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Inicio/Reportajes y Especiales/Gerson Bautista, 52 años de vivencias entre libros y lectores en la Quinta Avenida

Reportajes y Especiales
Gerson Bautista, 52 años de vivencias entre libros y lectores en la Quinta Avenida

miércoles 22 octubre, 2025

Voces de San Cristóbal… caminar por la avenida Francisco Javier García de Hevia

Decimoséptima entrega

Bautista nunca imaginó que su pequeño cajón de madera crecería hasta convertirse en un gran bloque de historias impresas. El quiosco, cargado con una cantidad incalculable de ejemplares, se consolidó como uno de los dos puntos de venta de libros más antiguos de esta arteria vial.

Mariangel  Valentina Suárez Moncada  /Pasante ULA/ @mariangelv2323

Todas las mañanas, una marea de papel se desborda sobre la acera de la entrada del edificio Uribante. Con la agilidad dada por sus 52 años en el oficio, Gerson Bautista saca de su quiosco ladrillos enteros de libros. Un aroma a madera y tinta inunda el ambiente, un rasgo que el paso de las décadas no ha podido borrar del lugar.  

Entre las calles 5 y 6 de la avenida Francisco Javier García de Hevia, en pleno Centro de San Cristóbal,  Gerson Bautista camina con paso apresurado, arrastra las suelas de los zapatos sobre la acera caliente. Lleva cuatro bolsas pesadas, repletas de libros escolares, dos en cada mano. Esquiva con agilidad los transeúntes y los puestos ambulantes, hasta llegar a la entrada del edificio.

A simple vista, su quiosco de una  madera oscura, color caoba, se funde y pasa inadvertido con la pared del edificio, revestida con mármol de terracota. El vendedor de libros se detiene en el lateral derecho del pequeño negocio, deja caer las bolsas y saca las llaves de su bolsillo.

Gerson Bautista, todos los días,  arregla los exhibidores de metal con sus libros. Parece un Lego, un rompecabezas de colores. (Foto: Mariangel Suárez)

El quiosco es un bloque compacto de ejemplares: desde el piso hasta el techo, torres de libros se alzan, de diversos colores y tamaños, e impiden la entrada.  Las hojas se desbordan desde su interior, incluso algunas de ellas se asoman por un pequeño orificio del techo.

El, con suma paciencia y con la precisión de un experto en el oficio, comienza a desmontar, como si fueran piezas de Lego, los ladrillos de libros atados con cuerdas azules, para colocarlos en la acera. Poco a poco se crea un estrecho pasillo que permite el acceso al quiosco.

El vendedor de libros, se sube con cuidado sobre las torres de papel, para alcanzar los volúmenes que se encuentran en lo profundo del negocio. Aunque físicamente él es un hombre cuyas canas reflejan el paso del tiempo, aún conserva la agilidad y fuerza de aquel joven de 15 años que llegó a la avenida Francisco Javier García de Hevia en busca de trabajo.

― Al principio, yo ayudaba al señor Abel Rodríguez con su venta de revistas, el quiosco no existía. ―Relató el señor Gerson Bautista, mientras observaba fijamente las rejas del edificio Uribante ―Un día mi jefe me ofreció venderme el negocio, porque él no le invertía mucho dinero y tampoco le dedicaba tiempo. Yo no lo dude, se lo compré y así fue como comencé a trabajar por mi cuenta.

Bautista ya tenía una familia. Su esposa y su hija contaban con él para el sustento diario. Ambas se convirtieron en su motor para avanzar.

Comenzó con un cajón de madera donde guardaba las revistas a vender. Ha sido constante en su oficio. (Foto/Mariangel Suárez)

Un pequeño cajón de madera era todo su negocio, allí transportaba su inventario de revistas coloridas.

― Los dueños del Centro Uribante me dejaban guardar mi cajoncito y las revistas adentro.  Durante tres años fue la misma rutina: llegaba temprano, sacaba mi negocio y aquí duraba hasta las 11:00 de la noche  ― narra mientras sigue con su vista fija en las rejas negras, como si pudiera ver nuevamente aquel joven con mil y un responsabilidades sobre sus hombros.

Los primeros años fueron de ventas bajas, pero él era persistente. Decidió agregar libros a la mercancía disponible. Pronto el negocio creció tanto que el cajón de madera se quedó aún más pequeño. Aquel esfuerzo no pasó inadvertido. Uno de los socios del edificio se percató de su trabajo y le dio el permiso para colocar un quiosco afuera del Uribante.

― Él mismo lo diseñó por mí y lo mandó a hacer. Ahí fue cuando nació el quiosco Uribante ― comentó entre risas, y luego  pasó una de sus manos por su rostro para secarse el sudor.

 Los transeúntes que caminan por la avenida se detienen para observar las portadas de los libros (Foto: Mariangel Suárez)

Mientras relata la historia, no puede dejar de trabajar. Varias personas se acercan para preguntarle por algún ejemplar. Él, con una sonrisa apenada, busca rápidamente el libro y se lo entrega a los compradores. Al caminar por la cuadra del Uribante, es imposible no detenerse ante el mar de libros colgados.

Historia de unos 45 años

El quiosco tiene, más o menos, 45 años, según los cálculos de su dueño. La mayoría de libros, nuevos y de segunda mano, se encuentran bien conservados, envueltos en un plástico protector y colgados en los exhibidores con pinzas metálicas.

Un señor en un automóvil se estaciona y, sin bajarse, llama la atención del dueño del negocio.  Gerson Bautista busca rápidamente en el interior del quiosco y sale con un libro, cuyas hojas amarillentas reflejan los años de la edición. Se lo acerca al comprador, quien luego de observarlo detenidamente, lo devuelve.

