Opinión
Vacunas, mercados y teorías de conspiración
viernes 5 diciembre, 2025
Luis Fernando Ibarra*
Las teorías de conspiración son narrativas seductoras, envueltas en el misticismo de fuerzas malignas y pactos que operan desde las sombras. Toda fantasía de conspiración atribuye la causa de un evento a una trama secreta, controlada por grupos poderosos con intenciones nefastas. Estas teorías generalmente incluyen un grupo de conspiradores ocultos, junto a un plan malévolo. Sus seguidores argumentan que existen intereses operando para engañar o perjudicar al resto de la población humana. Tan imaginativos divulgadores son fanáticos en extremo. Con desprecio a toda evidencia científica que demuestre su error, no aceptan argumentos que refuten sus teorías; sobre todo porque las pruebas que contradicen sus aseveraciones, las consideran parte de la conspiración que denuncian. Casi todas las teorías de conspiración son propagadas por grupos anti sistema para posicionar todo tipo de invenciones. Algunos ejemplos muy conocidos de suposiciones de conspiración incluyen, la creencia de que el aterrizaje y caminata humana en la Luna de 1969, fue un montaje fílmico. La idea de que el gobierno oculta la verdad sobre el asesinato del presidente estadounidense John F. Kennedy. La teoría de que los ataques del 11 de septiembre a las torres gemelas de Nueva York, fueron realizados por el mismo gobierno norte americano. Otras teorías recurrentes giran en torno a la existencia de sociedades secretas que controlan el mundo, como los denominados Illuminati, el supuesto encubrimiento oficial de la presencia de seres extraterrestres y de OVNIs, el suicidio o asesinato del multimillonario pedófilo y traficante infantil Jeffrey Epstein, o el discurso muy generalizado de que las vacunas son parte de un plan masivo de asesinatos o que causan autismo. Conviene un paréntesis sobre los Illuminati. Esta orden originaria de Baviera, Alemania, fue una sociedad secreta de la Ilustración, fundada en 1776, con el propósito de promover el pensamiento racional y libre, además de combatir el oscurantismo y la influencia religiosa en el poder político. Este grupo fue prohibido en 1785. Años después se convirtió en pieza central de la teoría de la conspiración, que sostiene que esta organización nunca desapareció, sino que ha operado en secreto a través de los siglos. Según la creencia actual, los Illuminati son una élite oculta muy poderosa, vinculada a la masonería, también a líderes mundiales, a celebridades y a grandes corporaciones. Se le acusa de manipular gobiernos, medios de comunicación y eventos globales, como guerras y crisis, con el fin de establecer un nuevo orden hegemónico, destinado a controlar a toda la humanidad.
Durante la pandemia de COVID-19, la más enérgica de estas historias se instaló en el imaginario colectivo, afirmando que una élite oculta habría creado el virus y las vacunas, con el propósito de eliminar a miles de millones de personas para reducir la población mundial. Esta teoría de matanza colectiva, es una de entre las muchas suposiciones de conspiración aceptadas por la población más crédula y manipulable. Su narración sostiene la idea de que una superioridad anónima, a veces llamada el estado profundo (EP) o el nuevo orden mundial (NOM), ha creado vacunas con el objetivo de exterminar gran parte de la población. A pesar de su dramatismo, estas creencias no resisten un escrutinio científico riguroso.
El error de la teoría del COVID-19 como conspiración de despoblación, es asumir que la riqueza se sostiene en el vacío, y puede mantenerse sin necesidad de las masas humanas. Por definición se sabe que los integrantes de una élite poderosa son minoría poblacional, y su poder es financiero. ¿De dónde se origina la riqueza de las grandes corporaciones y sus dueños ultra ricos? Proviene del trabajo de obreros, empleados y profesionales. También de los mercados y sus miles de millones de consumidores que compran sus productos; y de activos tales como inmuebles, fábricas y tierras que solo tienen valor porque hay gente que las necesita. Una reducción drástica de la población mundial, destruiría instantáneamente el valor de esos activos, en mayoría pertenecientes a los más acaudalados. Sobra decir que el poder de las oligarquías descansa en la fuerza laboral que ofrece la muchedumbre asalariada. Una matanza intensiva generaría un caos social incontrolable, que destruiría las instituciones, y arrasaría con la seguridad que hoy protege el patrimonio de la élite.
