Opinión
La jaula visible de lo real
lunes 13 octubre, 2025
Antonio Sánchez Alarcón
No todo lo que existe puede tocarse, pero todo lo que puede tocarse, sin excepción, forma parte de una categoría concreta del mundo: La materia física. Es decir, lo tangible, lo pesado, lo que ocupa espacio y puede medirse. Una silla, el agua, una tormenta eléctrica o incluso el cuerpo humano: Todo eso pertenece a lo que algunos filósofos, con tono severo, han llamado M1.
Pero bajemos de la cátedra. Imaginemos que usted, lector, va caminando por una calle cualquiera. Siente el calor del sol en la piel, escucha el ladrido de un perro y huele el café recién colado de una ventana vecina. Todo eso —calor, sonido, aroma- no es poesía suelta: Es materia física en acción. O, mejor dicho, es el resultado de interacciones físicas entre cuerpos, moléculas, ondas. Así se presenta el mundo ante nuestros sentidos.
En la historia de la filosofía ha habido quienes quisieron explicarlo todo a partir de este nivel. El pensamiento conocido como materialismo filosófico, por ejemplo, ha planteado una jerarquía del mundo en niveles o estratos, siendo el primero —M1— el más básico y evidente: El reino de los objetos y procesos naturales. No se trata de negar que existan ideas, emociones o estructuras sociales (ya hablaremos de eso), sino de reconocer que todo lo demás se monta sobre esta plataforma inicial.
Porque no hay emociones sin cerebro, ni arte sin pigmentos, ni justicia sin cuerpos que actúan.
El mundo de M1 es, en cierta forma, una cárcel gloriosa. Nos permite vivir, pero también nos limita. ¿Puede usted atravesar una pared sin romperla? ¿Puede no dormir, no comer, no respirar? No. Y no porque le falte voluntad, sino porque el cuerpo —ese querido tirano— obedece las leyes de la física.
Por eso, cuando hablamos de la materia física no lo hacemos con el entusiasmo de un fanático, sino con el escepticismo de quien sabe que lo real no se agota en lo visible, aunque siempre comienza ahí.
Ejemplos hay por doquier. El celular que usted sostiene, la gravedad que le impide flotar, el dolor de cabeza tras una noche mal dormida. Todo eso se manifiesta en M1. Pero no confunda la base con el todo. El alma, si existe, necesita un cuerpo para llorar.
El error moderno ha sido, muchas veces, confundir lo perceptible con lo absoluto. Como si solo existiera lo que se puede pesar o contar. Pero el materialismo serio, lejos de ese simplismo, se cuida de reducir el mundo a partículas. Reconoce que sin materia física no hay nada más, pero que no todo lo que importa se ve.
Así pues, cuando un niño rompe un juguete y se pregunta por qué ya no suena, ha entrado —sin saberlo— en los dominios de M1. Ha tocado la frontera entre lo que hay y lo que cree que hay. Y ese es, quizás, el primer paso hacia la filosofía.