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Inicio/Opinión/La complejidad humana contemporánea

Opinión
La complejidad humana contemporánea

martes 11 noviembre, 2025

La complejidad humana contemporánea

César Pérez Vivas

La dinámica política y social de las sociedades occidentales, en lo que va del siglo XXI, nos convoca nuevamente a reflexionar sobre la complejidad del ser humano: sus angustias, valores, percepciones y desafíos en estos tiempos.

Ciertamente, el hombre, a lo largo de su existencia, ha buscado, pensado y reflexionado acerca de su propia naturaleza, de su papel en esta vida y más allá de su existencia temporal. De esa inquietud han surgido la filosofía y la historia.

En ese devenir de la vida humana aparecieron las civilizaciones que conocemos por los estudios históricos, así como las que existen hoy, en una pugna constante por su expansión y dominio, lo que representa un desafío para la convivencia civilizada de la humanidad.

El tema fue abordado de manera sistemática por Samuel Huntington, quien formuló la teoría del “Choque de las civilizaciones”. Primero lo hizo en un artículo periodístico de 1993 y, posteriormente, en su libro publicado en 1996 titulado El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial (The Clash of Civilizations and the Remaking of World Order).

Tanto el artículo como el libro desarrollan la idea de un mundo conformado por múltiples civilizaciones en conflicto, civilizaciones que se articulan fundamentalmente a partir de las religiones. Los sociólogos que comparten esta tesis sostienen que, con base en las religiones predominantes, puede hablarse de la existencia de nueve grandes civilizaciones: la subsahariana, la latinoamericana, la sínica, la hindú, la budista, la nipona, la occidental, la ortodoxa y la islámica.

Esta tesis contradecía la formulada por Francis Fukuyama, quien, tras el derrumbe de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y la caída del Muro de Berlín, proclamó el fin de la historia, al considerar que el socialismo marxista había demostrado su fracaso y que, en consecuencia, prevalecería el modelo capitalista y los valores de Occidente. Según su planteamiento, estábamos asistiendo al fin de las ideologías. Sin embargo, los años posteriores demostraron que, si bien el modelo comunista soviético desapareció, las ideologías no.

Si entendemos por ideología una formulación teórica que, a partir de una cosmovisión, propone un modelo de sociedad, entonces debemos reconocer que la humanidad sigue debatiéndose en torno a diversos modelos sustentados en valores distintos.

Ciertamente, la sociedad occidental —de la cual formamos parte— adoptó la democracia, la economía de mercado y los valores judeocristianos como pilares de la organización nacional. Más allá de las diversas corrientes de pensamiento y de los modelos de gestión social existentes, prevalecen los valores culturales profundamente influidos por la religión.

Estos valores incluyen el ecumenismo, la libertad de conciencia y de culto como parte esencial del patrimonio cultural y de la vida social. No obstante, son precisamente esos valores de apertura y tolerancia los que permiten que otras culturas se inserten en nuestras sociedades, alterando patrones culturales y religiosos. En cambio, en muchos de sus países, nuestros valores y creencias no solo no son tolerados, sino reprimidos, al punto de intentar imponer por la fuerza los suyos y perseguir nuestra religión.

En este año el fenómeno ha sido particularmente grave en países como Nigeria, la República Democrática del Congo, Libia o Irán, donde miles de personas han sido asesinadas por su fe cristiana.

El tema del choque de civilizaciones, originado en la esfera religiosa, se ha extendido al terreno político, dando lugar a conflictos de especial trascendencia, como la guerra entre Occidente e Irán y las organizaciones terroristas que actúan bajo su amparo, como Hezbolá y Hamás. Aunque dichas confrontaciones se manifiestan en la lucha por el poder político, el control territorial y el dominio de los recursos naturales, en el fondo existe una motivación de orden religioso que alimenta ese enfrentamiento.

Estas guerras del presente no responden a los parámetros de la Guerra Fría que caracterizó la segunda mitad del siglo XX. Al constatar la influencia del hecho cultural y religioso, observamos también cómo las corrientes del marxismo-leninismo se resisten, en Europa y América, a aceptar la preeminencia de la democracia occidental con sus valores y su modelo de convivencia.

Estamos siendo testigos de un reacomodo ideológico del “socialismo científico”, que, al ver agotada su clásica formulación política de la lucha de clases, ha derivado hacia nuevas formas de confrontación, claramente visibles en las expresiones de la llamada ideología Woke.

Hoy asistimos a una alianza inédita entre sectores religiosos del fundamentalismo islámico —especialmente los chiitas— y sectores del neo marxismo, expresados en el movimiento woke, con el propósito común de enfrentar las culturas occidentales. Se abre así un debate sobre cómo abordar este fenómeno en los planos cultural, religioso y político.

El pasado 5 de noviembre, el diario El Mundo de Madrid publicó una entrevista a la activista iraní Masih Alinejad, perseguida política y amenazada de muerte por el régimen iraní, quien advirtió categóricamente: “Si Occidente no frena el islamismo, los islamistas se unirán para acabar con la democracia y el feminismo.”  Alinejad insiste en que su lucha “no es contra una prenda”, sino contra un sistema de control que se manifiesta de esa manera. (Fuente: El Mundo, 5/11/2025)

La paradoja es evidente: mientras existen civilizaciones que persiguen a las personas por sus creencias religiosas y niegan la libertad de culto y los valores occidentales, nuestros países —precisamente por esos valores— abren sus puertas e incluso permiten el ejercicio de funciones de poder político a personas provenientes de esas culturas.

La reciente elección en Nueva York de un dirigente que se define como “musulmán y socialista” ha reavivado el debate. Si bien una alcaldía, por más importante que sea la ciudad, no determina la política internacional de Estados Unidos, el hecho revela hasta qué punto esa cultura ha penetrado en Occidente, pero también cuáles son los valores que movilizan a las nuevas generaciones de votantes.

Podría sostenerse que esa apertura es precisamente la riqueza de la sociedad occidental: su capacidad de tolerar la diversidad y de otorgar protagonismo político a ciudadanos con distintas creencias. Sin embargo, no deja de ser llamativo que la ciudad que sufrió el atentado de las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001 tenga hoy como figura pública relevante a un representante de una religión cuya rama chiita promueve no solo valores religiosos distintos, sino también una teoría política de dominación abiertamente contraria a la democracia occidental.

Sin lugar a dudas, esta materia exige una reflexión más profunda. El llamado de la activista iraní aquí citado, la pretensión hegemónica del islamismo chiita, los valores culturales de Occidente, los modelos de organización social y las políticas públicas deben ser repensados en esta nueva etapa del choque de civilizaciones que estamos presenciando.

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