En días pasados, con ocasión del cierre del año escolar 2017-2018, el
ministro del Poder Popular para la Educación informó al país que a
partir del mes de septiembre, se adelantará una amplia consulta
nacional en torno al proyecto de extender la educación técnica y
tecnológica a todos los niveles y modalidades del sistema educativo
nacional.
Sin conocer detalles en torno a la idea y su ejecución, me adelanto a
celebrar la propuesta a partir de múltiples consideraciones por demás
positivas. En primer lugar, la educación científica, técnica y tecnológica
es una necesidad sustancial en naciones que aspiran a la
consolidación de su soberanía; la educación técnica y tecnológica está
estrechamente ligada al trabajo, actividad que ha acompañado la
historia de la humanidad y que ha constituido factor esencial en el
devenir de la especie. En lo que respecta a los valores que dan
cuerpo al tejido social, este empalme educación-trabajo puede
convertirse en un gran aliento en la recuperación del valor del trabajo
frente a la visión de oficio despreciable surgida en el ofuscamiento de
la riqueza fácil, sin normas, sin leyes ni respeto por los demás,
expresada en la muy negativa “viveza criolla”, que consiste
básicamente en obtener lo deseado sin ningún esfuerzo y por
cualquier vía, lícita o no.
Es de señalar que la importancia del trabajo y más del trabajo
productivo en la escuela, ha sido destacada por notables pedagogos
como Simón Rodríguez en sus tesis sobre la educación social y su
“Casa de Industria Pública”, el francés Celestin Freinet mediante su
propuesta de educación en el trabajo, el juego-trabajo y el trabajo-
juego, así como el italiano Francesco Tonucci y otros más. El trabajo
productivo ligado a aspectos como la siembra, la cría de animales, los
oficios artesanales y otros similares, constituyen dinámicas
generadoras de disciplina en el niño y el joven, activan la imaginación
y la creatividad y se convierten en elementos que contribuyen a
disturbar el marasmo que carcome la rutina escolar, al tiempo que los
preparan para el aprendizaje y el trabajo especializado en los niveles
superiores de la escolaridad y claro, para su desempeño laboral. Aún
más, el trabajo como actividad básica en la educación tiene el
agregado de que auspicia la labor colectiva, cooperativa, de aprender
entre todos, lo cual conduce, de forma natural, a nuevas formas de
enseñar y aprender.
Por supuesto que adelantar este proyecto no será fácil y pronto
surgirán sus detractores. Es una realidad que nuestros docentes no
están preparados para asumir estos retos y compromisos, pero esa
formación puede obtenerse en la propia práctica, aprender haciendo.
Además, es igualmente cierto que estos desafíos, sin imposiciones,
conquistando la voluntad y el entusiasmo de los buenos educadores
que tenemos, pueden convertirse en importantes factores de
transformación del agotado modelo educativo nacional.
(Gustavo Villamizar D.)