Reportajes y Especiales
CRÓNICA Y FOTOS | 15 horas con los peregrinos del Santo Cristo
5 de agosto de 2018
Diario La Nación acompañó completa, desde Santa Teresa hasta el Santuario Diocesano, la peregrinación 2018 en la jornada más concurrida y por la ruta más caminada hacia el patrono del Táchira. En la noche en la que el páramo no duerme, la fe se sobrepone a la oscuridad y el frío
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POR Daniel Pabón
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─Póngase las botas, que nos vamos…
Son las 5:00 de la tarde. Desde 10 puntos del área metropolitana de San Cristóbal cientos de personas, difícil contarlas, empiezan a caminar. Esta tarde del viernes 3 de agosto se han concentrado en Santa Teresa, el Obelisco de la colonia italiana, el barrio El Carmen, el Dorado Club, la UNET, el 23 de Enero, el Junco, Táriba, Palmira y Cordero. Todos apuntan al mismo destino: La Grita, al norte del Táchira. Todos pidieron el mismo deseo: aguantar más o menos 80 kilómetros hasta poder persignarse, arrodillarse y orar de frente ante el Santo Cristo.
El padre Luis se los advirtió en una misa previa al grupo de Santa Teresa. Esto no es una competencia. Mucho menos una actividad deportiva, aunque se necesiten resistencia y condición física para comenzar a 800 metros sobre el nivel del mar, ascender hasta los 2.600 y bajar hasta los 1.440, la altura exacta de la fe peregrina en Venezuela.
Apenas bajan por La Machirí, la última avenida que los despide del municipio capital antes de empalmar con el viaducto de la vecina Táriba, los de Santa Teresa se dispersan. Unos toman ventaja, otros se retrasan. Cada quien conoce su cuerpo y sabe cuánta velocidad o pausa imprimirles a sus pasos.
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Detrás de los pasos, se abre otra peregrinación silenciosa. Son familiares y amigos de los caminantes que, desde carros propios o busetas contratadas, brindarán logística durante el recorrido. Les espera, como a todos en el páramo, una noche larga de acompañamiento.
En Las Vegas de Táriba Gisela de Pérez detuvo por primera vez desde Santa Teresa la camioneta Ford F-100 que conduce. Sobre el capó, las franjas amarilla, azul y roja; atrás, un par de banderas rojas y blancas, los colores del patrono. Con el Rostro Sereno en su franela, espera que avance su esposo Leonardo y mientras observa por el retrovisor recuerda que sus hijos, los tres ahora emigrantes, antes los seguían.
Al lado de los pasos, se abre otra peregrinación solidaria. La de los habitantes de esa ruta, la Troncal 007 o carretera Trasandina, que despliegan las puertas de sus casas para asistirlos.
─Al principio la gente no me creía… como ahora casi nadie regala nada ─dice Milena Zambrano. Es su primer agosto con una venta de frutas en la curva de la Granzonera, entre Táriba y Cordero, y decidió regalar las naranjas que pica con su cuchillo afilado. Allí come Reinaldo García, con 38 años de edad y los 8 más recientes caminando al Santo Cristo.
Otros no necesitan tener comercios para dar. En casa de la familia Duque Alviárez, en San Rafael de Cordero, un cartel lo deja bien claro: en honor al Santo Cristo por favores recibidos, punto de hidratación. Con la ayuda de su hijo emigrante, un joven que solo pudo cumplir sus metas profesionales yéndose de Venezuela, se apertrecharon con naranjas, cambures y café.
─Es nuestro primer año, pero queremos seguirlo haciendo ─dice Carlos, junto a su esposa y su hija. Allí, cerca de las estaciones morochas de gasolina, paramédicos resuelven con adhesivo en el pie el primer conato de ampolla de un peregrino.
15 bultos de naranja compraron también este año en casa de Yovany Beltrán, a la salida de Cordero. En familia, la tradición de repartirlas a los peregrinos se cumple con gozo cada agosto.
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Adolescentes, jóvenes, señores, abuelos… fray Francisco, el franciscano a quien la historia atribuye la talla en madera del Santo Cristo, obra del arte barroco del año 1610, tiene los brazos suficientemente abiertos para recibir hijos de cualquier edad.
69 años tiene Celina Sandoval, una ama de casa que camina junto a su nieto, que este viernes cumple 10. Aunque sus ojos se enlagunan cuando verbaliza cómo el Santo Cristo mejoró la salud de su mamá, la señora de trato amable no suelta el bastón. Sigue.
