No podía ser de otra manera. El derrumbe de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) es el fracaso de una política cortoplacista y electorera que nos ha impuesto la falsa oposición desde 1999, para enfrentar al estado chavista.
Hicieron de la llamada vía electoral un fetiche al cual había que adorar, desechando otras formas de lucha. Tal como Henry Ramos Allup y Edgar Zambrano —ambos de AD— lo admiten, la MUD nunca fue nada más que una mera alianza electoral. Muy lógico y apropiado para una oposición que no podía concebir otras formas para salir de la narcotiranía. Pero también era una propuesta ineficaz para dirigir la lucha social contra el régimen,que pudo haber implicado definir una política y una organización, y no solo presentarse a una tras otra elección amañada.
Durante estos años, la MUD acumuló algunas victorias nominales dentro del sistema electoral del estado chavista. Estas supuestas victorias resultaron ser mecanismos eficientes de desmovilización de la lucha social, al alentar la ilusión electorera que tanto ha beneficiado al régimen.
En otros casos, ni siquiera fueron defendidas, como sucedió con el desmantelamiento de la misma Asamblea Nacional. Por eso costó hacerle ver a la gente la naturaleza real de la estafa política perpetrada por el régimen, teniendo a la falsa oposición como cómplice entusiasta y voluntario.
Pero esa política colaboracionista, basada en negociaciones secretas con el régimen y en participación continuada en el fraude electoral, tenía que derrumbarse, porque sencillamente hemos llegado al punto donde ya no hay más ilusiones que ofrecer. Ni siquiera porque la MUD trate de reinventarse y se esconda tras las siglas de un Frente Amplio, que es su apéndice; ni porque se le adjudiquen graciosamente cuatro gobernadores a Acción Democrática; o que, usando a aquellos como garantes del gobierno, se liberen presos políticos. Ya la gente sabe que tras cada acción de la MUD o sus operadores siempre hay una componenda oscura que termina beneficiando al régimen.