Para la minoría selecta, eliminar a la población sería un acto de autodestrucción económica, y no es racional asumir que los poderosos sean estúpidos. El objetivo del jet set no es reducir la población, sino controlarla, y explotarla para maximizar la rentabilidad de sus intereses propietarios. La pandemia expuso la dependencia de la élite en los trabajadores peor pagados. ¿Quiénes mantuvieron los servicios esenciales para el funcionamiento del mundo mientras los ricos se confinaban? Fueron los trabajadores de: supermercados, servicio público, personal de salud. Si el objetivo fuese eliminar millones de personas, el primer sector en colapsar sería el que sostiene la vida básica, una situación que perjudicaría a quienes dependen de esos servicios.
Aun así, los propagadores de teorías conspirativas desconocen cualquier evidencia histórica que las refuta. Si el COVID-19 hubiese sido un arma de exterminio, su rendimiento aniquilador hubiese sido alto. Aunque innegablemente trágico, su mortandad se estima alrededor de apenas 15 millones de individuos. Sin embargo, en términos proporcionales, su matanza solo corresponde al 0,2% de la población mundial.
Se estima que la gripe española, ocurrida en 1918, eliminó unos 75 millones de los 1800 millones de habitantes del planeta, equivalentes al 4,1%. Algunos ubican los muertos de esta peste, mal denominada española, entre 40 y 150 millones. Aunque esa pandemia se originó en Estados Unidos, el odio inglés como siempre se la atribuyó a España. Recordemos que el lenguaje con sus epítetos quiebra la autoestima. Debió haber sido registrada como peste gringa.
Entre 1346 y 1353, el planeta fue azotado por la peste negra, una de las pandemias más letales en la historia humana. Perecieron unas 130 millones de personas de entre 450 millones de habitantes. Es decir, esa peste desvivió más del 30% de la población mundial. La peste negra, ocurrió en el siglo 14, y cargó con una de cada tres almas que habitaban la tierra. Aunque con certeza tampoco se conoce la cantidad de muertes, algunos estiman los decesos entre 50 y 200 millones. Se calcula que la peste negra redujo la población europea en casi 50%. Puesto que se esparció desde China, debió denominarse peste china o asiática. No faltará quienes sostengan como teoría conspirativa, que la peste negra se originó por un complot de exterminio masivo gestionado por las casas reales europeas.
Si un grupo supremacista adinerado quisiera reducir la población, no elegiría un arma tan ineficiente como el virus del COVID-19, que mató predominantemente a población anciana y a personas con comorbilidades, es decir, eliminó a individuos quienes sufrían la coexistencia e interacción entre dos o más enfermedades, dejando intacta a la fuerza laboral joven. La población mundial, apoyada en una apresurada carrera de vacunación auspiciada por la ciencia, logró someter el virus del COVID-19, reduciéndolo a una tasa de mortalidad global inferior al 0,2%. Más bien la élite potentada aceleró los tiempos, y se logró en menos de un año una vacuna altamente efectiva que salvó millones. Siendo lógicos, un arma de despoblación malévola debería planificarse con un diseño de resultado más catastrófico. Es decir, para ser exitosos, una supuesta organización diabólica crearía un agente infeccioso con muy alta tasa de letalidad para todas las edades. Además, el organismo biológico maligno debería producir una larga latencia sin síntomas, e incluiría resistencia a todo tratamiento conocido. No un virus como el COVID-19 que, si bien es peligroso, ni siquiera se acercó a la capacidad de despoblación de la plaga española o la peste negra.
El COVID-19 generó una crisis global, que fue convertida en herramienta de manipulación por la clase política gobernante, y también por las grandes corporaciones. Es innegable que la pandemia fue aprovechada por los centros de poder, sobre todo por gobiernos de vocación militarista controladora. Algunas administraciones oficiales aceleraron sus ímpetus de control ciudadano. Muchos gobiernos, usaron la crisis de salud para aumentar la vigilancia digital sobre los ciudadanos, lo que debió preocupar a los defensores de las libertades civiles. Por otro lado, las grandes empresas de tecnología y las farmacéuticas, experimentaron un crecimiento sin precedentes. La pandemia fue una fuerza que hizo a los ricos más ricos, pero esto fue un efecto colateral de adaptación al mercado, y no fue la causa inicial de la crisis. Fue una tragedia natural o accidental, jamás inducida por grupos de dominio siniestros.
