Opinión
El principio último de lo real
lunes 29 septiembre, 2025
Antonio Sánchez Alarcón
No todo lo que existe cabe en la caja de “lo físico”. Creerlo es tan ingenuo como pensar que el Universo se reduce a lo que vemos con un telescopio o a lo que mide un laboratorio. El materialismo filosófico, formulado por Gustavo Bueno, parte de una intuición más amplia: La realidad no se agota en las cosas que podemos tocar o pesar. Hay un fondo ontológico —llamémoslo “materia” en sentido radical— que es inagotable, infinito, y que no se confunde ni con un “mundo físico” ni con un “ser absoluto” de corte religioso.
Dicho así, suena abstracto. Pero pensemos en ejemplos sencillos. Una idea matemática, como el número “pi”, ¿dónde está? No flota en el aire ni ocupa un lugar en el espacio; sin embargo, existe, y condiciona construcciones, círculos y cálculos. Otro caso: Las normas que rigen una comunidad. No son piedras ni átomos, pero pesan sobre nosotros más que una montaña. O las instituciones políticas: Se sostienen en papeles y edificios, sí, pero también en una trama de relaciones invisibles que modelan la vida social.
El materialismo filosófico afirma que todo esto forma parte de la realidad. No porque sea “espiritual” o “místico”, sino porque lo real es más amplio que lo meramente físico. La materia ontológico-general es el nombre de ese principio último, la urdimbre que sostiene a las ciencias naturales, a la historia y a las instituciones. Un principio inagotable: Nunca terminaremos de explorar sus formas.
De ahí la diferencia con dos tentaciones habituales. La primera, el cientificismo, que pretende que la realidad entera se reduce a lo que dicen la física y la biología. La segunda, el absolutismo religioso, que coloca un “Ser Supremo” como explicación de todo. El materialismo filosófico rechaza ambas reducciones: Ni el mundo se agota en la física, ni necesita un dios que lo garantice.
Para un estudiante de bachillerato, la idea puede resumirse así: La realidad es más rica que lo que aparece en un microscopio o en una iglesia. Incluye átomos, sí, pero también números, instituciones, ideas y procesos históricos. Y todo ello se mantiene abierto, sin que haya un fin último donde se acabe el preguntar.
Quizás lo fascinante de esta concepción es su invitación a la humildad intelectual: Siempre habrá más mundo de lo que podemos abarcar, más materia de la que podemos nombrar. Y esa infinitud, lejos de ser un obstáculo, es lo que da sentido a nuestra tarea de pensar.