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27 de noviembre de 2024
La libertad es uno de los valores supremos de la cultura contemporánea. El derecho se invoca con mucha fuerza a lo ancho y largo del planeta. En palabras sencillas implica la facultad humana de elegir de manera responsable, consciente o asertiva la forma de actuar por cuenta propia dentro de la sociedad. También se define como la condición en la que el ciudadano interactúa con los congéneres, sin responder a la voluntad de otros, ni por enajenación intelectiva o mental. La persona está y se siente libre de ataduras, riesgos, obligaciones o imposiciones de terceros. Es una decisión consciente, reflexiva y voluntaria. ¿Pero eso se enseña en las escuelas? Ciertamente, en los planteles se habla mucho sobre el tema y su importancia. Suelen ser disertaciones teóricas sobre el derecho humano, la evolución histórica o la aplicación en la vida social y democrática de los pueblos. Las aristas son esencialmente políticas. Incluso, se destaca el valor como elemento sustantivo en el fortalecimiento del hogar o el desempeño como ciudadanos. ¿Pero la práctica escolar se ajusta a los ideales que pregona?
La ventaja de formular interrogantes es que siempre surgen nuevas inquietudes. ¿Está preparado el docente o el directivo para llevar a la práctica la noción de libertad dentro de la escuela? Cualquier ejemplo sirve para ilustrar el planteamiento. ¿En la construcción o desarrollo del aprendizaje dentro del aula priva el criterio propio del estudiante o el del profesor de turno? ¿Cuándo el docente se dedica a dictar conceptos abre puertas a la libertad de pensamiento en el niño o joven? ¿Hay autonomía o independencia de criterio cuando el estudiante está obligado a ceñirse a los lineamientos del docente para realizar los quehaceres escolares? ¿Se puede considerar la memorización o reproducción mecánica de los saberes como expresión práctica de la libertad reflexiva dentro de la escuela? Pueden plantearse otras interrogantes más complejas. Pero la intención del artículo se dirige a potenciar la capacidad de cuestionar lo que se está haciendo en el aula. La libertad como concepto queda aprisionada en las barreras y rigores del sistema educativo o incluso, en los caprichos de quienes gestionan las escuelas o las clases.
Resulta difícil la práctica de la libertad en los entornos escolares. No se trata de fomentar el relajo o la indisciplina. Es fácil caer en las tentaciones del facilismo o la comodidad pedagógica. De ninguna manera se impulsa la idea de que el estudiante haga lo que quiera, o que pase por encima de las reglas de convivencia social. La libertad escolar no es cuestión de movimiento, sino de pensamiento. Se apoya en el cultivo de la capacidad crítica y el espíritu reflexivo, para forjar procesos cognitivos liberadores, como el análisis o la interpretación. El sistema educativo bolivariano promueve estos fundamentos. Pero se encuentra mucha resistencia entre los encargados de ejecutar los lineamientos pedagógicos. La escuela tradicional ha sido diseñada históricamente para reproducir valores y domesticar la masa. El mismo docente lo reconoce de manera implícita, cuando afirma ser el responsable en el moldeamiento de las generaciones. Pero, en el fondo, el mejor rol para el docente es aquella función que lo lleve a desatar las cadenas mentales, abriendo las compuertas del entendimiento y la comprensión de la realidad. El docente está obligado a hacer de la libertad una realidad, no una utopía. (José de la Cruz García Mora) /
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