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Inicio/Opinión/La salud y el liderazgo

Opinión
La salud y el liderazgo

lunes 25 agosto, 2025

Hogan Vega y Dorli Silva

En plena era de la Inteligencia Artificial (IA) es muy frecuente observar que la mayoría de las personas viven con urgencias; todo es para ya; por otra parte, es absolutamente normal sentirse así en la cultura actual. La presión por ser productivo constantemente es un rasgo común en muchas personas; lo que describe tiene un nombre, la mentalidad de la productividad tóxica. De ahí que no se trata de ser productivo, sino de cómo se vive. A continuación, se explica por qué esta mentalidad puede ser perjudicial, motivado a que surge de la creencia de que el tiempo es un recurso que siempre debe ser monetizado o aprovechado al máximo. Esto lleva a una especie de contabilidad mental donde cada actividad, incluso el ocio, tiene que tener un propósito o un beneficio visible. El problema es que el descanso, la contemplación y la conexión con los demás no siempre tienen un retorno tangible, pero son esenciales para el bienestar y la creatividad a largo plazo.

A diferencia, la multitarea puede parecer una forma eficiente de hacer más cosas a la vez; en realidad, reduce la calidad del trabajo y aumenta el nivel de estrés. El cerebro no está diseñado para hacer varias cosas complejas al mismo tiempo; lo que hace es cambiar rápidamente de una tarea a otra, lo que consume más energía y lo deja con una sensación de agotamiento y urgencia constantes. Al mismo tiempo, en la cultura andina, el descanso se ha equiparado con la pereza. Sin embargo, el descanso y la inactividad son tan importantes como el trabajo. Son momentos donde el cerebro consolida información, resuelve problemas y se recarga. Negarse a descansar es como intentar conducir un coche sin gasolina, donde el cuerpo y la mente necesitan pausas para funcionar, de manera óptima, para evitar el agotamiento físico y mental.

Asimismo, el estado de urgencia hace que el cerebro libere cortisol, la hormona del estrés. Si bien esto es útil en situaciones de emergencia, vivir en un estado de alarma constante es dañino para la salud física y mental. El ritmo acelerado impide disfrutar el momento presente y hace que se sienta que siempre se va contra reloj, lo que puede provocar ansiedad y ataques de pánico. Reconocer estos patrones es el primer paso para cambiar. Si se siente identificado con estas sensaciones, puede empezar a incorporar pausas pequeñas en el día a día. El objetivo no es dejar de ser productivo, sino ser productivo de una forma más sostenible y saludable.

Por consiguiente, incorporar en esas rutinas diarias el patrón de conducta de relajación, tal como la respiración profunda o la meditación, que reduce el estrés y promueve sensaciones de calma y bienestar. Ello promueve un patrón de conducta que se caracteriza por la reducción de la actividad del sistema nervioso simpático (respuesta de lucha o huida) y el incremento de la actividad del sistema nervioso parasimpático (respuesta de descanso y digestión). Este cambio fisiológico se manifiesta en una serie de efectos físicos y mentales, que contribuyen a la sensación de calma y bienestar.

En consecuencia, con los efectos fisiológicos, se alcanza una disminución de la frecuencia cardíaca y la presión arterial, lo que activa al sistema parasimpático, donde el corazón late más lento y con menos fuerza, lo que reduce la carga sobre el sistema cardiovascular. Por lo tanto, con la relajación muscular, se logra que la tensión acumulada en el cuerpo se libere, lo que ayuda a aliviar dolores de cabeza por tensión y otros malestares musculares. Se logra con la regulación de la respiración, que se vuelva más lenta, profunda y rítmica, lo que optimiza la oxigenación del cuerpo, mediante la reducción de los niveles de cortisol, conocida como la hormona del estrés. La práctica regular de la relajación disminuye la producción de la hormona del estrés, lo que tiene un impacto positivo en el sistema inmunológico y el metabolismo.

