Opinión
Defensa de un Territorio Codiciado
viernes 31 octubre, 2025
Luis Fernando Ibarra*
Las costas de “Veneciola” fueron objeto de numerosos ataques a sus puertos virreinales. Las agresiones estuvieron a cargo de potencias europeas rivales de España, concentradas en destruir el comercio y los asentamientos españoles americanos. Enclavada estratégicamente en la costa caribeña, la Provincia de Venezuela, promovida en 1777 a Capitanía General, se convirtió en un imán para piratas, corsarios y filibusteros. Los ingleses fueron una amenaza constante, especialmente durante los siglos XVII y XVIII. En el marco de la conocida Guerra del Asiento, el imperialismo británico atacó los puertos de La Guaira y Puerto Cabello entre 1739 y 1743. Los franceses y sus corsarios como Francisco Esteban Grammont asaltaron los puertos de La Guaira, Maracaibo y Gibraltar en el siglo XVII. Los holandeses atacaron y se apoderaron temporalmente de islas cercanas y realizaron incursiones en tierra firme, especialmente en las salinas de Araya.
Durante los dos primeros siglos la región estuvo desguarnecida y a merced de la amenaza de invasiones. A diferencia de los virreinatos de Nueva España o Perú, inicialmente Venezuela no ofrecía el mismo volumen de metales preciosos, lo que la dejaba fuera del foco de protección castellana, ofreciendo una costa muy vulnerable en sus puertos. Al inicio los ataques se concentraron en sus zonas perlíferas como Cubagua y Margarita. Ciudades como Cumaná fueron asaltadas por piratas, siendo una de las arremetidas más notables la realizada por el pirata Francis Drake en 1568. Mas adelante, en el siglo XVII, la producción de cacao atrajo más piratería de los rivales de España. Los holandeses establecieron bases en las Antillas Menores. Maracaibo sufrió saqueos devastadores, como el asalto del pirata inglés Henry Morgan en 1669, quien logró penetrar la Barra, saquear Maracaibo y Gibraltar, y humillar a la guarnición española. La “Barra” era una franja de arena y lodo poco profunda que marca la conexión entre el mar caribe y el lago de Maracaibo. Actúa como una defensa natural al territorio lacustre. Para complementar esta protección, los españoles erigieron fortificaciones a ambos lados del estrecho, siendo el más famoso el Castillo de San Carlos de la Barra. En 1669, Morgan y sus filibusteros lograron introducir sus naves en el lago de Maracaibo, sorprendiendo a la guarnición hispana. Una vez dentro, Maracaibo y la ciudad de Gibraltar fueron brutalmente saqueadas. La humillación a la guarnición española no fue solo por el saqueo, sino por la batalla naval de la Barra. Cuando Morgan escapaba con el botín, encontró el canal bloqueado por una escuadra española enviada desde Cartagena. Morgan ideó una treta genial: llenó uno de sus barcos con explosivos y lo disfrazó haciéndolo ver como su buque principal. Atacó a la flota española, hundiendo un navío y forzando el otro a encallar. El éxito de Morgan al saquear por el lago de Maracaibo, urgió fortificar la Barra. Como respuesta a esos ataques, años después se construyó el castillo de San Carlos.
La defensa del territorio venezolano durante el periodo virreinal se caracterizó por la improvisación y la dependencia de las milicias locales conformadas por criollos y pardos. Ante la incapacidad de protegerlo todo, España adoptó una estrategia de fortificación selectiva, que culminaría en la construcción de los grandes complejos defensivos de La Guaira y Puerto Cabello. Las principales zonas asediadas eran La Guaira, Puerto Cabello, Cumaná, Maracaibo, La Isla de Margarita, Guayana a orillas del río Orinoco. Para proteger sus puertos y ciudades de estos ataques, la Corona Española invirtió en un vasto sistema de fortificaciones militares a lo largo de la costa, incluyendo murallas, fortines y fuertes. Entre otros: Castillo San Felipe (Puerto Cabello), Fortín Solano (Puerto Cabello), Castillo San Carlos de la Barra (Maracaibo), Castillo de San Antonio de la Eminencia (Cumaná), Castillo San Carlos de Borromeo (Pampatar, Margarita), Castillo de Santiago de Arroyo de Araya (Araya). Tan costosa infraestructura consumió ingentes recursos que no podían llegar desde la España peninsular a más de 7 mil kilómetros, y contradice esa maledicente narrativa de que “España robó todo el oro de América”.
