Opinión
En el día del músico en La Grita
miércoles 26 noviembre, 2025
Néstor Melani-Orozco
Oímos los arreglos del segundo himno del Municipio en la melodía de Jesús María Suárez como si de la fiesta saber del papado de Gregorio XIII, declarar a santa Cecilia con su lira patrona de los músicos.
Si de una oratoria volviesen los tiempos y como una carta de amor se abrieran los sentimientos para saber y venerar los estadios de nuestros músicos, quizás de las notas a las esencias descritas en una noche de luna… Me fui caminando por la calle Miranda de La Grita y en la vieja casa cural de la parroquia de Los Ángeles volví a contemplar la Escuela de Música Santa Cecilia. Quizás ya no de saber el pueblo que allí también vivió Diógenes Escalante, el personaje que hubiese sido presidente de la nación, y fue discípulo del Colegio Seminario de Jáuregui.
Con estas cosas del alma me volví a posar en la puerta y a través del arco de medio punto pude divisar al lienzo gigante de Beethoven pintado al temple en 1963 por mi padre pintor y músico: Pepe Melani, muy al fondo del dichoso destino del teatrino, hablé con Dios perdido en los sonidos de los miles de músicos que fueron alumnos de este lugar, mientras una flauta armaba los sonares y un saxofón dejaba describir las claves mayores. Vi atrás del negro piano nuevamente al maestro Rubén Duque mostrando los metales de las sonoridades y me fui muy adentro en mi imaginario con el profesor y corista de capilla Cristo Antonio González, su fundador, más allá de los gritos y el clamor verdadero por la música, quien desde 1956 se abrieron las puertas y junto al negro piano de la poetisa Isaura, de quien el director se lo prestó al coleccionador de Coroteca de la ciudad, sin entender que en ese piano vertical José Gregorio Hernández en 1889 ejecutó melodías y meditaciones. Todo estaba allí desde la gracia de la señorita Elsa Ramírez hasta las lecciones de las escrituras musicales, de Josefa Gandica más adentro de los credos y de Alix Thelma Ostos gestando una voz sublime y eterna entre las rosas y las clases de su hermana Ilse María. De Rigo Rojas y de muchos educadores; creadores de los centenares de muchachos. Vi mis lienzos de hace cincuenta años y pregunté por el violín del Padre Cabaret.
Fue nuevamente llegar allá, en los músicos en su día cuando el Sistema de Orquestas de José Antonio Abreu recorre el mundo y la vieja Escuelita de Música de la Grita espera sus dolientes y a sus músicos que ahora viven en orquestas nacionales y de Colombia y de España, de Berlín y de Europa. Se lo dije al maestro Henri Duque y al Profesor Noel Bracamonte, actual regente, mientras Eduardo González, el hijo del fundador, mostró las inmensas fotografías para divisar a Domingo Moret dictando una oratoria desde su creación en “El Grupo Raíces”. Me detuve ante el piano de cola de la presencia de New York y sentí qué Beethoven me reclamaba. Nos reclamaba. Fue de instantes sentir en los tiempos a Francisco del Castillo viniendo de la filarmónica de Londres. Fue de escuchar el discurso del filósofo José Pascual Mora o de entender la orquestina de Fulgencio Hernández. Presencia de oír a Fanny Zulay Rojas presentando al pianista argentino Francisco Poleselo, hermano del pintor más sublime de Buenos Aires, y de escuchar la primera conferencia sobre la música en aquel 22 de noviembre de 1956 por el poeta de América: Teodoro Gutiérrez Calderón. El de la poética otomana con su “Mujer de las Manos Cortadas”. Más de abrir el libro sobre la Academia de la música de Luis Hernández. Así, vi la pertenencia griteña de los músicos, desde Nelson Arellano Roa hablando del arpa o Palmenio García siendo viceministro de Educación invocando a Vivaldi en sus recuerdos de Roma de Juan XXIII. En la Orden de la Trinidad. En la Escuela de Música Santa Cecilia apreciamos al interesante director Cruz Almao Juárez como a Raúl Delgado Estévez con las corales del “Metro de Caracas” y la poderosa manifestación de voces del “Banco Industrial de Venezuela” que en gran dignidad Marco Tulio y José Roberto Arellano trajeron a rendir tributo a la ciudad de las montañas, donde el azul es la significación de los sueños. Lo sentí hoy en el Día de la Música con los acordes de las lecciones de Rafael Rojas Pérez y las clases de historia musical de Asdrúbal Millán González, viajero de los versos entre los breviarios del Quijote. Fue de irme en estos instantes a mis viajeros actos y de un despertar en mis reminiscencias, y volver más allá del silencio hasta Gaudí, arquitecto catalán inscribiéndose en el teatro Liceo de Barcelona, mientras sus amigos le preguntaban:
“¿Usted tan viejo, por qué quiere estudiar música?”… Y el monumental genio y albañil de la catedral de la Sagrada Familia les respondió: “Porqué quiero aprender armonía”… Así se lo conté a mi nieta arquitecta: Giulliana Salas Melani. Entre lo divino y sagrado. Y entre cada forma matemática de la música, me sentí cubierto de las hermosas energías como si del violín de Pedro Antonio Ríos Reina estuviese allí, junto a Vicente Emilio Sojo y de los maestros y de los acordes Luis Felipe Ramon y Rivera hubiese vuelto en el alba de su canción andina. Me adentré en la casa hoy de convertirse en patrimonio cultural a la segunda manifestación de la música gritense. Fue la Escuela de Música de la adorada Grita después de 1610 cuando Jorge Botto cruzó la antigua ciudad del Virreinato de Nueva Granada, quien venía de la madre ciudad de Tunja dictando cátedras de música y enseñando en La Grita la beatitud de la vihuela, el originario instrumento origen de la guitarra muy de la mandolina. Y 346 años después nacía en la “Atenas del Táchira” “Ciudad Primogénita” un santuario para la realidad de los orígenes de la ideología de Pitágoras; con la Escuela de música de La Grita. Pedagogía del arte. Manifestación del lenguaje más antiguo de la Tierra. Fue allí donde aprendimos las oraciones y las plegarias de Monseñor José Teodosio Sandoval y como una revelación allí desde la música, Ramona Mansilla enalteció la Danza. Porque de cada sonido estará la vieja escuela, estarán los recuerdos y de cada valor humano los baluartes de la cultura podrán decir qué vinieron de la Academia griteña. Si por unos nuevos tiempos tuviésemos el valor de defender nuestros patrimonios, sería de enaltecer con grandes declaraciones y en los honores y méritos un día declarar este lugar como “El Conservatorio de la Música Tachirense”.
Donde hace medio siglo Rosendo Natera describió los cambios de la ciudad y del credo de Raúl Méndez Moncada, demostrando la historia del Cristo de la Colonia. Del barroco junto a la música. Como de saber del bautizo del último libro de Ricardo Méndez Moreno. Dicho en las palabras y en las ceremonias de los conciertos. Para no borrar las memorias y juntar los pentagramas a la virtud de Miguel Ángel Espinel, juntar las manos a Marco A. Rivera Useche con cada amanecer de los días, de los años, sentir el aura de los verdaderos músicos. . .
*Artista Nacional. *Maestro Honorario. *Doctor en Arte. *Cronista del Municipio Jáuregui.
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