Salud es una de las peticiones más comunes al patrono del Táchira y protector de Venezuela. Sergio González lo hace saber en su franela, que pone: “Por la salud de Magaly y toda la familia”.
Magaly es su esposa. Trabajadora de la salud en el sector público, ahora es ella quien no encuentra ampollas ni tratamiento para erradicar un cáncer de su cuerpo. La de buscarlos por todo el país, e incluso en el vecino, ha sido otro tipo de peregrinación social.
A sus 62 años, Sergio camina por ella, con su foto estampada la franela y con su rodilla izquierda reconstruida.
Junto con la salud, los peregrinos repiten el nombre de Venezuela como petición fundamental. Cambio. Cambio. Cambio. Lo dicen desde la ama de casa que avanza con un rosario rosado enrollado en la muñeca de la mano hasta el médico veterinario que empieza el ascenso al páramo con la más suave “cobija” que pudo encontrar: una bandera nacional casi del tamaño de su alta humanidad.
La bandera empieza a ser un hilo conductor de la ruta: va sobre el capó de la camioneta que conduce Gisela; a hombros de Pedro Chacón, como se llama el veterinario; enlazada a los bastones de tantos; izada en los frentes de las casas… todos, al parecer, metieron a Venezuela en su intención de 2018.
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─Trate de no comer tanto bocadillo, porque vienen las subidas. ¿Cuántos se ha comido? ─pregunta Laura Sánchez a su hijo.
─Uno, nada más ─contesta el joven, con sonrisa pícara.
─¿Y usted va a llevar, Yure? ─consulta la madre, ahora a su hija.
─No, aquí tengo en el koala, mami.
─No se hubiese quitado los zapatos, eso le puede afectar…
En la peregrinación al Santo Cristo cada cual asume y ejerce un rol. Laura y su esposo llevan el carro con la logística para sus tres muchachos y cinco compañeros de trabajo de la comercializadora donde laboran.
Son las 8:30 de la noche y empiezan las subidas fuertes. Como en el páramo no hay señal telefónica, Laura y los otros nueve acordaron previamente diez paradas del vehículo a lo largo de los 80 kilómetros. Así, los hijos y compañeros en marcha sabrán dónde ubicarlos.
Bocadillos está bien, pero también terrones de panela. Eso come Marcos Varela, un empleado de la construcción que avanza por el sector Salomón.
Echarle “corazón y piernas”, comer liviano, ir ligerito de equipaje y escoger los mejores zapatos son claves que le han permitido a Marcos peregrinar durante más de 15 años; tantos, porque cada vez evidencia nuevos favores del Santo Cristo en su vida.
─Estas botas negras me han acompañado en cerca de 10 peregrinaciones. Unas nuevas no sirven, ese es un error de principiante, porque las nuevas son desconocidas por el pie y lo maltratan mucho a uno ─dice el hombre moreno, que lleva al hombro la bandera rojiblanca y que dedica ratos a la meditación y la oración mientras procesiona.
Marcos es, incluso, de los que han peregrinado hasta tres veces en un mismo año, conforme el milagroso intercesor de Tadea, el campo de La Grita donde fue tallado hace 408 años, le ha concedido gracias importantes.
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Son las 10 de la noche en Mesa de Aura. Un peregrino tiene un esguince y un par de jóvenes pide un aventón a una de las ambulancias de Protección Civil Táchira que recorren atentas la vía porque aseguran tener las “rodillas destruidas”.
En ese punto de atención al peregrino, uno de los 11 que dispuso la institución, sirven dos funcionarios y tres colaboradores a honores de la Organización Rescate y Salvamento, ORSA, con sede en Táriba.
─Aquí lo que hemos hecho es hacer bastantes masajes ─dice Sonia Mora, una entre los voluntarios, antes de recibir a cuatro jóvenes: los tres varones con las piernas entumecidas, y la única mujer, impecable. Claro que hubo tiempo para un chiste feminista. Tres masajes más a la cuenta de Sonia, bajo esa carpa amarilla que huele a Dencorub y en la que un muchacho alecciona que “el diclofenac potásico es milagroso” para continuar sin dolor.
En Mesa de Aura, el de aquel parque recreativo que ya no es, hacen parada a esa hora los 40 peregrinos del municipio Guásimos. Llevan un colador de café tan grande como muchos no habían visto en su vida, suficiente para acompañar las 250 arepas rellenas que durante todo el día prepararon las mujeres.
