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Inicio/Opinión/Una droga llamada futbol

Opinión
Una droga llamada futbol

viernes 13 julio, 2018

Esta semana concluye el campeonato mundial de fútbol. Nadie escapa al paroxismo mediático de la industria publicitaria. Las problemáticas y preocupaciones sociales, económicas o políticas quedan relegadas a segundo plano. Durante un mes de intensa actividad competitiva, la mitad de la humanidad asume roles de director técnico. Nadie mejor para construir estrategias y tácticas de juego. La otra mitad se convierte en expertos comentaristas deportivos. Quién mejor para calificar los aciertos y errores de los jugadores y técnicos. En cualquier esquina se escuchan los análisis y proyecciones de expertos y profanos. Como espectador común, es paradójico esperar cuatro años para terminar roncando y durmiendo a pierna suelta frente al televisor encendido, mientras en la pantalla escasea la magia futbolística de otros tiempos. Es más triste ver los resúmenes televisivos tanto en la señal libre como en la conexión por cable disponible en Venezuela. No hay diferencias con cualquier reality o talk shows, esos programas destinados a dirimir las pasiones pasionales en pantalla, como si tratara de la discusión en una gallera de pueblo.

Es parte del espectáculo fuera de la cancha. Esa droga llamada fútbol genera dinero para eso y mucho más. El juego como confrontación o competencia deportiva parecer ser lo menos importante. El campeonato mundial se encuentra entre los fenómenos mediáticos de mayor importancia en la sociedad globalizada. Si el crack, héroe o ídolo de turno queda fuera de competición por fiasco, agotamiento físico o eliminación del equipo, inmediatamente se consagra otra figura estelar emergente para el deleite de los espectadores. La máquina de construir semidioses es tan rápida como el café instantáneo. La pantalla no puede quedar vacía de titanes. Así lo exige el espectáculo. Dos o tres repeticiones a cámara lenta son suficientes evidencias para demostrar el increíble talento del salvador de la jornada. El futbol es una droga y se suministra en dosis continuadas para la recreación, el solaz o el adormecimiento de las masas. Tiene efectos similares a los aerosoles utilizados para combatir la plaga casera: emboba, pero no mata. Como todas las disciplinas atléticas, el deporte rey es maravilloso dentro de la cancha.

No se pone en discusión la técnica, el talento y la habilidad de los atletas. Ellos entregan hasta el alma para enaltecer la gloria y el honor de los respectivos países. Tampoco es discutible el delirio de las gradas. Ya quisieran todos los fanáticos contarse entre el público espectador en cualquier encuentro del mundial. Ni siquiera el televidente hogareño tiene culpa de los trasfondos del deporte concebido como mercancía. Nada de malo hay en ligar el triunfo de la selección preferida. Sin embargo, esa droga llamada futbol tiene otras dimensiones menos tangibles. Más allá del deporte, el futbol es una máquina para generar capital. ¿Enajenación, alienación, explotación, embriaguez colectiva? Son muchas opciones para el debate y la reflexión. La experiencia del mundial envuelve al mundo cada cuatro años. La humanidad entra en trance de parálisis letárgica. Las emociones se exacerban, el fanatismo se dispara entre el público desprevenido, mientras la máquina de hacer dinero multiplica las ganancias para las trasnacionales del deporte y la comunicación. Termina el mundial y el mundo sigue igual…

(José de la Cruz García Mora)/

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