Las vacaciones, el período de descanso posterior al trabajo, son una conquista de la humanidad. Ellas hacen parte de la dinámica social desde hace poco si consideramos los miles de años de la presencia del ser humano en el planeta. La jornada laboral de 8 horas y el derecho al descanso constituyeron las bases de grandes luchas de los trabajadores y sus organizaciones hace apenas menos de dos siglos. De allí surgió la tesis 888 o de los tres ochos, es decir, 8 horas de trabajo, 8 de descanso y 8 de sueño, no solo como reivindicación laboral sino como un elemento para la elevación de la productividad en el capitalismo del siglo XIX, al percatarse de que la fatiga por el exceso de trabajo afecta severamente la producción. De manera que desde entonces se acepta la necesidad del descanso diario y por lapsos mayores anualmente, como factor fundamental en el mantenimiento de altos niveles productivos.
Las vacaciones escolares son un período de descanso necesario tanto para los alumnos, como para los docentes y demás trabajadores ligados al proceso educativo. Sin embargo, para que resulte realmente reparador y repotenciador, no debería ser un lapso para no hacer nada, para vegetar. Al contrario, son temporadas para hacer muchas cosas, realizar múltiples actividades, por supuesto teniendo presente la necesidad de que ellas sean distendidas, flexibles, en lo posible sin la presión de horarios y fuertes exigencias o, si las hubiera, que se desliguen de tiempos, espacios y requerimientos del trabajo cotidiano del aula y la rutina escolar. Eso de los cursos vacacionales no son precisamente la mejor idea, salvo que sean en áreas distintas a las que aborda la escuela, como el arte y la música entre otras. Es decir, una buena jornada de vacaciones puede resultar extenuante, pero con un detalle: es un cansancio producido por una actividad diferente a la de todos los días. Ese esfuerzo extraordinario, ese “no puedo más”, puede resultar una experiencia inolvidable.
De tal manera que la temporada vacacional puede resultar muy intensa sin necesidad de realizar fuertes erogaciones y menos, diseñar programas rígidos “para mantener a los muchachos ocupados”.
Basta, por ejemplo, con pasear, caminar la ciudad que se habita, recorrer los espacios en los que se transita en el vértigo del día a día, en los cuales nunca nos detenemos, visitar algunos lugares como plazas, calles y avenidas, museos, iglesias, instalaciones deportivas, fábricas y otros lugares que nos ofrece la urbe. Igualmente, organizar visitas, excursiones y paseos. Otra actividad maravillosa son los juegos tradicionales del mes de los vientos como las cometas y los papagayos, sobre todo si se incluye su elaboración, la pelotica ‘e goma o las caimaneras. Lo mismo, donde se disponga del equipo o mediante los canales televisivos de cine, se pueden hacer festivales de cine con las películas que hay en las casas y juntarse para disfrutarlas en colectivo, organizar sesiones de teatro casero, incluso cocinar en grupo, hacer sancochos o preparar alguna delicia que guste a todos.
Las vacaciones son tiempo propicio para desescolarizar el aprendizaje a través de nuevas experiencias y ensayos.
Gustavo Villamizar D.