya el milagro está hecho. Mañana –jueves 18 de julio- será el nuevo día para ustedes”, dijo. Leyó la palabra y se marchó. Yo le creí. Había confirmado lo expresado por los dos trabajadores.
Por la madrugada, entre las dos y tres de la mañana, comenzamos a escuchar ruidos de muchas personas, de vehículos encendidos, toques de cornetas. De repente abrieron el módulo, nos dieron 20 minutos para bañarnos, y ordenaron quedarnos en bóxer y esperar de pie, de espaldas a una pared. Luego nos vestimos, llegan reporteros, fotógrafos. A mí me tomaron varias fotos. Había mucha alegría, estábamos felices porque saldríamos de allí. Los 19 hicimos el círculo de oración, lloramos, dimos gracias a Dios. Son momentos de mucha emoción, pero aún había dudas.

Nos llevaron a un autobús. Entre nosotros todo era silencio. De repente aparece un señor, de contextura gruesa, moreno. Yo estaba muy asustado. Él dijo: “Buenos días, chamos”. Nos miramos y yo dije: ‘Nos vamos a Venezuela’. Él nos da la bienvenida, nos pide que nos portemos bien. A medida que el autobús avanza por la base militar de los Estados Unidos en El Salvador, vi el avión de Conviasa, la bandera de Venezuela. Me volvió el alma al cuerpo. Era imposible no llorar.
Mi celular, el dinero que tenía, mi ropa, quedaron en el casillero de la cárcel. Perdí mis contactos de viaje. Nos dijeron que ya estaban en el avión, y era falso.
Diosdado Cabello, el ministro de Interior Justicia y Paz, nos recibió al llegar al Aeropuerto internacional de Maiquetía. Ese día nos dieron de comer arroz, yuca, ensalada rayada, pollo guisado, arepa. Todo estaba rico, yo lo disfruté en su totalidad. Nos regalaron otro pantalón, una franela y un par de zapatos de goma. En Maiquetía tramitamos la cédula de identidad. Nos trataron muy bien. A ellos, mi agradecimiento.
Eran otras frases. Nada que ver con aquellas cuando entramos al Cecot. Ese día, en el pasillo, el director nos dijo: “Bienvenidos al infierno del Cecot, ustedes están en calidad de condenados. Yo me voy a encargar que no vuelvan a comer más nunca pollo”. Esas palabras, son muy fuertes.
Yo por ahora no tengo planeado salir del país, estoy enfocado en recuperar el cariño de mis padres, el tiempo perdido, empezar a trabajar acá mismo, recuperar mi clientela y echar pa’ lante. Yo debo irme a los Estados Unidos, eso no lo he descartado. Será más adelante, en unos años.
Siempre he trabajado a domicilio, ahorita estoy con el proyecto de montar mi propio local. Ya he visto varios espacios. Me voy a quedar en Capacho, a estabilizarme. Yo como estilista profesional tengo conocimiento en preparar mises, todo lo relacionado con peinados y maquillaje de novias, quinceañeras, reinas de belleza, candidatas; la asesoría de imagen para cualquier chica. Es todo lo que tiene que ver con el mundo de la belleza.