El aumento de la importancia económica de Venezuela en el siglo XVIII, impulsado por el monopolio del cacao gestionado por la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas, hizo que la metrópoli invirtiera más recursos en la defensa. Los puertos de La Guaira y Puerto Cabello se convirtieron en auténticas fortalezas dotadas de castillos y baterías costeras. Los ataques contra la región venezolana tuvieron dos grandes motivaciones: el lucro directo (piratería/contrabando) y la geopolítica (expansión imperial). Aunque no tenía grandes yacimientos de oro como otros reinos, Venezuela contaba con riquezas codiciadas al inicio, como las perlas de Cubagua y la minería de cobre de las minas de Cocorote. La Corona española mantenía un estricto monopolio comercial, que obligaba a los virreinatos a comerciar solo con la metrópoli. Estas reglas generaron un lucrativo mercado negro. Los puertos venezolanos, cercanos a las Antillas holandesas (Curazao) y británicas, eran ideales para el contrabando de cacao, tabaco y cueros. Para Gran Bretaña, el objetivo era romper el control español sobre el Caribe y América. La Capitanía General de Venezuela les resultaba atractiva porque era la puerta al resto de sur América.
El punto álgido de la confrontación entre los eternos rivales europeos, se dio en la Guerra del Asiento, un conflicto bélico que tuvo lugar entre 1739 y 1748. El Asiento era un permiso exclusivo para que los británicos suministraran esclavos africanos a los virreinatos españoles durante 30 años. Adicionalmente, rompiendo el monopolio comercial español, el tratado permitía a los británicos enviar un “navío de permiso” anual de mercancías para vender en hispano América. Los británicos abusaron de esas concesiones, utilizando el navío de permiso como tapadera para un masivo contrabando a gran escala en todos los puertos españoles americanos. España para defender su monopolio, intensificó las labores de la guardia costera, lo que ocasionó fricciones por abordajes a buques británicos. El pretexto final para la guerra, y por lo que también se conoce como la Guerra de la Oreja de Jenkins, fue un incidente en 1731, donde el capitán corsario español Juan de León Fandiño, durante una revisión, le cortó la oreja al capitán mercante británico Robert Jenkins, con la advertencia: “Ve y di a tu rey que lo mismo le haré si a lo mismo se atreve a venir por estas tierras”. Tiempo después, incitando una declaración de guerra inglesa contra España, el desorejado inglés Jenkins presentó su oreja conservada en un frasco, ante una audiencia pro belicista del parlamento británico. Al apresar el bergantín de Robert Jenkins y cortar la oreja al pirata, Fandiño estaba cumpliendo con las sanciones contra el tráfico ilegal o contrabando que los británicos realizaban bajo el paraguas del Asiento. La amputación de una oreja desató el conflicto.
Durante esa guerra, uno de los ataques más decididos a los bastiones españoles venezolanos fue un asalto acaecido en 1743. La flota británica, al mando del comodoro Charles Knowles, planeó una operación a gran escala para destruir el poder de la compañía guipuzcoana y tomar sus puertos neurálgicos. El 2 de marzo de 1743, Knowles atacó La Guaira con una formidable escuadra. Sin embargo, el Capitán General Gabriel de Zuloaga y el comandante Matheo Gual habían mejorado las defensas. Las baterías de los castillos y la firmeza de los defensores causaron pérdidas tan severas a la Royal Navy, que Knowles se vio obligado a retirarse tras un combate de horas. La victoria fue un enorme triunfo moral para América, porque sin duda, América fue España. Incapaz de lograr su objetivo en La Guaira, y creyendo que su defensa sería más débil, Knowles se dirigió a Puerto Cabello. Entre abril y mayo de 1743, los ataques navales e intentos de desembarco se encontraron con una férrea resistencia organizada por el capitán general Zuloaga. Las fuerzas defensoras, compuestas por soldados regulares, artilleros y milicias, repelieron cada asalto. La tenaz defensa frustró las ambiciones británicas, forzando a Knowles a abandonar la campaña.