Del mismo modo, con los efectos psicológicos y conductuales, se puede tener mayor claridad mental y concentración, al calmar la mente; es más fácil enfocarse en las tareas y tomar decisiones de manera más efectiva. Al igual que se mejora del estado de ánimo, mediante la reducción del estrés y la ansiedad, se fortalece a menudo un aumento de los sentimientos de felicidad y satisfacción. Se aumenta la resiliencia, conocida como la capacidad de enfrentar situaciones estresantes, ya que se aprende a responder a los desafíos, de manera más tranquila y controlada.

Por otra parte, desarrollar la conciencia plena (mindfulness) para fortalecer la meditación, en particular, enseña a estar presente en el momento, observar los pensamientos y las sensaciones sin juzgarlos, lo que previene la rumia y el estrés, como una forma de pensamiento negativo y repetitivo que puede intensificar el estrés al mantener a la persona atrapada, en un ciclo de preocupaciones sobre el pasado o el futuro, sin llegar a soluciones. Este proceso mental agrava los síntomas del estrés, ya que aumenta la activación emocional y cognitiva, dificulta el manejo de las presiones y promueve el desarrollo de la ansiedad y la depresión, además de alterar la calidad del sueño.

En esencia, este patrón de conducta crea un círculo vicioso; al practicar la relajación de forma regular, se reduce la reactividad al estrés, lo que a su vez facilita la incorporación de estas rutinas en la vida diaria, al promover un estado general de equilibrio y bienestar. Explica, además, que no se está solo; sin duda, se está atrapado en un modelo de liderazgo que enseña a que la urgencia es virtud; se caracteriza por la competitividad, impaciencia, ambición y hostilidad. Mientras tanto, la activación persistente del sistema nervioso simpático, en estas personas, puede generar un aumento de la presión arterial, del cortisol y de las catecolaminas, factores que dañan los vasos sanguíneos y aumentan el riesgo cardíaco.

Por ello se hace necesario, realizar una retrospectiva de la teoría de la personalidad tipos A y B, creada por dos (2) cardiólogos, durante la década de 1950. Meyer Friedman y R.H. Rosenman investigaban las posibles causas de la enfermedad coronaria. Tras un estudio de nueve (9) años a más de 3.000 hombres sanos con edades entre 35 y 59 años, Friedman y Rosenman especularon que ciertos patrones de comportamiento llevaban a un mayor riesgo e idearon un método para clasificar a los pacientes como tipo A, tipo B o tipo AB (para quienes no se les permitía una clasificación sencilla).

Concluyeron que una persona con personalidad tipo A es más propensa a preocuparse por el estatus y los logros. Suele ser adicta al trabajo, con problemas de autoestima e impaciencia. También es más propensa a enojarse con facilidad. Como era de esperarse, éste es el tipo de personalidad que Friedman y Rosenman asociaron con un riesgo alto de enfermedades cardíacas. Las personas con personalidad tipo B reportan mayor satisfacción vital y son más propensas a ser pacientes y ecuánimes.

En síntesis, formularon, tras investigaciones diversas, la existencia de una manera particular de respuesta al estrés y con un impacto significativo en la salud física y mental de las personas que la experimentaban. Según el estudio, a esta categoría la denominaron patrón de conducta tipo A o personalidad tipo A; se caracteriza por predisponer a padecer enfermedades cardiovasculares. Los cardiólogos plantearon que este patrón de comportamiento constituía un factor de riesgo equivalente al consumo de tabaco o a tener un nivel alto de colesterol, para el desarrollo de dificultades cardíacas.

En todo caso, el patrón de conducta tipo A, puede tener un impacto grave en la salud cardiovascular; por ello, reconocer sus características, tales como la elevada competitividad, impaciencia y el estrés crónico, ayudan a prevenir las problemáticas consecuencias en las que puede desembocar. Trabajar, de manera activa, en el manejo del estrés y de las emociones asociadas, ayuda a reducir los efectos negativos y es una inversión en salud. Albert Einstein afirmaba: “Nunca consideres el estudio como una obligación, sino como una oportunidad para penetrar en el bello y maravilloso mundo del saber”.

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