El páramo El Zumbador se porta a veces tan adverso como generoso.
Adverso, porque la mayoría de su extensión vial luce oscurísima, sin alumbrado público operativo. Los bombillos de los frentes de las casas ayudan, pero existen tramos hasta de dos kilómetros despoblados y en consecuencia totalmente negros, donde las linternas y luces de los celulares son el único auxilio a cientos de pares de ojos que avanzan “a tientas”. Entonces, los peregrinos parecen luciérnagas que vencen la penumbra. Por cada puntito blanco, una historia.
Generoso, porque la noche está estrellada y Dios le echó como escarcha a esa media luna para que guiara a quienes no llevaron linterna. Eso permitió a muchos advertir la falla de borde que se ha comido media carretera en la curva limítrofe de los municipios de montaña Andrés Bello (Cordero) con José María Vargas (El Cobre).
Son las 11:30 de la noche y en otra de las tantísimas curvas del páramo, dos peregrinos hablan:
─¿Se va a meter por la última trocha?
─Será…
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Las trochas son atajos que emplea la mayoría de peregrinos como una forma de acortar camino. Implican adentrarse en empinados potreros, preferiblemente detrás un baquiano que las conozca. Un grupo procedente del 23 de Enero de San Cristóbal llamó a Emergencias desde un teléfono Movilnet -la única operadora con señal parcial en el páramo- a reportar que se hallaban desorientados en medio de una trocha.
Son las 12:30 de la medianoche. Muchos de quienes coronan el ecuador de la peregrinación que es el punto de control de la Guardia Nacional, en el corazón de El Zumbador, se encaramaron en por lo menos cinco trochas ascendentes.
Bienvenidos al punto más alto de este sacrificio corporal: 2.600 metros sobre el nivel del mar, entre montañas por los cuatro puntos cardinales. Ya Gisela de Pérez recubrió su franela del Cristo con un suéter y su cabello con un gorro que dice “La Grita” por la frente. Mientras espera el paso de los acompañantes de su esposo, recostada a la Ford F-100 come y comparte las arepitas de harina de trigo con café que más temprano ella misma preparó.
─Mi esposo ya pasó, pero no quiso comer nada ─actualiza Gisela, con la camaradería que confiere seguir, todos, los mismos pasos de todos.
Otros, que se fueron más desprovistos, llegan a El Zumbador preguntando por café y chocolate caliente en los tres comercios abiertos a esa hora. Las tarifas son en bolívares y en pesos. Algunos se alimentan, otros se hacen selfis y la mayoría descansa, aunque no por mucho tiempo: a 11 grados centígrados, lo que marca el termómetro del puesto militar, las piernas se pueden enfriar muy prontamente. El Zumbador congela.
Ciro Rivera, habitante de Capitanejo, en Barinas, debuta con la peregrinación y con las trochas. Le parecieron fortísimas, como a varios de sus 59 acompañantes del llano. Lo bueno es que, después de la última, un señor del páramo estaba regalando sopa con aguamiel a todo el que quisiera. Ender Duque la tomó y la agradeció.
Son las 3:30 de la madrugada y por El Zumbador no dejan de desfilar peregrinos. No llueve, no ha llovido ni va a llover esta noche, pero ellos son como un goteo incesante.
Ender es una gota en esa lluvia invisible de la fe. Es la vez número 14 que cumple la peregrinación: las cuatro primeras no llegó, como cuenta en El Zumbador a otro que, con piernas entumecidas, tampoco llegará caminando, sino en cola. Luego, la repitió seis años en bicicleta. Este es su cuarto año a pie y anhela llegar con todas sus fuerzas, aunque reporta “ampollas hasta en la cédula”.
─El que no tenga fe tiene que por lo menos preguntarse por qué paró de llover, como estaba lloviendo los últimos días, y se destapó el cielo así ─dice el creyente y padre de tres hijos que tiene una compañía, pero “el sistema no ayuda”. Por eso, emigrará el mes próximo.
Esta es la noche en la que el páramo no duerme. Son las 5:00 de la mañana, un gallo ya empezó a cantar y las señoras de los locales han renovado más de 10 veces esos termos de café. Los paramédicos de Protección Civil han cumplido decenas de atenciones, y ahora le toca al médico veterinario que peregrina abrazado a una gran bandera nacional: lleva grandes ampollas en los pies.