― He notado algo curioso últimamente ―reflexionó ― Antes la gente buscaba mucho los libros usados, aunque había otras posibilidades económicas. Actualmente es lo contrario, prefieren ediciones nuevas. Igual yo traigo para todos los gustos, nuevos o usados, lo importante es leer y vender ― añadió entre risas y devolvió el ejemplar a su lugar.

El Quiosco Uribante se funde y pasa inadvertido con la pared del edificio. Lo único que resalta son las coloridas portadas de los libros. (Foto: Mariangel Suárez)

La exhibición del quiosco presenta una gran cantidad y variedad de libros colgados. De diferentes épocas, colores, tamaños y autores están a la orden del lector en este muro flotante. El  se sube a un banco pequeño de metal, inestable por la irregularidad de la acera. Con sus manos rápidas manipula las pinzas que sostienen los ejemplares para arreglarlos.

De un salto se baja, busca otros cuatro y regresa nuevamente a su banco, ágilmente los teje al exhibidor de metal con las pinzas negras. A la distancia, la escena parece un tapiz colorido de portadas que resalta del gris del concreto y el marrón del quiosco. El vendedor tiene una cantidad incalculable de ejemplares: desde libros de autoayuda, sagas juveniles, novelas clásicas hasta textos académicos.

Siempre está atento para atender a los clientes que  no se bajan de sus vehículos y preguntan por libros. (Foto/Mariangel Suárez)

― ¿Cuántos libros tiene inventariados aproximadamente?

― La cifra es ilimitada, yo ya perdí la cuenta. A lo largo de los 52 años en este negocio, he acumulado volúmenes que datan de 1939 y 1940. También tengo muchos actuales, muy buscados, como “Fabricante de Lágrimas”. Los jóvenes leen mucho, contrario a lo pensado por la gente, ellos me compran muchas sagas.

En las épocas doradas del quiosco, Gerson Bautista vivió buenos momentos. Muchos recuerdos quedaron entre las pilas de libros, anécdotas de clientes frecuentes, que con el pasar de los años fallecieron, y vivencias jocosas, las cuales aún le causan risa al librero.

Gerson Bautista nunca imaginó que su pequeño cajón de madera crecería hasta convertirse en un gran bloque de historias impresas. (Foto: Mariangel Suárez)

Recuerda con alegría, por ejemplo, aquel día en el cual atrapó a la ladrona de libros, y no era precisamente la protagonista de la novela de Markus Zusak. Al contrario, era una señora mayor, vestida de forma muy elegante. Ella tomó un ejemplar, sin pagarlo, y corrió por toda la avenida, el librero la persiguió, esquivó personas mientras le gritaba a sus espaldas. Cuando por fin la alcanzó, la señora se defendió y aseguró que él se lo había regalado.

De esta forma, la arteria vial se convirtió en el escenario de miles de historias atesoradas por el vendedor de libros. Fue justo entre las paredes abarrotadas del quiosco donde él vivió, con su esposa y sus cinco hijos, las festividades y grandes desfiles de la Feria Internacional de San Sebastián en esta avenida.

Recuerda una amplia avenida, de dos canales de circulación, concurrida, llena de tráfico. Personas caminaban de un lado para el otro, las calles estaban llenas de vida: risas, el bullicio y la gente. La jornada de trabajo estaba marcada por el rápido ritmo de la arteria vial.

― Ahora no hay nada de eso. La avenida está más solitaria. No hay desfiles, ni si quiera el baile de la  Noche de Las Ruanas, que se celebró en el mes de enero hace muchos años. Mi jornada laboral también se acortó. A las siete de la noche me voy de aquí ― la nostalgia se percibe en su voz pausada.

Una foto del recuerdo de la avenida García de Hevia, entre calles 16 y avenida Carabobo. (Foto/Archivo Municipal SC)

― ¿Para usted que significa la avenida, el quiosco y los libros?

― Mi vida entera ―suspiró, luego de  observar a su alrededor y  llevarse sus dos  manos a la cadera. Sus ojos están brillantes.

Sin duda alguna, no exageró con su respuesta. 52  años llenos de experiencias y recuerdos son una vida entera. Él logro levantar toda una familia con su arduo trabajo en el quiosco, sus cinco hijos se convirtieron en profesionales y salieron adelante.

Su trabajo en la avenida le ha dado muchas alegrías, pero también le ha cobrado un precio físico: debido a la fuerza que requiere el oficio para cargar ladrillos enteros de papel, Gerson Bautista duró cinco años en terapia por un problema en la columna.

El quiosco de los libros es un punto de referencia para muchos vecinos de San Cristóbal. (Foto/Mariangel Suárez)

― Estuve a punto de cerrar el quiosco, pero luego de reflexionar, llegue a una conclusión: ¿qué más voy a hacer yo en la vida? ― relató  entre risas ― No me imagino en ningún otro trabajo, lo mío es vender libros en este mismo punto, por eso decidí seguir poco a poco y, gracias a Dios, me ha ido bien.

Además de vender, también es un lector devoto. Duro un tiempo con su vista empañada, debido a las cataratas. Esta enfermedad lo separó de su gusto por la lectura. Luego de someterse a una cirugía, logró recuperar la vista y retomar su pasatiempo.

Cuando la jornada termina y la avenida queda en silencio, él cierra su negocio y se sienta en la acera, para conversar con sus amigos. Todo ha cambiado, pero su quiosco permanece igual: con torres de papel hasta el techo. Gerson Bautista se convirtió en un hombre cuyo legado no se construye con ladrillos de cemento, sino con bloques de papel repletos de historias.

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