¿Quién soy yo? Ahora soy otra persona. He renacido. He crecido de muchas maneras. Es el volver a reencontrarme conmigo, me hace ver la vida desde otro punto de vista muy diferente a como la veía antes. Todos tenemos defectos, nadie es perfecto, cometemos errores, pero lo que tiene más peso es valorar la vida, recapacitar y ser una mejor persona.
Me han preguntado que si soy famoso. ¿Famoso? Famoso no me siento. La humildad siempre debe ir por delante. Sí me siento feliz porque estoy con mis padres, con mi hermano, con mi gente. La receptividad y el cariño que me han brindado ha sido súper espectacular. A todos se los agradezco, en especial a la Fundación Reyes Magos de Capacho y a los vecinos del pueblo.
He tenido muchas entrevistas, sesiones de fotos, días de muchas preguntas. No tengo ningún problema en dar testimonio. Yo tengo sed de justicia, de que el mundo vea todo lo que los 252 venezolanos sufrimos en el Cecot. No somos delincuentes y sé que algún día la justicia divina se va a encargar de esas dos personas que nos hicieron tanto daño. Mis abogados en Estados Unidos están en ese proceso de las demandas para El Salvador y Estados Unidos.
También quiero consolidar la idea de la Fundación Ángel de Dios, para ayudar a niños en situación de calle, con cáncer y con VIH. Es una idea en mi proyecto de vida desde hace mucho tiempo, pero sin recursos no lo pude lograr. Ahora agradezco a Dios y a las empresas que me han brindado el apoyo para avanzar en la idea.
Son muchas cosas, pero todos buenos proyectos, como escribir mi historia, mi vivencia. Mi mejor amigo, Rafael Abreu, me lo propuso. Sería un libro con todas las anécdotas, desde la salida de casa, hasta regresar. Ya estamos en busca de esa ayuda.
Adelanto que ya hay otra idea con el cantautor Arturo Suárez, quien es otra de las víctimas de este atropello y violación de los derechos humanos. El escribió una canción para los venezolanos presos en el Cecot, que se llama “La Celda 31”.
Él estaba en la celda 31 cuando la creó, y yo en la 25, de allí nos trasladaron a la ocho. Nos hicimos muy buenos amigos. Es una persona que admiro mucho por su talento, su lucha por su familia. Es un artista, es un cantante y no pandillero. Él vino a San Cristóbal el domingo pasado y cantó en el pabellón Colombia, en una actividad para los liceístas organizada por el Gobierno. Vamos a trabajar en un documental. Se va a llamar “Módulo 8, el arte tras las rejas”. Es ver cómo un artista del maquillaje y un cantante se pueden unir para contar la historia de 252 venezolanos presos en el Cecot. Esta es parte de la letra de la canción:
“Desde la celda 31 papa Dios me habló. Me dijo, hijo ten paciencia, pronto viene tu bendición. Solo quiero una cosa, nunca te olvides de mí, porque ya falta muy poco para que salgas de aquí…”
Volviendo al tema de mi salud mental, he avanzado. Todo en medio del apoyo de psicólogos, las terapias con profesionales de aquí y otros que están fuera del país. Una ayuda muy buena. Ya estoy más tranquilo. Ya no lloró tanto. Estoy recuperando redes sociales, quiero mostrar todo mi proceso. La idea es elaborar cortos de mí historia y subirlos a las redes, así como cursos de maquillaje, de moda… Soy una persona llena de color.
IV
Me veo simpático
Me paso la mano por el cabello y recuerdo ese día cuando me trataron como delincuente. Sucedió así, como se vio en fotografías y videos. Todo a los golpes. Yo me caí y me golpearon con los pies por todos lados. Había tanto miedo.
A los dos meses pasan de nuevo a cortar el cabello, pero no llegaron a la celda donde yo estaba. Al tercer mes sí van a la celda, pero cada uno de nosotros decidía como cortarse el cabello. Eso fue muy extraño y se rumoraba que seríamos dejados en libertad y no convenía salir con la cabeza rapada. Yo les pedí el corte de la barba que estaba como la que llevan los Reyes Magos en la fiesta de Capacho. No me tocaron el cabello.
Ya me veo simpático, con mi cabello arreglado y mis cejas en orden, mis uñas limpias.

Con el equipo de la Fundación de los Reyes Magos ya estamos hablando sobre el personaje que voy a interpretar el 6 de enero de 2026, en la edición 109 años. Son decisiones en grupo de trabajo, para estudiar el libreto, diseñar el vestuario a lucir, los accesorios. Quiero grabar todo ese proceso y narrar que desde los seis años he sido parte de esta fiesta religiosa.
¿Que cómo califico tanta maldad que sufrí en el Cecot? No los puedo juzgar. Ya he drenado tanto, tanto rencor, tanto resentimiento que en su momento llegué a sentir. Leyendo la Biblia nos enfocamos en prisión a no pensar en cosas malas. Aprendí que hay que hacer el bien sin mirar a quien, no hay que juzgar, muchos de ellos actuaron siguiendo órdenes, otros por decisión propia. Ya es tiempo de dejar todo en manos de Dios. Hay que entender que nuestra presencia allá fue por un propósito.
Es cierto, fue una experiencia mala, fea, un poco horrible, pero hay que verle el lado positivo. En mi libertad he vivido muchas cosas espectaculares, positivas. Recibir el cariño de mi familia, de mis vecinos, de personas que se acercan a saludarme. Estoy feliz. La emoción no me cabe en el pecho. Han pasado 27 días de mi retorno a la libertad.