Los ataques británicos a La Guaira y Puerto Cabello en 1743, con los que Inglaterra intentó desarticular los centros comerciales y defensivos clave de la Capitanía General de Venezuela, fueron acciones directas del conflicto de la oreja de Jenkins. Aunque Gran Bretaña logró tomar temporalmente algunas posiciones en el Caribe, la defensa de los puertos venezolanos, sumado a la épica defensa de Cartagena de Indias por el insigne Blas de Lezo, resultaron en derrotas británicas, porque el imperio español en América permaneció intacto tras el fin de la guerra del Asiento.
El éxito defensivo venezolano tuvo un impacto profundo: no solo salvó el territorio de la ocupación inglesa, sino que demostró la capacidad de las fuerzas locales para defender su región. El resguardo de Venezuela fue un esfuerzo conjunto de la sociedad local. La estructura defensiva se basó en las milicias urbanas y provinciales. Las milicias ofrecieron oportunidades de ascenso social a los pardos (mulatos, zambos) y a los criollos de baja cuna. Alistarse en el servicio militar, especialmente en las compañías de pardos, permitía a estos grupos acumular prestigio y forzar a la Corona a relajar algunas restricciones sociales, un proceso que se aceleraría hasta el estallido de la Independencia. La necesidad de defender la costa de los “herejes” protestantes ingleses u holandeses y otros extranjeros, consolidó un sentido interno de: “nosotros” la sociedad de tierra firme; frente a un “ellos” externo, fortaleciendo la conciencia de una entidad territorial unificada: la futura Venezuela.
Las fortificaciones y el cuerpo militar forjados en la lucha contra la piratería se convirtieron en experiencias para la guerra independentista entre los años 1810 y1823. Irónicamente, las fortalezas diseñadas para la defensa española fueron los últimos baluartes de resguardo realista. El Castillo de San Felipe y las fortificaciones de Puerto Cabello fueron el último refugio del poder monárquico en Venezuela. Tras la batalla de Carabobo en 1821, el puerto siguió en manos españolas peninsulares, resistiendo hasta el año 1823. Correspondió su rescate al general José Antonio Páez. Su recuperación patriota simbolizó el fin del control virreinal en el territorio venezolano.
La defensa de los puertos y territorios en la época virreinal fue primordial al desarrollo político y social de Venezuela. La persistencia de ataques de piratas y corsarios, planificados por potencias extranjeras, transformó el territorio desde una defensa precaria en el siglo XVI a una sólida estructura de fortificaciones y milicias en el siglo XVIII. Las victorias defensivas, especialmente la del año 1743, aseguraron la integridad de la Capitanía General y fomentaron la participación de diversos grupos sociales en la milicia. Esta herencia defensiva se proyectó en la guerra de independencia, donde la toma de esos mismos baluartes: La Guaira, Puerto Cabello, Maracaibo, fueron el objetivo final de los independentistas para sellar la soberanía de la nueva República. Honor y gloria a la generación de españoles venezolanos que en esos tiempos resistieron el boqueo anglo contra los territorios de la patria.
*Ingeniero de Sistemas/ Universidad Nacional Experimental del Táchira UNET./
Referencia Bibliográfica:
Ramírez M. Luis. “Marina, Milicias y Ejército en la Colonia: La Defensa de Venezuela contra la Piratería y el Corso”. Talleres Tipográficos de la Caja de Trabajo Penitenciario, Caracas. 1971.









