¿A cuántos imbéciles conoces? ¿Nunca has querido demostrarles lo estúpidos que pueden llegar a ser? Seguro que sí. A todos nos ha pasado, pero es difícil afear una conducta sin perder los papeles y la elegancia. Además, esas personas incómodas tienen un don: el de conseguir que tú, al tiempo que demuestras con sólidos argumentos su estupidez, te conviertas, sin querer, en uno de ellos.
Bernard Shaw dejó escrito un consejo para este tipo de situaciones: “Nunca luches con un cerdo. Te llenarás de barro y se reirá de ti”. Algo así sucede en la vida cotidiana. Pelear contra los argumentos que terminan reflejando tu propia conducta es cada vez más complicado. Por ejemplo, ¿cómo se debe reaccionar cuando un niño pequeño no deja de repetir una frase porque eres tú el primero que, sin darte cuenta, la dice? ¿Qué hay que hacer cuando, en medio de una acalorada discusión con un compañero de trabajo, interviene un tercero para decir que las dos partes están equivocadas?
Solemos caer en el error sin darnos cuenta de que las dos caras de una moneda son la misma
Calma. Son situaciones de difícil salida. Laberintos de argumentos en el que dos contrarios buscan, con ideas idénticas, derribar al otro. El problema es que este tipo de enredos son cada vez más frecuentes. Se ven todos los días. Solo hace falta encender la televisión y escuchar un debate político o salir a la calle y ver una discusión de pareja. Casi todo el mundo quiere demostrar a la fuerza que tiene razón. No importa que la tenga o no. Siempre habrá personas capaces de pensar que lo suyo es mejor.
“Psicología del anverso”
Este problema, en realidad, no es nuevo. Viene de lejos. Forma parte de la esencia y condición humana. El psicólogo Jeremy E. Sherman explica en un artículo recientemente publicado en la revista ‘Psychology Today’ que incluso la Iglesia o el Gobierno Soviético recurrieron a este truco en sus discursos. Unos eran muy buenos y otros eran los peores desde el principio de los tiempos.
Sherman pone un ejemplo claro. Imaginemos una discusión entre un estalinista y un antiestalinista. El primero dice que los que no piensan como él son unos hipócritas. Y el segundo viene a decir lo mismo. Es decir, que los hipócritas son los estalinistas. Ambos señalan con el dedo la misma falta, el mismo error, sin caer en la cuenta de que su argumento es idéntico. Los dos, por tanto, son iguales. Hipócritas de una u otra manera.
Es justo en este punto donde debe empezar la gestión de personas conflictivas. ¿Cómo? Sherman propone una técnica: la llamada psicología del anverso. Una alternativa para lidiar con los argumentos estancados y repetitivos. Una manera de señalar que las dos caras de una moneda son, en realidad, las mismas. El psicólogo propone hacer uso de esta técnica para analizar lo que se dice y rebatir la idea del contrario de forma coherente para no ser como él. Es cuestión de práctica.
¿Y si no funciona?
Puede suceder, pero hay otras técnicas similares que conducen al mismo resultado. No hace mucho, la editorial Lid publicó una serie de libros que ofrecen algunas pautas para resolver este tipo de enfrentamientos dialécticos. Lo primero, dicen los responsables de la publicación, es identificar al tipo de persona que se tiene delante. En el entorno laboral, por ejemplo, existen muchos tipos de compañeros: los destructivos, los contrariados, los desmotivados, los preguntones, los vagos, los trepas… Un sinfín de personajes. Ante todos ellos, lo más inteligente es desarrollar una estrategia propia de supervivencia para controlar el impacto de nuestros semejantes y desactivarlos antes de que empiecen a dar problemas.
Quien sea capaz de adaptar su manera de comportarse en diferentes situaciones, podrá reducir el nivel de caos que suele reinar
Una buena técnica de comunicación, cierto talento para la negociación, mucha amabilidad, optimismo y sonrisa siempre fácil, puede ayudar bastante. Además, el libro recomienda evitar rivalidades y desencuentros desagradables para llegar a ser un auténtico catalizador de conflictos.
En realidad es, como siempre, una cuestión que se reduce a la actitud. Quien sea capaz de adaptar su manera de comportarse y modificar su pensamiento en diferentes situaciones y con todos los compañeros, podrá reducir, con psicología del anverso o sin ella, el nivel de caos que reina en la mayoría de los escenarios.
ElConfidencial