Opinión
La trenza del mundo
lunes 6 octubre, 2025
Antonio Sánchez Alarcón
En el fondo de todo lo que tocamos, pensamos o sentimos, hay una estructura. No de esas que se ven, como un andamio o una columna, sino de las que sostienen sin ser notadas. La realidad —ese revoltijo que nos rodea, que a veces creemos entender y otras tantas nos traga enteros— no es una masa homogénea. Está trenzada. Y no con dos cabos, sino con tres. Tres hebras distintas que forman todo lo que existe. Esa es la idea. Y conviene entenderla bien.
El materialismo —filosófico, no de boutique— ha propuesto que la realidad concreta está hecha de tres géneros de materialidad: M1, M2 y M3. No se asuste nadie con los nombres, son etiquetas, como Mantequilla, Margarina y Mayonesa, pero mucho más útiles. Son maneras distintas de ser real. La trenza.
Empecemos con lo evidente: M1 es lo físico. Lo que se puede tocar, pesar, medir, lo que se rompe si cae. El cuerpo, un árbol, una piedra, un edificio. Todo eso entra aquí. Si se puede patear (aunque no se recomienda), es M1.
Ejemplo: Una pelota de fútbol. Tiene forma, color, peso. Puede rodar, ser pateada, desinflarse. No hay misterio aquí. Su realidad es la de la materia extensa: ocupa espacio, está sujeta a las leyes de la física. M1 es el reino de la naturaleza bruta, incluso cuando esa “naturaleza” es un celular, una silla o el filete del almuerzo.
Ahora bien, la cosa se pone más interesante con M2. Aquí entra lo mental, lo subjetivo, lo que nadie más puede ver a menos que uno lo diga. Sensaciones, emociones, percepciones, ideas. El miedo al examen, la imagen de una abuela que ya no está, el recuerdo del gol de Rondón. M2 es ese mundo interior que no pesa pero que, cuando se impone, puede ser aplastante.
No es lo mismo que M1. El dolor de cabeza, por ejemplo, no es simplemente una descarga nerviosa: Es una vivencia, algo que duele de verdad, pero que no se ve en el escáner. Aquí habitan las conciencias, las intenciones, las decisiones. Si M1 es el martillo, M2 es la decisión de golpear (o no).
Y queda la hebra más escurridiza: M3. El mundo de las ideas objetivadas, de los conceptos compartidos, de las instituciones, los lenguajes, las matemáticas, el arte, la ciencia, la política. No es que M3 esté “en la mente” (eso sería M2), ni que sea puro hueso o papel (eso es M1). Es una forma de realidad cultural, histórica, que vive entre nosotros sin pertenecer a nadie.
Ejemplo claro: El Derecho. No es un papel firmado ni un juez con martillo. Es un sistema de normas, principios, significados. Algo tan real como un policía de tránsito, aunque no se pueda tocar. O la música: No los sonidos físicos (M1), ni la emoción que provoca (M2), sino la partitura, la composición como tal. M3 es donde vive la cultura, esa memoria colectiva que nos hace humanos.
Estos tres géneros de materialidad no se dan por separado. Un aula, por ejemplo, es a la vez espacio físico (M1), espacio vivencial (M2) y espacio institucional (M3). Hay pupitres, hay atención o aburrimiento, hay normas, temas, evaluación. Todo junto.
Cuando se confunden, nos perdemos. Pensar que una emoción se “cura” con una pastilla, por ejemplo, es reducir M2 a M1. O creer que basta con “creer” en la ley para que funcione, es ignorar su dimensión objetiva en M3. La filosofía sirve, entre otras cosas, para recordar que el mundo es más espeso de lo que parece.
Pensar en estos tres géneros de realidad es una forma de afinar la mirada. De no tragar entero. De entender que hay niveles distintos en juego cuando hablamos de lo real. Que no todo lo que existe se toca, ni todo lo que sentimos se reduce a química cerebral. Que hay estructuras que no se ven, pero sin las cuales nada se sostiene.
Es, en definitiva, aprender a mirar el mundo como quien observa una trenza: Tres hebras entrelazadas, tensas, distintas pero inseparables. Si alguna falta, se deshace el tejido. ¿Y entonces qué nos queda? El nudo en la garganta.