Regional
Hospital para rescatar libros a ciegas
miércoles 10 septiembre, 2025
Rufo Cortés y Germán Rojas son dos “doctores” con discapacidad visual del Hospital del Libro, una sala de la Biblioteca Pública Central a la cual llevan todos los ejemplares deteriorados por el tiempo o por los usuarios, para ser reparados
Mariangel Suárez *
Mientras en las salas de la Biblioteca Pública Central Leonardo Ruiz Pineda los lectores sueñan con los ojos abiertos, Rufo Cortés y Germán Rojas reparan los libros con sus ojos prácticamente cerrados. Ambos presentan discapacidad visual.
“Llévame a casa, léeme y compárteme con tus amigos. Leer es soñar con los ojos abiertos”, reza una cartelera blanca, colocada en el borde de uno de los amplios ventanales.
Todos los libros mutilados, defectuosos, con sus hojas arrancadas o su tapa despegada, son trasladados de emergencia por las escaleras del recinto y llevados hasta el sótano donde se encuentra el Hospital del Libro. Es una sala destinada a la encuadernación y reparación de los ejemplares, a mitad de un largo pasillo y con iluminación tenue.
En el centro de la sala hay una mesa de madera donde los libros son colocados cuidadosamente, uno cerca del otro, como si se tratara de una mesa de cirugías. Los expertos comienzan a tocar rápidamente con sus manos cada parte del ejemplar, para diagnosticar los daños. Le acarician el lomo y suavemente sienten las hojas entre sus dedos.
Rufo Cortés tiene pérdida total de la visión. Su condición nunca afectó su trabajo. Lleva 17 años dedicándose al arte de restaurar y encuadernar libros, en la Biblioteca Pública Central Leonardo Ruíz Pineda. Uno de sus maestros fue Germán Rojas, quien presenta ceguera parcial.
—Yo entre aquí en el año 2007 —recuerda Germán Rojas—. Para ese entonces el profesor Freddy Castro y la Asociación Tachirense de Ciegos y Deficientes Visuales impartieron un taller de Encuadernación. Yo lo hice y aprendí todo el proceso. Luego de perfeccionarme en el área, logré enseñarles a otros compañeros.

Alrededor de la mesa, pegadas a las paredes blancas, se encuentran todas las máquinas usadas para reparar los ejemplares: Una guillotina eléctrica en un rincón, una guillotina manual justo al frente, a su lado una prensa de percusión y otra de cajos. Un poco más allá también hay una estampadora.
En un rincón de la sala, diagonal a un cartel con el dibujo de una doctora y la palabra “Hospital de Libros” escrita en letras de cartulina, se encuentra otra mesa de madera, un poco más pequeña. Regados sobre ella están sus instrumentos de trabajo: Exactos, agujas, taladros, seguetas. Hay una radio, que siempre está encendida para animar el ambiente.
Un tratamiento especial
Germán Rojas explica cómo cada libro recibe un tratamiento especial. Luego de una revisión minuciosa ellos deciden el procedimiento a seguir: Algunos ameritan una carátula nueva, otros sólo necesitan pegarles la tapa, a varios les arreglan las hojas y otros ameritan coserlos de nuevo.
Durante la semana ellos pueden reparar hasta 30 ejemplares. La experiencia les ha enseñado a ser rápidos y directos, sin malgastar el material.
Tanto Rufo Cortés como Germán Rojas se encargan de medir y cortar a cálculo la percalina -un tipo de forro para encuadernación y decoración con un lado plastificado o brillante y otro de tela para adherir- y el cuero; aunque no pueden usar reglas por su problema visual, siempre buscan la perfección en su trabajo.
También enhebran la aguja para realizar los diferentes tipos de cosido: lineal, manilla y acanalado. Para ambos, ser personas con discapacidad visual no es un impedimento, tampoco les parece una justificación válida cuando cometen un error. Antes dependían de una persona sin visión disminuida para poder elaborar las tapas, ellos no se atrevían porque les daba miedo dañar el libro, en vez de arreglarlo.