Un estudiante de la UNET, del grupo de 80 universitarios peregrinos, llega al puesto de atención con hipotermia. Otro, que claudicó por dolores musculares, le brinda un vaso con chocolate caliente. Aunque no se conozcan, la fe en el Santo Cristo los vuelve hermanos. Aquí nadie le pregunta a nadie de qué color piensa, aunque el tema entre amigos en algún rato de la peregrinación sea la crisis económica, política y social.
Ha descendido la temperatura a 9 grados, cuando muchos se disponen a descender. Al divisar el mechurrio frente al puesto de atención, varios se aproximan para sentir un poquito de calor.
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Amanece ante los pasos de los peregrinos. Entonces, la vía es una alfombra gris con paredes de pinos y montañas salpicadas por sacos de papa. La plazoleta con la grande imagen de Nuestra Señora del Carmen, a la entrada del pueblo de El Cobre, es buena para otro breve descanso. María siempre es un descansadero. Son las 6:30 de la mañana y Omaira Anaya desayuna junto a dos acompañantes. Porta una gorra con el tricolor del país, este que recién abandonaron sus tres hijos. Ellos marchan bien; otros, ya no tanto:
─No siento mis piernas, las tengo como flojas ─le dice a los paramédicos una señora que no puede más. Las dos calles angostas de El Cobre sirven como un filtro que decanta a quienes continúan y a quienes el cuerpo les dejó de responder.
En el puesto de atención de Angostura, un sector famoso por su parque recreativo, intermedio entre El Cobre y La Grita, Protección Civil registra 22 atenciones a primera hora de este nuevo día, sábado 4 de agosto. Si en Mesa de Aura olía al Dencorub de los masajes y en El Zumbador estabilizaban la hipotermia, a Angostura llegan algunos con contractura muscular y con dolor de articulaciones, producto de la bajada sostenida, explica Arturo, uno de los 257 funcionarios en el operativo de las distintas direcciones de Protección Civil, junto a voluntarios. En total, 700 hombres y mujeres de desplegaron en los asuntos de seguridad y prevención.
Dicen que se hace larguísimo el tramo entre Angostura y La Quinta, como se conoce a la triple intersección que conecta la Trasandina con la Panamericana y con La Grita. Son los 15 kilómetros finales; llega la hora de echar el resto hasta el Santuario Diocesano del Santo Cristo de los Milagros de La Grita, un complejo arquitectónico construido en la década pasada a la entrada misma del pueblo de unos 40.000 habitantes.
Son las 8:00 de la mañana y, como a toda hora hasta el 6 de agosto central, ese epicentro de la fe en Venezuela está abierto para sus peregrinos. Un joven peregrino entra trotando, con la bandera roja y blanca al hombro. Cuando ingresa a la capilla, se persigna, se arrodilla y contempla la sagrada imagen dentro de su camarín, abre el chorro de sus lágrimas. Se lo contagia a una pareja de esposos, que desenfundan de la tula una bandera nacional. Allí están muchos. Como Ender, el padre de tres que tomó sopa en el páramo.
Solo cada peregrino sabe qué conversa en ese sublime instante con el Santo Cristo. La historia cuenta que el cuerpo lo talló fray Francisco y el rostro lo remataron los mismísimos ángeles del cielo. Con una réplica de ese rostro sereno en su pierna izquierda, Janeiro Vivas intenta encontrarle palabras al sentimiento de llegar ante el patrono de su estado y protector de su país:
─Es inexplicable. Es emocionante poder darle las gracias y hablarle de mis peticiones personales.
Aquí nadie adora un trozo de cedro. Aquí todos llegan ante un ícono que representa al hijo de Dios. Son dos cosas muy distintas.
Janeiro salió del Obelisco, uno de los 10 puntos de concentración trazados el viernes, y llegó 15 horas más tarde a La Grita, la Jerusalén de Venezuela cada principio de agosto. Otros hicieron mejores tiempos, otros permanecieron en el camino hasta 24 horas. Y tantos más emplean otras cinco rutas geografías que desde hace 30 años llevan a pie hasta el Santo Cristo a un promedio de hasta 80.000 por fiesta patronal. No es una competencia, como decía el padre Luis al grupo de Santa Teresa. Es la demostración corporal de fe más larga del país.
─Quítese las botas, que llegamos…
*La reportería de esta crónica contó con la colaboración de Protección Civil Táchira.