Para aumentar su alcance propagandístico, los voceros de pesadillas conspiradoras, también impulsaron la crisis del COVID-19. La desconfianza pública se utilizó para atraer seguidores hacia grupos extremistas, anti vacunas y anti gobierno. Mediante campañas de desinformación, muchos generadores de contenido de conspiración, monetizaron el pánico popular. Ese tipo de “influencers” obtuvo millones de visualizaciones que les proporcionaron altos ingresos a través de las redes, venta de libros, publicidad, y hasta lograron jugosas donaciones provenientes de incautos seguidores. La inquietud social del COVID-19 fue una mina financiera muy rentable que sirvió a muchos intereses.
La narrativa de despoblación masiva auspiciada por una élite malévola es emocionalmente poderosa pero intelectualmente débil. Por su interés no suicida, las aristocracias gobernantes están obligadas a mantener un mercado y una fuerza laboral abundante. Para la nata dominante la despoblación del planeta seria su ruina económica. El COVID-19 como arma de exterminio masivo, comparado con plagas anteriores, fue un fracaso. Quienes se alineen con fantasías conspirativas, culpando a una organización tenebrosa por supuesta creación, y posterior propagación del COVID-19, desvían la atención de críticas legítimas que sí deben hacerse a la crema financiera, como la desigualdad económica y las pobrezas nacionales, la corrupción gubernamental y el secuestro a los gobiernos democráticos por parte de influyentes trasnacionales. Esos sí son problemas reales muy tangibles.
La lucha contra la desinformación, exige no solo descartar las mentiras, sino también entender la lógica subyacente del poder. Las élites buscan el sometimiento de la población, no su aniquilación. Acabar la población del planeta no puede estar en el interés de la clase más poderosa. La razón del capitalismo y la acumulación de riqueza requieren una base poblacional abundante. El crecimiento económico sin población numerosa muy raramente es posible. La pérdida abundante de población tiene que ser una pesadilla para cualquier élite económica. Obviamente, los ricos necesitan a las masas. La riqueza de la élite se basa en los mercados de consumo, la tecnología y el sistema financiero. El motor principal de la riqueza moderna es el consumo. Sin mercado de consumidores no hay retorno a la inversión. Sin miles de millones de personas comprando, el valor de las corporaciones se desploma. Si se elimina el 30% de la población, también se elimina el 30% de la demanda de productos, alimentos, entretenimiento, vivienda y servicios. El PIB o Producto Interno Bruto mundial colapsaría casi instantáneamente. Ese porcentaje lo perdió la economía venezolana con su fuga migratoria de aproximadamente nueve millones de personas.
La élite no solo depende de mano de obra barata. También pende de innovación y de fuerza laboral calificada. En una matanza inducida por un virus, no hay discriminación. Se eliminaría a científicos, ingenieros, médicos, artistas y líderes del pensamiento. La capacidad de la sociedad para generar patentes, avances médicos y nueva tecnología se paralizaría. Las grandes corporaciones compiten a nivel mundial por los mejores y más brillantes. Un evento de despoblación generaría una escasez de talentos tan grave que sería imposible mantener las operaciones globales de los gigantes comerciales. Lanzar un virus que elimine población colapsaría el sistema por todos lados. La tierra y los bienes inmuebles son activos valiosos porque hay personas que los quieren o necesitan. Si la población desapareciera, ¿quién compraría esas propiedades? El mercado inmobiliario se volvería inútil. Los bancos y fondos de inversión que poseen hipotecas y bonos inmobiliarios se enfrentarían a una quiebra imparable. La muerte masiva significaría el impago de hipotecas y créditos, aniquilando la mayor parte de la riqueza de la clase financiera. La riqueza de la élite moderna no está en oro escondido; está en los derechos sobre el flujo de efectivo generado por miles de millones de personas. Si ese flujo se detiene, la riqueza se desintegra, y sus dueños también.
Lo que si buscan los escogidos poderosos es control, estabilidad y maximización de la rentabilidad. Esto se logra a través de la automatización, la subcontratación, la evasión de impuestos y la influencia política. No matando a sus propios clientes y trabajadores. La despoblación no es una solución para las élites. Sería un desastre económico total. Destruiría el mercado, el capital humano y el sistema financiero que sustenta su poder. La próxima vez que escuche o lea, sobre esas absurdas teorías que apuntan a la creación satánica del COVID-19, como una conspiración para aniquilar humanos, desbarate esos infundios con un mínimo razonamiento lógico: ¿De qué serviría a un billonario eliminar millones de personas si no queda alguien para comprar sus productos o trabajar en sus fábricas? Desaparecer a la población es la manera más rápida para que una secta elegida se autodestruya financieramente.
