La ostensible negligencia que aplican quienes hoy presiden el liderazgo del país en todos los aspectos del quehacer nacional, el control sanitario y ambiental, es otro de esos elementos que no han escapado al desacierto de las políticas públicas del régimen, pues la ausencia de supervisión de la venta de alimentos en áreas de calles y avenidas, constituye una bomba de tiempo para la salud y la calidad de vida de las personas.
Sin que este comentario sea una denuncia peyorativa contra el grupo de compatriotas que se ganan la vida en esta actividad, se quiere llamar la atención por la forma no muy pulcra como se realiza la manipulación de alimentos en sitios al descubierto, e incluso en espacios cerrados, pues no existe vigilancia, como se hacía en oportunidades anteriores por personal entrenado por Ministerio de Sanidad.
En la Constitución, en el artículo 83, se precisa que “el Estado garantiza el derecho a la salud”, por lo cual se deben aplicar medidas sanitarias y de saneamiento, pero este mandato constitucional se ha convertido en letra muerta, exponiendo al consumidor a contraer graves enfermedades, mas cuando la atención en los centros asistenciales, donde escasea hasta la buena voluntad de muchas personas, impactadas por los bajos sueldos y la ausencia de recursos para desempeñar a cabalidad su labor, no se dispone de los elementos indispensables para atender al ciudadano como lo requiere.
Debe resaltarse que la declaración de los derechos humanos establece que “el pleno goce de la salud es uno de los tres derechos fundamentales de todos ser humano, sin ninguna distinción”, en consecuencia la alimentación es un factor principal, pues influye sobre la salud del individuo, pero si lo que consume no reúne condiciones sanitarias, mal puede disfrutar de buena salud y estar en plenitud de realizar las funciones que la sociedad le impone.
El Ministerio para la Salud, no realiza inspección en sitios donde se expenden alimentos y otros rubros que requieren métodos y cuidado muy especial, pues sobre ello actúa el agua, el suelo y el aire, donde el factor humano es un aspecto básico de supervisión, en virtud de que la manipulación de los alimentos por quien los procesa, debe ser muy selectivo, así como accesos y alrededores, deben tener superficies recubiertas con material que facilite el mantenimiento sanitario e impida la generación de polvo, acumulación de agua o la presencia de otras fuentes de insalubridad. El agua debe ser potable y los utensilios y equipos muy bien aseados.
No hay seguimiento a las acciones que legalmente se ordenan, pues existe ausencia del significado de la preservación de la salud, como indicador de desarrollo y calidad de vida, lo cual permite que el consumidor que frecuenta a estos sitios, pueda contraer graves infecciones.
El ambiente externo es determinante. La higiene es una variedad de conocimientos y técnicas para controlar los agentes nocivos para la salud, pero en Venezuela la limpieza y el aseo de lugares y personas no es prioridad para quienes deben actuar en defensa de los usuarios. Es notorio observar en las vías públicas alimentos expuestos al polvo, al agua y quienes los elaboran sin asepsia o protección.
Una prueba de que se eliminó el entrenamiento de personal de inspección o supervisión de áreas públicas o privadas, es el doloroso cuadro de las víctimas de Puerto Nuevo, en el municipio Libertador, pues las aguas contaminadas no fueron controladas y el resultado no es necesario explicarlo, el número de fallecidos así como de afectados, mostró que no se trabaja para proteger la salud y el bienestar de los venezolanos, y se acude con premura cuando lo trágico emerge.
Esa actuación es un ejemplo de que “navegamos en aguas turbulentas, con ruta segura al naufragio”, dentro de una fluctuante demagogia, que no ha dado para otra cosa sino para ser expertos en traspasar los cargos pero son incapaces de dar solución a asuntos como estos, permitiendo que muchos quienes deben hacer cumplir los planes a favor de la salud del pueblo, se ganen el dinero o lo despilfarren, desfigurando de esta forma el rostro del país.
Marcelino Valero R.