—Nos atrevimos a usar la guillotina, para no depender de otra persona -suelta Cortés con una sonrisa en el rostro y una postura erguida-. El profesor Freddy me descubrió cuando fui a bajar la guillotina manual, me pegó un susto cuando me gritó: ¡Cuidado y se cortan un dedo! ¡¿Qué van a hacer?! -recordó entre risas-. Yo le respondí con lo obvio, iba a hacer la tapa y así fue, bajé la guillotina.
Desde aquel momento, ambos comenzaron a usar todas las máquinas en la sala. La estampadora es la única por la cual sí piden ayuda, su función es realizar las letras de los nombres en las tapas de los ejemplares. Ambos encontraron su propia manera de trabajar como “doctores” en el hospital del libro.
Aprender a leer con las manos

Rufo Cortés presenta pérdida total de la visión. Se encuentra en el Hospital del Libro. (Foto/ Mariangel Suárez)
La sala de Archivo Vertical de esta biblioteca es pequeña y acogedora, en un lateral hay estantes con hileras de carpetas colgantes, organizadas en rieles, y repletas de recortes.
Justo al lado de un pequeño fichero de madera, hay dos repisas blancas de metal, con dos bandejas de libros, cuyas hojas son de mayor grosor. En su interior la textura punteada apenas es perceptible. Pero, al tacto de un experto, cada unión de puntos representa una combinación de letras, un sistema de lectura diferente.
En el centro del salón hay una mesa de madera, la luz del sol entra por la ventana e ilumina los ejemplares regados en la mesa.
Entre recortes de periódicos, revistas y libros con puntos en sus hojas. Rosa Elena Osorio Lucas lee y sueña, pero de una forma diferente: a través del método Braille. Presenta una pérdida total de visión, al igual que Rufo Cortés, acumula 20 años al servicio de la biblioteca como instructora del Sistema Braille.
—Vamos a crear el departamento de Instrucción del Sistema Braille. Yo soy la encargada de contabilizar con cuántos libros y materiales contamos, para poder solicitar a las instituciones lo que nos haga falta —explicó emocionada Rosa Osorio, mientras desplaza sus dedos suavemente por una hoja. Lleva contabilizando 170 libros de diferentes materias, escritos en método Braille.
Sobre la mesa, tiene una pizarra negra usada para escribir en este sistema. Está compuesta por dos láminas que se cierran como bisagra, para mantener sujeta la hoja de cartulina base veinte. Una de las láminas, llamada regleta, tiene orificios alineados, los cuales sirven de guía al momento de escribir.
Ella marca con ayuda del punzón cada celda sobre la hoja, hace una combinación que representa con puntos las letras, los números y los signos de puntuación. Escribe de derecha a izquierda, para luego leerlo de izquierda a derecha.
—No hay nada que no tenga del sistema común, solo es cuestión de aprender las combinaciones. Yo se las enseño aquí a todo aquel que desee aprender. Sea invidente total, parcial o personas sin discapacidad visual, todos pueden estudiarlo— expresó.
También les lee a los niños, durante las visitas guiadas de las escuelas. Con suma paciencia les explica el método Braille, y con su ejemplo, les deja una lección: No existen obstáculos ni excusas cuando hay el verdadero deseo de aprender.
Aunque la Biblioteca Pública Central ha enfrentado diversos desafíos, a lo largo de su historia, el amor y entrega de todos los trabajadores del lugar la mantienen activa.
Más allá de ser un edificio con estantes y pasillos silenciosos, es un refugio donde todos pueden soñar entre libros, muchos de ellos rescatados de la muerte por Rufo Cortés y Germán Rojas, un ejemplo de profesionalismo y amor por lo que hacen, a pesar de su limitación visual.
*Pasante de Comunicación Social/ULA