En resumen, es un mito que el virus COVID-19 o las vacunas hayan sido diseñadas para matar indiscriminadamente a poblaciones. Ese virus ataca de forma muy predecible, con mayor letalidad en personas mayores y con comorbilidades o multi enfermedades. Un arma de despoblación eficaz atacaría a toda la población, especialmente a la fuerza laboral joven y productiva, tal como lo hizo la gripe española de 1918. Es de mitómanos decir que “La élite planea matar a miles de millones para reducir la población mundial”. Infinita falsedad. La riqueza moderna depende del consumo y el crédito que requieren grandes poblaciones. Matar a los consumidores y trabajadores es un acto de suicidio colectivo. Sin gente, la riqueza es papel sin valor.
La producción de vacunas efectivas en menos de un año, junto al uso de antibióticos y la tecnología UCI, impidieron millones de muertes. Estos elementos inexistentes en anteriores calamidades, redujeron la letalidad del COVID-19. En beneficio de sus intereses, los poderosos elegidos deben mantener a la gente comprando. La migración de millones de venezolanos afectó de muerte a su economía nacional, y favoreció el desarrollo de los países destino. Más del 80% de los migrantes venezolanos son profesionales, técnicos u obreros calificados. Una pérdida intelectual insustituible a corto plazo. Nunca es rentable extinguir millones de clientes, quienes sin duda sostienen los mercados. La despoblación de consumidores no es una estrategia de dominación; sería el acto de suicidio monetario más torpe que cualquier oligarquía podría cometer.
La epidemia de coronavirus provocó un aumento de teorías conspirativas dañinas, que se propagan a través de los medios de comunicación. Para abordar esta tendencia, la Comisión Europea y la UNESCO publican un conjunto de diez infografías que ayudan a la ciudadanía a desmentir las teorías conspirativas contra la vacunación. Los discursos de conjuración pueden ser peligrosos para sectores estigmatizados como enemigos causantes de una amenaza imaginaria. Aunque la mayoría de quienes difunden teorías conspirativas pudieran creen en ellas, otros las utilizan cínicamente para lograr efectos perversos. Sus voceros son peligrosos porque al marcar a un grupo como responsable de algún acontecimiento, pueden desencadenar en la población mecanismos de defensa que alienten crímenes de odio, discriminación, recelo en las instituciones públicas, y sobre todo generan desconfianza en la información médica.
Las vacunas son una proeza de la salud pública, ya que confieren protección individual. Estimulan el sistema inmunitario para que aprenda a combatir patógenos sin causar la enfermedad. Esto significa que una persona vacunada está protegida contra el desarrollo de infecciones, hospitalización e incluso la muerte por enfermedades como el sarampión, la poliomielitis, la difteria, o ciertos tipos de cáncer como el de cuello uterino, evitable gracias a la vacuna contra el VPH o virus de papiloma humano. A pesar de ficciones alarmistas y sin base científica de las teorías de conspiración, los beneficios de las vacunas para salvar vidas están ampliamente documentados.
Además del bien individual, la vacunación es esencial para la protección colectiva o inmunidad de rebaño. Cuando una proporción significativa de la población está inmunizada, se interrumpe la cadena de transmisión de la enfermedad, protegiendo indirectamente a aquellos que no pueden vacunarse, por ejemplo, bebés, personas con sistemas inmunitarios comprometidos o condiciones médicas específicas. Esta estrategia ha sido fundamental para el control de enfermedades que antes fueron devastadoras, como la viruela y la casi erradicación de la poliomielitis a nivel mundial. Ignorar la ciencia de las vacunas basado en mitos conspirativos pone en peligro no solo al individuo no vacunado, sino a toda la comunidad. Quienes se resisten a la vacunación muestran un innegable comportamiento egoísta y antisociable, porque con su negación exponen la salud general de todos. Fue patético el comportamiento de activistas anti vacuna, quienes en innegable terquedad desalentaron en medios públicos la vacunación durante la COVID-19. Por eludir el sistema de vacunación, muchos propagadores de fábulas anti vacuna, lamentablemente abandonaron el planeta para llevar sus historietas de conspiración a otros universos.
* Ponente: “¿Vivimos en una Simulación Inmersiva?”. Universidad de San Martín de Porres. Lima, Perú, 2009.
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